martes, 15 de septiembre de 2020

El «Coronasutra» no salva la crisis de los prostíbulos

Las prostitutas temen el cierre de los locales de alterne, que pese a tomar medidas higiénicas, son un foco de contagios de difícil rastreo

Dos mujeres descansan en la barra de la terraza de Private, en Alcalá de Henares - De San Bernardo/ ATLAS
Una mujer, con mascarilla y tacones, abre la puerta de un chalé en el barrio de El Viso. Bien podría ser una vivienda, pero el lugar se anuncia en internet como un centro de «masajes eróticos». Besos prohibidos, toma de temperatura, duchas antes y después... El protocolo «anticovid» también incluye un «Coronasutra»: las posturas sexuales recomendadas –no faciales– para evitar contagios. «Sí, cumplimos con todas las medidas», alcanza a decir la anfitriona, antes de cerrar la puerta apresuradamente: «Lo siento, no estoy autorizada a hablar». Sin embargo, aunque las precauciones contra el virus alcancen este opaco mundo, los rincones de la prostitucion estan en el punto de mira.
Tras un brote de Covid-19 en un local de alterne castellano manchego, la ministra de Igualdad, Irene Montero, pidió a las comunidades el cierre de los prostíbulos. Castilla-La Mancha y Cataluña ya lo hicieron; en la Comunidad de Madrid pensaron «tomar este tipo de decisiones sobre una actividad que no está reglada», como declaró a finales de agosto el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero. Mientras, las mujeres que trabajan y, en ocasiones, viven en los locales de alterne temen un cierre inminente.
Luces rojas y azules envuelven el complejo Factory Air, que se vislumbra desde la carretera de Zaragoza. Mitad discoteca (con un aforo de 600 personas), mitad hotel, es el hogar de una treintena de mujeres. «Con el confinamiento, como muchas son extranjeras, no cerramos, las dejamos aquí y corrimos con todos los gastos», asegura el encargado, que prefiere mantener el anonimato. Un segundo cierre complicaría la situación: ni el propietario ni las mujeres tienen recursos para hacerle frente.

La segunda parada de los clientes del bar D’Angelo, un hotel con suites - De San Bernardo
Por ahora, pueden continuar con su actividad, pero el lugar está a medio gas, sometido a las últimas restricciones que clausuran el ocio nocturno a la una de la madrugada. «Con la reducción del horario, decidimos cerrar la discoteca, tampoco venía mucha gente», cuenta el encargado. «No entiendo que la tomen con nosotros, no es distinto a que dos se conozcan por la noche y se vayan a un hotel», añade.
Traslado a las calles

Sabrina Sánchez tiene 39 años y es prostituta. «Esta situación no es nueva, lo venimos padeciendo desde el inicio del confinamiento. Los prostíbulos tienen que abrir para poder pagar deudas y poder sobrevivir», esgrime, en conversación telefónica con ABC. Sánchez es portavoz de la Organización de Trabajadoras Sexuales (Otras), que hace un mes demandó a la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, ayudas económicas en caso de que decretara el cierre de los locales de alterne. «Que piensen qué solución habitacional y de ingresos mínimos van a ofrecer», solicita.
No obstante, aunque los prostíbulos echaran el candado, la actividad se trasladaría a las calles y a viviendas. «Es evidente. Una tiene que sobrevivir, enviar dinero a su país, llevar comida a la mesa», declara esta venezolana, que hace 14 años que reside en España. La solución, según dice, pasa por «decriminalizar» su situación. «El problema social y económico no lo tendríamos si pudiéramos ser contratadas», zanja.
En la otra orilla, aunque con demandas similares, se encuentra Rocío Mora, directora de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (Apramp). «El cierre de los prostíbulos haría que las mafias se trasladaran a otros sitios. Es una medida que aplaudimos, pero tiene que ir acompañada de alternativas reales para estas mujeres», pide Mora. Su asociación ha atendido en la región a 1.228 mujeres durante los últimos meses.
Una joven limpia la ventana de una habitación del hotel Factory Air, en Barajas - De San Bernardo
La pandemia también ha hecho mella en los propios clubes, que tienen que asumir los gastos de los locales y de sus trabajadores en nómina. «Abrir hasta la una es la ruina, a partir de esa hora viene la gente», afirma Manuel (nombre ficticio), uno de los trabajadores de Private, en Alcalá de Henares. Según dice, la facturación se ha desplomado un 60 por ciento. Este local de alterne solo mantiene abierta la terraza, donde una decena de mujeres ven pasar el tiempo. De hecho, muchos clubes de la capital han preferido cerrar, como los ubicados en las calles perpendiculares a la Gran Vía (El Papillon, Poupee, New Girls...).
Sexo, ¿sin contagio?

D’Angelo, en un costado del paseo de la Castellana, sirve copas a las meretrices y sus clientes desde 1977. A pocos metros de su puerta, un segundo local, del mismo propietario, da paso a un hotel de luz tenue y amplias habitaciones. «Lo que pedimos es seguir, de forma salubre. Si no, seguirá en las casas, en chalés, donde no hay medidas higiénicas», afirma su encargado, Aarón Collado.
Un bote de gel hidroalcohólico, una alfombrilla desinfectante, una mujer y su ceñido vestido negro dan la bienvenida a sus puertas. Pero son las nueve de la noche y en la barra solo bebe un hombre, entre dos jóvenes que sonríen y acarician su camisa, mientras otras dos chicas descansan de brazos cruzados en un sofá. «Hay mucho desconocimiento con la prostitución, ellas vienen porque quieren, nadie las obliga», asevera Collado. La crisis sanitaria ha cambiado las cosas. «Ellas tienen miedo. Normalmente aquí hay treinta chicas», dice.

En un prostíbulo en pleno centro de Alcalá de Henares, que funciona con una licencia de espectáculo y hospedaje, una hilera de mujeres aguardan con mascarilla a clientes que no llegan. «Claro que tenemos miedo al virus, pero en todos lados está complicado», dice una joven venezolana de 22 años. «Limpiamos más las habitaciones», dice otra. Su «profesión», no obstante, requiere contacto físico directo.
«Aquí hay que pasar por eso», asevera la camarera del local, al tiempo que señala una pistola para medir la temperatura. Los pocos que acuden estos días son «clientes habituales», afirma, como si eso evitase la propagación del virus. Minutos después aparece uno de ellos, que pide una copa y se dispone a charlar con las mujeres. «Es la primera vez que vengo desde el confinamiento, a ver a una chica, pero hoy no está», se resigna.
«Tomamos las medidas higiénicas que podemos. Varias nos hemos comprado termómetros, limpiamos más a menudo... Igual que preservativos, nos podrían dar test rápidos», cuenta Sánchez, por teléfono. Pero no trabaja tanto como antaño. «La gente piensa que los puteros son unos inconscientes, que solo quieren... Pero son los hombres con los que convivimos todos los días, tienen familias y la mayoría de nuestros clientes son mayores y son población de riesgo», afirma
Cris de Quiroga
https://www.abc.es/espana/abci-retoman-negociaciones-para-prorroga-erte-202009140857_video.html

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