Formado por Betty Dodson –una renombrada defensora de los derechos sexuales en el feminismo de los sesenta y los setenta, e iniciadora de esta curiosa terapia–, Amaranth presta sus servicios de dos maneras: a través de charlas personalizadas sobre problemas, dudas y temores que impiden alcanzar la satisfacción (solo o en compañía de otros), o mediante su participación en el mismísimo momento en que sus clientes practican sexo, indicándoles cómo ser más eficaces entre las sábanas o corrigiendo aquellas conductas que les impiden disfrutar del instante decisivo.
“Desde luego, in situ, el resultado es inmediato. No tienes que probar por tu cuenta las habilidades que has aprendido en teoría y luego, a la siguiente sesión, regresar con tus preguntas”, explica el coach. “También me permite ver desajustes que solo se perciben en tiempo real o hechos en los que la pareja no ha reparado, además suelen hacer más caso a lo que yo les digo que a lo que les sugiere su compañero. Soy esa voz que les anima cuando están a punto de tirar la toalla”.
"In situ' el resultado es inmediato. No tienes que probar por tu cuenta la teoría y luego regresar con tus preguntas”
Que nadie piense que Amaranth atraviesa la línea de lo terapéutico: él asiste al acto (¡sin meterse en el tálamo!), observa con detenimiento (unas veces, sentado a una prudencial distancia de la cama; otras, dando alguna vuelta para buscar el ángulo que mejor le permita evaluar qué ocurre allí), marca pautas y propone nuevos caminos; eso sí, siempre vestido y sin tocar en absoluto a los amantes. ¿Quiénes están dispuestos a contratar una asistencia de estas características? “Mujeres y hombres. Heterosexuales, gais, lesbianas, bisexuales… Mi cliente más joven tiene 19 años; el mayor, 80”, aclara. Y no solo acuden los más torpes en cuestiones amatorias: “Tengo clientes con los más variados niveles de habilidad sexual. Algunos incluso han alcanzado la maestría y buscan un sexo cada vez mejor”. Mr. Amaranth se enorgullece de haber evitado muchas rupturas sentimentales. “¡Imagínate la de parejas que estarían juntas si trabajaran conmigo!”.
Dicho así, los 240 dólares por hora (unos 200 euros) que cuesta cada sesión parecen muy bien invertidos. Claro que viajar a Nueva York para solicitar sus servicios haría que la cosa se pusiera por las nubes… “No sería necesario”, puntualiza. “Trabajo en todo el mundo por Skype. De hecho, he asesorado a varias parejas españolas”.
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