Leí un simpático tuit hace
unos días. Decía algo así: «En la playa. Se confirma, la operación bikini ha
vuelto a fracasar este año». Efectivamente, el verano y la canícula nos
desnuda.
Lo que el invierno
alimentó, engroso y escondió (figura, cicatrices,
imperfecciones, y excesos...) aparece ahora, a plena luz,
como un cuerpo desconocido y «sorprendente». Pero el calor y las
vacaciones nos enfrentan también a otro tipo de desnudez: la
desnudez familiar, la desnudez conyugal. Las vacaciones nos
acercan «al otro» de un modo distinto, intenso,
social e íntimo, lejos de los asideros de la
cotidianidad, de la individualidad del trabajo, de
las rutinas agendadas y de los tiempos pactados. Nos
exponemos a los demás, cónyuge o hijos, sin el abrigo de la rutina, el
confortable calor de los compromisos ineludibles o el cómodo recurso de la
falta de tiempo. En vacaciones, jugamos
en el campo de la desnudez más íntima.
Haber alimentado ese
«tú y yo» con espacios propios fuera de las rutinas harán esa
«desnudez» cálida y deseable. Justo al contrario que con la
«operación bikini». Si, por el contrario, no la hubiéramos alimentado
adecuadamente durante el invierno, descubriremos una unión
intima incomoda e hiriente llena de desconocimiento,
desconfianza, desinterés, y quizá también de ninguneo y
manipulación, minando la esperanza de que esta unión continúe.
Problemas en la familia
Entre el 1 de julio y el 30
de septiembre del año 2014, en España se registraron 27.266
peticiones de divorcio, un 12,5% más que en el mismo periodo de 2013, según una encuesta del Consejo General
del Poder Judicial. Tres de cada cinco (16.456) se presentaron de
mutuo acuerdo. El resto, (10.810) no consensuadas. Pero ¿es
la moda o el ambiente divorcista el problema, o
el modelo de persona que nos dejamos construir? ¿Somos una
sociedad constructora de «egos» desvinculados de su realidad
humana? ¿Es el ambiente, o somos las personas concretas las
que fallamos? Somos esposos, hermanos, hijos, no por
convenciones, poderes políticos,
ideologías o religiones: lo somos por ser humanos. La
conyugalidad genera un primer vínculo de pertenencia que nada tiene
que ver con los poderes políticos e ideológicos. Es una ideología
propia, es un poder natural. La familia tiene en
ocasiones problemas y elementos que pueden ser insoportables, ser
conscientes es el primer paso para curarlos, prevenirlos y
sobrellevarlos o incluso aislarlos en más de un caso. «Si espero
perderé la audacia de la juventud» dijo Alejandro Magno. La rendición es
el primer paso al individualismo. Solo el buen manejo de los
elementos personales más cotidianos, podrán hacer durar el
amor, dar sentido y corrección a estas enfermedades
y cuidar este compromiso fundador de cobijo humano. Audacia
sin rendiciones, frente a la soledad del desarraigo. «Más vale encender
una cerilla que maldecir la oscuridad», dice un
antiguo proverbio. Expuestos a la luz, podemos descubrir, corregir, y
fomentar, más allá de sueños de perfección y eterna
juventud, lo mejor de esta desnudez más íntima.
chinchilla / m. e. ponsabc_familia
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