SEAN MACKAOUI
«¡Hay que follarse a las
mentes!», bramaba el personaje de Eusebio Poncela, Dante, en el filme Martin
Hache. Con su alegato, pretendía hacerle entender a un jovencísimo Juan
Diego Botto, Hache, que lo mismo le podían atraer «unas tetas que una polla»
siempre y cuando tras «cuerpo y cara» encontrase «una mente que merezca la
pena conocer». La película se estrenó en 1997 y a esa escena
tiene asociada la sexóloga Martina González Veiga el nacimiento en nuestro país
del concepto “sapiosexualidad”, la atracción sexual a
través del intelecto o la inteligencia.
Según Iván Rotella, miembro
de la Asociación
Estatal de Profesionales de la Sexología (AEPS)
, «el término surge en Internet y rápidamente se popularizó su uso
porque se ajusta perfectamente a una nueva identificación de las relaciones
eróticas con algo más poderoso que el mero atractivo físico». Sapio, en latín,
significa saber. Pero la sapiosexualidad no es una orientación sexual -la Web de contactos OkCupid la
ofrece como tal para definirse- y mucho menos una parafilia.
«Que desees rodearte de
personas inteligentes porque te resultan atractivas no es ninguna dificultad de
tu erótica, al contrario, significa que valoras algo más que cuestiones
superficiales», dice Rotella. Sin embargo, pese a que hace ya 20 años que el
término es conocido socialmente, la academia no termina de abordarlo. «A nivel social el término
se ha movido mucho y bien, pero a nivel académico tal vez no se considera tan
importante estudiarlo»,
prosigue este sexólogo.
Para Marina Castro, también
sexóloga, especialista en terapias de pareja, la clave está en diferenciar entre
enamoramiento pasional y enamoramiento amistoso. «La
sapiosexualidad se enmarcaría en el amistoso: voy conociendo a una persona, me
enamoro de sus valores, o de su inteligencia, o de su manera de afrontar la
vida... y éste funciona mejor a la larga que el pasional, que es el que nos
sacan en las películas, con sudoraciones y taquicardias», explica.
Sería un error, sin embargo,
considerar que el sapiosexual se siente atraído sexualmente sólo por personas
con coeficientes intelectuales estratosféricos, tres licenciaturas, dos masters
y un doctorado en Humanidades. Se asemeja más a quedarse embobado escuchando, observando,
admirando, a una persona locuaz, con agilidad mental, rápida,
ingeniosa, divertida... inteligente.
Así lo detalla Pedro
Villegas, sexólogo de la
Federación Española de Sociedades de Sexología (FEES): «A lo
mejor esa persona no está diciendo nada.. Pero habla bien, y resulta
seductora». Más sencillo todavía: si entre dos personas el diálogo es fluido y
de alguna manera se encuentran al mismo nivel, existe
la posibilidad de una relación sexual, tal vez también amorosa y duradera, más
que satisfactoria.
Lo explicaba perfectamente el cineasta John Waters:
«Si vas a casa de alguien y no tiene un solo libro, no te acuestes con esa
persona».
Con todo, a Villegas le
preocupa la tendencia, «habitual en redes sociales y con poca credibilidad
científica» de generar etiquetas. González Veiga, por contra,
ve en la etiqueta una posibilidad: «Me pregunto si en la era del Tinder
y el Grindr necesitamos
crear etiquetas como la de sapiosexual, que nos confirme que no somos sólo una
imagen y un cuerpo consumible. Puede que esta etiqueta nos recuerde que la
inteligencia, la personalidad y la conversación atraen». Y la inteligencia - esto
lo dijo un listo, Albert Einstein - no se sostiene sólo sobre el conocimiento
sino que es, básicamente, imaginación.
REBECA
YANKE
No hay comentarios:
Publicar un comentario