No hace milagros, no se sabe si es santo o santa y no tiene ni iglesia que
lo acoja. Pero el Aparecido merece una fiesta maravillosa y guasona a finales
de agosto en los Pazos de Borbén
SANTIAGO SEQUEIROS
Hoy voy a empezar contándoles algo que ya saben. Rara
es la villa, pueblo o incluso aldea minúscula de España que no tenga en sus
inmediaciones una iglesia o ermita con una figura de devoción local. Siglos de
tradición católica en España han salpicado toda nuestra geografía con un
ejército de santos y vírgenes en número suficiente como para tomar los cielos
al asalto, si nos pusiéramos a ello. Y eso por no hablar de la cantidad de
reliquias -reales o falsas- repartidas con generosidad en esos mismos templos,
que lo de la necrofilia religiosa viene de viejo. Solo en la Península Ibérica
hay trozos de la Vera Cruz suficientes para construir una cabaña de madera y
fémures de santo, cuerpos incorruptos de santas y cosas aún más peregrinas
(existe incluso algo llamado el Santo Prepucio, que tiene que ser digno de
admiración) como para llenar un museo de curiosidades. Pero lo que no es tan
común es que en un pueblo celebren una romería en honor a un santo del que no
saben absolutamente nada. Y es que por no saber, ni siquiera están seguros de
si es un santo o una santa. Y por encima, lo mantienen en lo alto de una
montaña, encerrado en una jaula. Por si acaso. Así que hoy nos vamos a Pazos de
Borbén, en Pontevedra.
A finales de agosto se celebra una romería en lo alto
del monte da Berra, cerca del pueblo de Pazos de Borbén. El río Borbén forma un
gran valle que se esconde entre A Serra do Galleiro y los montes de Festín y
cuando se llega a la cima del monte da Berra uno se encuentra un paisaje de
belleza sobrecogedora. Justo en la cumbre del monte, y cerca de un precipicio
se levanta una cruz sin nada en particular, excepto una jaula de acero
encastrada a media altura de su fuste. Y dentro de esta jaula, está una vieja
talla de piedra, con los rasgos ya borrados por el tiempo. Es difícil precisar
si se trata de un hombre o una mujer y sobre los hombros tiene algo que podría
ser parte de un traje o incluso las alas de un ángel, si se le mira desde el
ángulo adecuado.
La historia del santo misterioso se puede resumir muy
rápido: Hace mucho tiempo, en una excavación, apareció la misteriosa figura.
Esta es una constante en la aparición de figuras milagrosas desde la Edad
Media, sobre todo las de advocación mariana, que solían ser figuras de la
Virgen que algún pastorcillo encontraba al lado de una fuente o en un lugar
sagrado. Pero en este caso, la figura es tan andrógina y con pocos rasgos que
costaba encontrarle una identidad. Es, si me permiten la pequeña irreverencia, un
"sin papeles" dentro del santoral.
En vez de enviarla a un museo, los vecinos de la zona
decidieron que sería una idea estupenda celebrar una romería que mezclase lo
religioso con lo pagano -al fin y al cabo, no es un santo reconocido por la
iglesia- y por lo tanto, desde hace mucho tiempo, reúnen a cientos de personas
en lo alto de la montaña para honrar al "Santo Aparecido". Así, sin
más complicaciones ¿Para qué molestarse en buscar un nombre, crear una leyenda
sobre su milagrosa aparición o dotarle de un trasfondo? Lo único seguro es que
tenían una imagen... y el resto ya iría sobre la marcha.
El problema es que, al no ser un santo reconocido, no
había una sola iglesia que aceptase colocarlo dentro de alguno de sus templos,
por lo que la única alternativa era dejarlo en la cima de la montaña en la que
había aparecido. Eso a su vez suponía otro desafío, porque el alto del Monte da
Berra es un sitio idílico en verano, pero es también un lugar inhóspito y poco
visitado en los duros meses de invierno. La tentación de robar la figura podría
ser irresistible para algún amigo de lo ajeno o, peor aún, se podría convertir
en el objetivo de algún grupo de vándalos. Así que, ya metidos en harina, los
vecinos decidieron que enjaular al santo, para su propia seguridad, sería la
mejor opción. Ya, total, que más daba.
Y en estas estamos. Si pasan por Pazos de Borbén la
última semana de agosto, no se pierdan la oportunidad de disfrutar de la
hospitalidad de su gente y suban hasta lo alto del monte da Berra para contemplar
al santo prisionero del que no se sabe nada más. Quizá ustedes saquen sus
propias conclusiones. O no. Pero lo que es seguro es que no bajaran de esa
montaña sin haber comido estupendamente y haber disfrutado de un buen rato de
música y diversión. Porque quizá el Santo Aparecido no haga milagros, pero lo
que si garantiza es una fiesta llena de buen ambiente. Que, si lo piensan bien,
tampoco es poca cosa.
Y el próxima día no nos iremos demasiado lejos, ya que
tan solo tendremos que viajar unos cuantos kilómetros al norte para descubrir
unas columnas construidas con decenas de piedras de forma extraña con las que
se puede controlar el tiempo. O al menos eso aseguran los lugareños. Pero eso
será en la siguiente etapa de nuestro camino.
MANUEL
LOUREIRO @Manel_Loureiro
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