La habitación de Mimi huele a
aceite de bebé y está iluminada con una luz rosa. En la repisa tiene un rollo
de papel tamaño industrial que extiende sobre la camilla y un par de toallas
que reutiliza con cada cliente: unos cinco al día. Los 15 euros del masaje son
para su jefa; ella se queda con la propina de lo que pueda venir luego: entre
10 y 20 euros, dependiendo de cómo lo haga. Le da pánico que le peguen algo,
explica en un precario español mientras recorre con un vestido negro el largo
pasillo con habitaciones a un lado y otro. Trabaja en uno de los más de 100
salones de masaje chinos con final sexual que hay Barcelona, según los Mossos
d’Esquadra. Hay tantos, que empiezan a ser una atracción turística. El suyo
está cerca de Sants y en el escaparate ofrece estilismo de uñas y peluquería.
No le gusta, desliza, pero ahora tiene contrato y un horario de trabajo. Y el
camino hasta aquí ha sido muy largo.
Mimi (su nombre para los
clientes), como las otras cuatro mujeres entrevistadas para este reportaje,
llegó a Barcelona hace tres años de la mano de un cabeza de serpiente,
el individuo que dirige una organización para transportar a inmigrantes desde
China. Sabía que estaría en un taller de ropa. Trabajar duro no era un
problema, lo hacía antes; y lo bueno es que iba a ganar más dinero. Pero
durante dos años estuvo prácticamente encerrada en un local del barrio del
Fondo de Santa Coloma de Gramenet, donde vive una extensa comunidad de su país
(en Cataluña hay registrados 47.973 chinos) y donde dan con sus huesos muchos
recién llegados. “El taller es la puerta de entrada al mundo laboral aquí”,
señalan fuentes policiales. Trabajaba 16 horas al día siete días a la semana.
Comía (siempre arroz y fideos) y dormía con otras 30 personas. Cobraba entre
800 y 1.000 euros al mes. Le sirvió para ahorrar. Y también para pagar la deuda
del viaje.
Mimi
pasó de trabajar 16 horas al día en un taller de costura a uno de los más de
100 salones de masajes que hay en Barcelona.
Foto Internet. Taller de masaje
Esta rutina se repite en
otros casos en Barcelona, pero también en ciudades como Madrid. Los Mossos
d’Esquadra realizaron en 2009 una macrorredada contra 40 talleres ilegales en
Mataró. Detuvieron a 77 personas y liberaron a 450 ciudadanos de
origen chino (la mayoría mujeres) que trabajaban en condiciones de
semiesclavitud que incluían en ocasiones agresiones físicas, según consta en el
sumario. El caso Wei destapó también que gran parte de la ropa que se fabricaba
en alguno de aquellos talleres -muchos de los recintos eran legales pero sus
trabajadores no- terminaban en los escaparates de grandes marcas como Zara, El
Corte Inglés, Desigual o Cortefiel. Las marcas ignoraban la situación laboral
de los trabajadores, pero como ya sucedía en algunos lugares de Italia, aquellos
talleres eran tan baratos y eficientes que salía más a cuenta usarlos que
fabricar la ropa en China o Tailandia.
El
problema es que fue casi imposible obtener declaraciones en contra de los jefes
de aquella supuesta organización. Nadie afirmó sentirse explotado. Al
contrario, la mayoría se indignó cuando se quedaron en la calle y se
manifestaron para volver a trabajar. “En parte tiene que ver con la cultura de
trabajo china", señalan fuentes judiciales que participaron en la
operación, liquidada con solo tres condenados por explotación laboral. Al juez
le pareció poco dos testimonios acusatorios para una red de 40 talleres.
"No son organizaciones estancas. El que está explotado puede ser el
explotador al día siguiente. La chica de los masajes dirigirá el centro si
trabaja mucho. Prosperan dentro de la estructura. Y así es difícil que declaren
en contra de nadie”.
Interior de uno de
los talleres de Mataró clausurados en 2009. Gianluca
Battista
Estefanía (nombre
españolizado y falso que pide) es un ejemplo de este fenómeno. Hoy tiene su
propio negocio de masajes en el Eixample, con tres chicas trabajando para ella.
Pero 12 años antes tuvo que cruzar Asia y Europa desde Pekín. El viaje duró un
mes y fue parando y cambiando de vehículo en distintos países como Italia y
Holanda. Lo hizo con unos amigos, explica, aunque los mossos no tienen duda de
que siempre es un cabeza de serpiente con distintos enlaces en cada
país. Nada más llegar se puso a trabajar en un taller de Badalona donde la
esperaban varios familiares. Comenzó la misma rutina que todas las otras mujeres
entrevistadas: 16 horas al día, comer y dormir en el mismo sitio…Tampoco había
nada extraño en aquello, recuerda, solo mucho trabajo. Ahora atiende en la
recepción de su salón de belleza, pero cuando no hay otra chica disponible,
decide prestar ella el servicio. “En China si hay trabajo se trabaja”, proclama
mientras acepta que se publique su historia si no se da la dirección del salón
y su nombre.
Estefanía
tardó un mes en cruzar Asia y Europa en coche para terminar trabajando en un
taller de costura de Badalona
Su caso se encontraría en el
tercer nivel de deuda, según explica el jefe del área de Crimen Organizado de
los Mossos d’Esquadra, Antonio Rodríguez. Se trata del momento en que ya se ha
obtenido papeles, saldado el “crédito” por el viaje y se trabaja por cuenta
propia, pero utilizando recursos de la estructura, principalmente la mano de
obra y un nuevo préstamo: casi nunca prácticamente nunca acuden a los bancos (y
tampoco a la policía cuando tienen algún problema). Nadie todavía ha demostrado
que sea una mafia o un grupo criminal, solamente una estructura paralela. “Se
nutren del mismo sistema y pasan de explotados a explotadores", explica
Rodríguez. "Muchas mujeres se han alejado de la práctica sexual directa y
se convierten en mamis [como se conoce en el argot a las directoras de
estos locales]. Y eso para ellos es prosperar. Es un modelo de éxito
reconocido”.
La comunidad china cree que
la situación ha cambiado mucho en los últimos años y descarta que esta sea una
tónica generalizada. El presidente de la Unión de Asociaciones Chinas de Cataluña, Lam
Chuen Ping, asegura que hoy en día el panorama es muy distinto y que ya
prácticamente no hay talleres así. Según este reconocido empresario, que lleva
más de 40 años en Barcelona y ayudó y medió con los trabajadores que se
quedaron en la calle tras la operación de los Mossos en 2009, aquel caso fue
“un disparate” que tuvo “nefastas consecuencias económicas para Mataró”. Debido
a la pésima situación económica de España, prácticamente ya no llegan nuevos
chinos, opina, y los que llegan lo hacen para invertir. La segunda generación
ya no está en estos asuntos. “Tenemos abogados, médicos, arquitectos…”.
Un agente habla con
una mujer china durante la intervención policial de Mataró en 2009. Gianluca Battista
No hay duda de que la mayoría
de los hijos de inmigrantes están totalmente integrados en las dinámicas sociolaborales
españolas. Pero, según Mossos, sigue habiendo captación de trabajadores en
origen, sobre todo en las provincias orientales de Fujian y Zhejiang. “El
captador ahí no tiene que hacer una gran campaña, la gente sabe que existe esa
estructura paralela a la legal", explica Rodríguez. "Es como una
agencia de viajes. Él tiene una bolsa de potenciales trabajadores y según las
necesidades que haya en cada país, se cursa la petición desde origen:
telefonía, bazares, almacenes, talleres o para la explotación sexual, en la que
siempre media un engaño”. Luego comienza el viaje, que puede oscilar entre
10.000 y 15.000 euros, dependiendo de las vías utilizadas y de la cantidad de
recursos necesarios, como documentación falsa.
Después de la operación de
2009 la gran mayoría de estos lugares cerraron, pero la creciente demanda ha
provocado un nuevo florecimiento, señalan fuentes de los Mossos d'Esquadra. Los
sindicatos no logran penetrar en su mundo. “Es una comunidad muy opaca y muy
cerrada", señala Carlos Chicano, responsable del sector textil del
sindicato CC OO en Cataluña. "Vienen aquí en condiciones muy precarias y
la consecuencia es la explotación laboral. Pero ellos muchas veces no sienten
que están explotados porque tienen mejores condiciones que en su país de
origen”. La práctica, sin embargo, normaliza un régimen laboral inaceptable e
inalcanzable económicamente para la competencia.
No
son organizaciones estancas. El que está explotado puede ser el explotador al
día siguiente", señalan fuentes de la fiscalía
Cada vez que ha habido un
golpe policial a los talleres de costura, muchas mujeres se han buscado la vida
o han sido recolocadas en otros negocios. Las que tenían posibilidades por su
buen aspecto han podido optar o han sido reclutadas para los salones de
masajes, explica un policía que ha participado en varias operaciones: “Si la
chica es guapa, le sacan más rendimiento ahí que haciendo camisetas”. Le
sucedió a Ana (da ese nombre a sus clientes), que vino a España hace cuatro
años en avión con una documentación falsa. Lleva dos haciendo masajes en un
salón del Eixample. El lugar está aseado y, como todos, es un bajo comercial
con salida a la calle. Tras concertar una cita con ella, explica que estuvo dos
años trabajando en un taller de Badalona sin papeles y que utilizó durante
mucho tiempo el pasaporte de una amiga. Los españoles no las distinguimos,
dice. Algo que, con matices, confirman todas las fuentes policiales
consultadas.
Pero la documentación falsa
también es otro recurso. En 2011, en el transcurso de la Operación Turandot,
los Mossos d’Esquadra desarticularon un laboratorio de pasaportes chinos en
Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). La calidad era tan perfecta que el FBI se
llevó parte del equipo incautado a EE UU. “Las marcas de agua eran de altísima
calidad, las microfibras eran buenísimas… en fin, los documentos eran casi
auténticos”, recuerda Antonio Rodríguez. Pero quedaron absueltos. El rastro del
dinero de la organización se perdía en Prato, una ciudad de la Toscana (Italia) donde la
comunidad china (uno de cada cinco habitantes) controla el tradicional negocio
del textil. Es también el lugar donde los expertos consideran que estas
estructuras tienen el cuartel general en Europa, uno de los escenarios
descritos por Roberto Saviano en Gomorra y el oscuro recuerdo del
incendio de 2013 en uno de aquellos talleres donde murieron siete trabajadores
chinos.
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