1. Disfrazarse y
seducir, de nuevo, a la pareja
La filosofía del carnaval encierra un componente muy
erótico que es la posibilidad de ser otro por unas horas, reinventarse o
interpretar un papel; con el consiguiente beneficio de que abandonar la propia
personalidad durante unas horas, y sin que eso nos pase factura, puede ser
extremadamente liberador. Precisamente, esa es la función del disfraz, que
proporciona un manto de invisibilidad de la propia existencia, una especie de
indulgencia papal que nos perdona los pecados o una amnistía que borra nuestros
delitos y nos devuelve la inocencia.
Disfrazarse y jugar a
ser otro, una táctica que nunca falla. Foto: Cordon Press
El carnaval hace la vista
gorda o participa de la creencia de que lo que pase esos días se olvida
rápidamente sin dejar huella, porque realmente no éramos nosotros los que
actuábamos, sino nuestros alter egos o personalidades dormidas, a las
que en muy pocas ocasiones se les permite salir a la calle.
Pero el disfraz también puede
permitirnos volver a revivir algunos momentos, repetir acciones sin ser
identificados, tan solo por el placer de recrearlas. ¿Quién no ha fantaseado
alguna vez con volver a conocer de nuevo a su pareja? Pues el carnaval es un
buen momento para hacerlo, aunque este juego requiere de una
cierta complicidad con algunos amigos y algunos dotes de interpretación.
Para empezar, hay que
conseguir que la pareja o la persona a la que queramos sorprender de nuevo se prestan
a acudir a una fiesta de disfraces, solo o con amigos. Y a nuestro favor
tenemos que los carnavales están a la vuelta de la esquina. La persona encargada
de la seducción debe decir a su ‘víctima’ que no acudirá a esa fiesta, ya sea
porque está fuera por trabajo, se pone enferma repentinamente o alguna causa de
fuerza mayor. Hay que buscar una excusa creíble y convencer al otro de que vaya
a divertirse sin nosotros. El paso siguiente es que la persona que organiza el
juego debe disfrazarse lo mejor posible porque su deber es acudir a esa fiesta,
sin que el otro lo sepa, y tratar de seducirle.
Hay que evitar hablar, ya que
la voz es fácilmente reconocible –a no ser que seamos expertos ventrílocuos o
imitadores – y hacer la mayor parte del trabajo a base de miradas, gestos e
insinuaciones, hasta que llegue el inevitable momento de la verdad y de
quitarse la máscara.
El juego es un excelente
barómetro para medir el nivel de atracción que todavía existe en la pareja;
aunque se desaconseja a los muy celosos, que pueden empezar a obsesionarse
viendo solo el lado negativo –éste/a se va con cualquiera – y no el positivo
–todavía hay química entre nosotros –.
A quienes piensen que esto es
muy difícil de hacer o, directamente, inviable; les contaré una anécdota que mi
madre solía relatarnos a mi hermana y a mí, para demostrarnos su teoría de que
un hombre excitado pierde su capacidad de raciocinio, además de que ve mermados
muchos de sus cinco sentidos. Hace muchos años, en un pueblo gallego llegó el
carnaval. Generalmente, en esa época, los maridos salían con sus amigos y las
mujeres casadas se quedaban en casa. Pero un año una señora decidió gastarle
una broma a su esposo y, junto con una vecina, se disfrazaron para seguir a sus
parejas y ver qué hacían. La protagonista de la historia iba tan bien camuflada
que se ligó a su marido y, cuando ya estaban en un pajar dispuestos a todo, él
le subió la falda y dijo, “estas si que son piernas y no las de mi mujer”.
2. Tener el control,
aunque sea remoto
El orgasmo es una rendición, un abandono, un momento
en el que se ha perdido el rumbo. Es muy difícil responder a la pregunta, ¿qué
es más excitante en el sexo, tener el control o cederlo?; y, seguramente, la
mayoría contestaría que lo ideal es una mezcla de ambas cosas.
Para los momentos en que
preferimos que alguien conduzca el vehículo, que nos lleve a cualquier parte y
estar totalmente a su merced, la juguetería erótica de última generación puede ser
de gran ayuda para jugar a lo que llamaremos: ‘Tú tienes el mando”.
Para ello, es imprescindible
tener algún tipo de vibrador o masajeador que funcione por mando a distancia.
El padre de un amigo decía que había tres cosas en las que uno tenía que
gastarse el dinero y no economizar: la comida, una buena cama y los zapatos. Yo
añadiría una más: los juguetes eróticos, puesto que van a estar en contacto con
nuestro yo más íntimo y con nuestras mucosas, a las que no les agradan la
mayoría de los plásticos made in China. Hay que buscar marcas que
trabajen con silicona médica de alta calidad y que sean fiables. Lelo, por
ejemplo, cuenta con varias opciones como Lyla 2, una bala vibradora que también
puede introducirse en la vagina; o las Bolas Hula, que son como bolas chinas
pero con vibración. Ambas con un mando a distancia que actúa por control remoto
y que cubre un campo de hasta doce metros.
Una vez que tengamos el
aparato adecuado y alguien dispuesto a ocuparse de los mandos, se trata de ir a
algún sitio público, jugar y explorar los propios límites; contando siempre con
la posibilidad de ir al baño a aliviarse, sola o acompañada. El cine es un
clásico, al igual que un bar o un local nocturno, aunque la imaginación no tiene
límites.
En 50 sombras más oscuras
no falta la escena del restaurante, en la que Grey le pide a Anastasia que se
quite las bragas. Para superar esa escena solo hace falta pasarse antes por una
sex shop. El juego admite todo tipo de retos, recompensas o castigos,
como el de quedarse sin postre, si se está cenando rodeada de gente.
3. Atar o ser atado
Cualquiera que haya pasado de la postura del misionero
dispone de unas esposas compradas en alguna sex shop. A mi me llamaron
por los altavoces en el aeropuerto de Heathrow para pedirme explicaciones de
por qué llevaba unas en mi equipaje de mano –no me cabían ya en la maleta –.
Claro que estábamos en la era post september eleventh y lo de empacar
nunca ha sido mi fuerte.
Independientemente de nuestro
grado de simpatía hacía la filosofía BDSM, uno debería probar, al menos una vez
en la vida, el juego de las ataduras. En el
apartado de prácticas para salpimentar la vida de la pareja, puede aparecer
este capítulo, en su versión más soft; pero si le añadimos una venda
en los ojos el sumiso/a se encuentra indefenso, vulnerable, expectante y sin
poder prever todo lo que va a ocurrir. Aquí la cosa cambia y puede definirse de
cualquier manera excepto como el rutinario revolcón del sábado noche.
El placer de este juego, para
el que se queda ‘indefenso’, está en la entrega y en la sensación de
vulnerabilidad e indefensión, que hacen subir la adrenalina y la excitación,
sin contar con que muchos disfrutan de la sensación física de sentir la presión
de las ataduras. Para el activo, el que ata, el gusto está en tener el poder y
en las grandes posibilidades creativas que eso brinda. A partir de aquí cada
uno puede diseñar el plan a su medida, o no planear nada y dejarse llevar; pero
la gracia está en calentar al otro y llevarlo al límite para luego seguir o
parar y dejarlo aún más desorientado, si cabe.
4. Jugar a ser otro
Todos tenemos fantasías, en
mayor o menor medida, que nos gustaría realizar pero que vemos casi imposible
que se de la posibilidad o circunstancias para que ocurran. Antes de quedarse
con las ganas, una opción es tratar de recrearlas, como si se estuviera
interpretando una obra de teatro o película, gracias a las enormes
posibilidades de los juegos de rol. Los más escépticos pensarán que no tiene
gracia, puesto que ya sabemos que es una pantomima y no algo real, pero los que
lo han probado se asombran de lo fácil que es engañar a la mente y lo rápido
que uno se mete en el papel. Y si no, que le pregunten a los actores, que no
pocas veces han acabado profundamente afectados por un personaje que tuvieron
que interpretar en la gran pantalla.
Una de las fantasías más comunes es tener sexo con
un completo extraño, que nos aborda en un bar o en la calle. Algo
que no sucede muy a menudo en el día a día. Pero si se cuenta con un partenaire,
con ganas de jugar, se puede emular esta ficción.
Tan solo hay que escribir el
guión. Por ejemplo, busquemos una calle con no demasiados bares –tarea difícil
si uno vive en España- y quedemos de encontrarnos en alguno de esos locales,
sin especificar cuál, entre las 20:00 y las 21:30. Vistámonos de forma algo
distinta, de acuerdo a nuestro personaje, que puede ser un ejecutivo extranjero
en viaje de negocios, una turista sola en la ciudad, una trabajadora o
trabajador del sexo en busca de clientes… Actuemos conforme a nuestro papel y
tengamos cerca un lugar donde poder llegar a mayores: habitación de hotel,
coche, confortable baño de algún restaurante o discoteca. Y experimentemos la
sensación de ser otro, sin juzgarlo ni esperar nada de él. Es probable que le
cojamos el gusto y hasta que algún día nos den el Goya a la mejor actriz o
actor revelación.
RITA
ABUNDANCIA
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