El famoso “beber para
olvidar” puede haber pasado a la historia. Aunque es cierto que una buena
cogorza suele implicar que al día siguiente uno no recuerde todo lo que ha
hecho, las cosas malas (precisamente esas que queremos borrar de la memoria)
podrían afianzarse en nuestro cerebro de una manera más férrea que si no
bebiéramos.
Es lo que se desprende de un
estudio publicado en la revista Translational Psychiatry, llevado a
cabo por investigadores de la Universidad John Hopkins, de Baltimore (EE UU).
Dividieron a ratones de laboratorio en dos grupos: uno bebió agua durante dos
horas y al otro le dieron grandes cantidades de alcohol en el mismo intervalo
de tiempo. Posteriormente, a ambos grupos les hicieron escuchar un sonido
concreto que iba seguido de una descarga eléctrica. Al día siguiente, los
roedores escucharon el mismo sonido, solo que esta vez no estuvo seguido de la
descarga. Los resultados mostraron que los ratones a los que habían
emborrachado tenían más miedo (recordaban mejor la descarga) que aquellos que
habían bebido agua.
La conclusión del trabajo es
que el alcohol perpetúa la sensación de miedo: la extinción de este recuerdo
requiere de receptores del neuotransmisor glutamato (una sustancia que está
relacionada con la memoria), y cuando los compuestos del alcohol se unen a
estos receptores, estos interfieren en las sinapsis (comunicación neuronal),
provocando que los animales que han bebido alcohol "no se acostumbren al
estímulo y no olviden su mala experiencia previa", explica el neurólogo
Pablo Irima, vocal de la Sociedad Española de Neurología.
Dicho neurotransmisor
(implicado en la extinción del recuerdo) y la bebida no se llevan bien. “El
glutamato produce rechazo al alcohol. Se suele utilizar en clínica para que los
pacientes dejen de beber”, dice el psiquiatra y presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Julio Bobes.
Evade, pero no borra los traumas
Que el alcohol nos hace
recordar las cosas más fácilmente era algo que ya había puesto de manifiesto un
estudio de la Universidad
de Texas (EE UU), en 2011. Según esta investigación, empinar el codo activa
ciertas zonas del cerebro relacionadas precisamente con el aprendizaje y la
memoria.
Pero aun así, la idea de que
beber para es un buen modo de alejar los malos recuerdos está tan extendida que
incluso el estudio asegura que la mayoría de las personas afectadas por
diversos traumas (entre un 60% y un 80%) ingieren alcohol compulsivamente.
“Muchos de los pacientes con estrés postraumático se emborrachan con el fin de
evadirse de la situación, olvidar o dormir con más facilidad”, añade Irima. Y
los investigadores concluyen: "Si los efectos del alcohol en los recuerdos
desagradables son similares en los humanos, nuestro trabajo podría ayudar a
entender mejor cómo funcionan estas memorias y como enfocar mejor las terapias
en personas que presentan estrés postraumático".
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