Sus fiestas han llegado a
tener repercusión política y el club se ha visto obligado a cambiar varias
veces de ubicación
Ellas se calzan
minifalda y transparencias. Hay quien, directamente, opta por
prescindir de blusa y sale a conquistar la noche con el pecho descubierto.
Ellos deciden convertirse en Jesús Gil por un día: camisa ancha, sin botones,
con florituras horteras. Pero no, lo que les espera después de tres tranvías, un
autobús y muchos tragos de cerveza no es una fiesta de verano en Marbella. Es
la discoteca porno KitKatClub, uno de los locales más emblemáticos de Berlín. Calentando la capital
alemana desde 1994.
El autobús se para en la Brückenstraße, zona
en la que también se ubica la discoteca Tresor -a los amantes de la música
electrónica tal vez les suene el nombre-. Después de agotar el alcohol a la
orilla del río, el grupo de españoles por el mundo -por definirlos de alguna
manera - se dirige a una especie de cabaña gigante que se esconde tras
una verja. Entran. Mientras sacan del bolsillo los 10 euros que cuesta el ticket,
la encargada les advierte: "Esto es algo serio. No os
paséis con la bebida. Las fotos están prohibidas. Como veamos
una cámara, vais fuera".
3,2,1.... ¡Comienza el espectáculo!
Primera sala. Suena pop, house y techno. El
ambiente es de lo más ramdom. Cuerpos desnudos y cuero negro.
Terciopelo, focos fluorescentes, luces ultravioleta, dos barras americanas, un
sillón de ginecología, un cincuentón masturbándose. En una esquina, una cama
enorme. Allí, al menos dos chicos y tres chicas disfrutan de una orgía.
La segunda estancia, ubicada en otra planta, parece aún más extravagante.
Paredes con grafitis psicodélicos acogen a unas treinta personas. Gente de
todas las edades. Desde adolescentes -el único requisito para entrar es ser
mayor de edad y vestir raro- hasta jubilados. Muchos se han dejado la ropa
olvidada en la puerta. Todos beben alrededor de una piscina que huele a
sexo y látex. Algunos dan caladas a su quinto cigarrillo. Otros
deciden montárselo en el agua. Les pone.
Inspirado en el club nocturno
del musical Cabaret, local que en 1930 el productor teatral Harold
Prince ubicó en Berlín pese a la negativa del partido Nazi, esta famosa discoteca
le debe su nombre a una agrupación política de corte liberal que surgió en Gran
Bretaña allá por el siglo XVIII. Sí, la Kit-Kat-Club.
Perversión y repercusión política
Aunque sus raíces, plantadas
sólo cinco años después de la caída del Muro de Berlín, son hoy mucho menos
revolucionarias y rebeldes de lo que un día fueron -en la
actualidad es más un sitio de música y baile que un 'foco de perversión'-, el
local se ha convertido en toda una institución.
Sus fiestas han llegado a
tener repercusión política y el club se ha visto obligado a cambiar varias
veces de ubicación. En 2001, cuando el partido conservador
gobernaba en la capital alemana, sus responsables, los directores de cine porno
Simon Thaur y Kirsten Krügeren fueron perseguidos por la policía y acusados de
incitación a la perversión pública.
Experimentación, aventura, música, libertad o sexo convierten
a esta discoteca en una atracción para curiosos llegados de todos los rincones
del mundo. La popularidad de la que goza es tal que hasta se baraja la
posibilidad de trasladarla al descampado reinado por Berghain, el club más
conocido de Berlín.
El "¿qué cojones hago yo
hago aquí?" que, seguro, acecha la cabeza de más uno al pisar la discoteca
y ver el primer látigo se esfuma pasados tres bailes. Bajo el lema "haz lo que quieras
pero mantente conectado con la atmósfera", KitKatClub ha sabido ganarse el
respeto y la empatía de casi todo aquel que opta por apurar allí las últimas
horas de la noche. Al fin y al cabo, el que una pareja, un trío o un cuarteto
se lo monte al lado de la barra escogida estratégicamente para beberse el
último cubata en paz, acaba convirtiéndose en algo así como un partido de
fútbol. Si no te interesa, no le haces ni puñetero caso.
ÁNGELA CASTILLO
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