El rápido aumento del nivel del mar en la zona ha hecho desaparecer varias
islas del archipiélago y ha reducido su superficie en más de 50.000 metros
cuadrados
Aguas cristalinas, playas de arena blanca y arrecifes
de coral. Es el paraíso, Guna Yala, un archipiélago de más de dos mil
kilómetros cuadrados que desaparece bajo las aguas del Caribe.
La comarca indígena está formada por 365 islas; 36 de
ellas están habitadas y alojan a más de 33.000 personas que pasarán a ser desplazados climáticos en los próximos años. En Guna Yala, adultos y jóvenes son conscientes de
que no pueden detener el cambio climático y entienden que la consecuencia es el
hundimiento de la comarca.
Los guna fomentan prácticas sostenibles entre sus
compatriotas y también entre sus invitados
El compromiso de esta etnia con su entorno natural es
pleno. Viven del ecoturismo, la pesca y la artesanía y no permiten a empresas
ajenas gestionar la zona para no sucumbir a la turistificación ni perder su
identidad. Conscientes de los reducidos recursos naturales del archipiélago,
los guna fomentan prácticas sostenibles entre sus compatriotas y también entre
sus invitados: hacer un uso responsable del agua, reducir al mínimo el consumo
eléctrico (luz, enchufes…) y mantener las playas libres de basura.
Pero a pesar de las buenas prácticas de los indígenas,
el cambio climático ha llevado el paraíso guna al borde de la desaparición. Las
causas de esta situación son múltiples, pero la más directa es el aumento del
nivel del mar.
A pesar de que la elevación media en el planeta es de ocho
centímetros, hay zonas donde se produce de forma más acelerada, como la costa
panameña del Pacífico, donde asciende a 25 centímetros. La costa atlántica del
país corre la misma suerte, lo que está afectando al archipiélago Guna, situado
en el Caribe a tan sólo un metro sobre el nivel del mar.
La reducción de la superficie –los últimos datos
oficiales, de julio de 2014, apuntan a una disminución 50.300 metros cuadrados–
obliga a los indígenas a escoger entre permanecer en las islas o la reubicación
en tierra firme. Los indígenas recurren al relleno de coral para aumentar la
superficie terrestre, pero, al retirarlo del fondo marino, facilitan el
crecimiento del oleaje y con ello las inundaciones, su principal amenaza.
Además, a pesar de que de las 49 comunidades guna,
sólo 41 continúan residiendo en las islas, existe un problema de sobrepoblación
que está generando un impacto aún mayor en el archipiélago. La alta densidad de
población y las visitas turísticas han derivado en la sobreexplotación de los
recursos naturales. Las islas han dejado de honrar el nombre del país al que
pertenecen, Panamá, que significa ‘abundancia de peces’. Apenas quedan
crustáceos y moluscos en las aguas de Guna Yala, la mayoría se importan de la
costa continental.
Pueblos Resilientes
Las comunidades que han decidido trasladarse al
continente, tan sólo ocho, lo han hecho a la región de Llanos de Cartí. Para
organizar la reubicación –que se estima realojará a 28.000 personas- se ha
creado la comisión La Barriada, que en la actualidad gestiona el asentamiento
de 300 familias y la habilitación de un hospital y una escuela.
Independientemente de que sea efectiva, la reubicación
en Cartí implica retos para la comunidad guna. Entre ellos, su independencia.
Los guna son uno de los pueblos indígenas más autónomos del mundo, su forma de
autogobierno, independiente del Estado de Panamá, les ha permitido hacer frente
a la intromisión en su cultura y sus valores y la vuelta al continente supone
una nueva vinculación al país. Pero, además, también peligra su economía, pues
gran parte de sus ingresos proceden del turismo de sol y playa isleño.
El tercer reto al que se enfrentan es adaptarse a su
nuevo entorno generando el menor impacto medioambiental posible
El tercer reto que enfrentan los Guna Yala en su
regreso al continente es adaptarse a su nuevo entorno generando el menor
impacto medioambiental posible. Cuando llegaron a la región de La Barriada, los
indígenas realizaron trabajos para aclimatar la zona, tarea que implicó la
limpieza del bosque secundario que la cubría. Desde entonces, se ha planificado
la construcción de 300 casas y una nueva escuela, pendientes de la llegada de
fondos y de la mejora en el abastecimiento de agua y electricidad. La búsqueda
de soluciones sostenibles es una prioridad.
El ejemplo de Ngäbe-Buglé
Otras comunidades panameñas ya las han encontrado. La
comarca indígena Ngäbe-Buglé, situada a unos 500 kilómetros del nuevo
asentamiento de los guna, también tuvo que reorganizarse, a finales del siglo
XX, ante las necesidades provocadas por el deterioro ambiental y la acción del
hombre.
Esta población indígena, con un índice de Desarrollo
Humano por debajo del 0,5, es la comunidad más empobrecida de Panamá. Sus
recursos, por tanto, son escasos, pero su compromiso con el medioambiente hace
que evolucionen de forma sostenible.
Recientemente, con la colaboración de acciona.org -la Fundación de ACCIONA encargada de fomentar el acceso a la energía, el
agua y las infraestructuras a comunidades desabastecidas-, se ha implantado en
la comunidad el proyecto piloto Luz en
Casa que permite a 2.250 personas de Ngabe-Buglé disponer
de luz eléctrica durante seis horas al día mediante sistemas fotovoltaicos.
Además de ser una apuesta sostenible, permite a los indígenas ahorrar un 30%
del coste que invertían en otros métodos de iluminación, como linternas o
velas.
Las energías renovables son la solución al problema de
abastecimiento al que se enfrentan las comunidades indígenas ubicadas en zonas
aisladas, donde no llegan la luz eléctrica ni el agua potable. Es el caso de la
comunidad Wiwa, en Colombia, donde se ha instalado una potabilizadora
que funciona con energía solar. Con esta
iniciativa, auspiciada por acciona.org y en la que colabora la ONU, 400
indígenas pueden acceder a un derecho humano básico: el agua.
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