En el centro Redada de la Policía Nacional de Colombia
en los burdeles situados en la zona de tolerancia de la ciudad de Cúcuta. La
zona de tolerancia está concentrada en la calle 7 de la ciudad. En ella apenas
quedan prostitutas colombianas, todas ellas han sido desplazadas por
prostitutas venezolanas que han huido de Venezuela por culpa de la crisis que
vive el país. - Álvaro Ybarra Zavala
Cúcuta, en Colombia, se encuentra La Séptima, mejor
conocido como barrio El Callejón, una calle muy concurrida donde la oferta y
demanda de distintos productos de limpieza, comestibles y cosméticos se junta
con las puertas de los bares, abiertas durante todo el día para ofrecer
entretenimiento sexual. «Aquí el deseo nunca duerme», dice un cartel a la
entrada de un bar. La música es ensordecedora y en la puerta de cada
establecimiento, con el mejor estilo de las ferias de comidas, varios muchachos
conocidos como «jaladores» invitan a todo el que pasa para que se tome un trago
y conozca el lugar. «Pase, que no cobramos por mirar y tenemos las mejores
venecas, como las desee». «Veneco» es un término peyorativo que nació en Colombia para
referirse a los venezolanos.
Es temprano en esta zona del Norte de Santander y
todavía no hay muchos clientes en las barras. En el bar «Las Pitufas de las
Vegas», las mesas están ocupadas por un veintena de muchachas que se están
maquillando y arreglando. Alguna que otra conversa con un cliente. En un rincón
está Carolina. Su aspecto es el de una menor de edad, pero tiene 21 años. Su
viaje comenzó hace seis meses en Maracay, una ciudad cercana a Caracas y a doce
horas en autobús de Cúcuta. «Estaba estudiando enfermería, pero llegó un momento
que tenía que decidir entre estudiar o llevar algo de comer a casa. Mi bebé se
vio muy grave de una enfermedad estomacal. Fue desesperante llevarlo al
Hospital Central de Maracay, donde no había antibióticos para curarlo. No se
imagina la impotencia», dice.
Redada de Policía Nacional de Colombia en los burdeles situados en la zona
de tolerancia de la ciudad de Cúcuta. La zona de tolerancia está concentrada en
la calle 7 de la ciudad. En ella apenas quedan prostitutas colombianas, todas
ellas han sido desplazadas por prostitutas venezolanas que han huido de
Venezuela por culpa de la crisis que vive el país. - Álvaro Ybarra Zavala
La desenfrenada inflación y la escasez de medicamentos
-que ronda, según la Federación Farmacéutica Venezolana (Fefarven), el 85%-
provocaron que esta joven estudiante tomara la decisión de salir del país.
«Una amiga me comentó cómo era todo acá y que se podía
ganar lo suficiente para vivir, así que me vine con mi hijo», explica Carolina.
Las mujeres no solo trabajan dentro de los
establecimientos. También salen y entran buscando un cliente. A medida que va
subiendo la hora, se puede observar a más chicas fuera que dentro de los
locales.
Carolina dice que por el rato cobra unos 35.000 pesos
colombianos equivalentes a unos 12 dólares o 10 euros. De ellos, 7.000 van para
el pago de la habitación del hotel que queda al lado del local, y donde va con
los clientes. «A veces a uno le sale un buen cliente y te paga hasta 300.000
pesos, y con eso ya resuelvo el alquiler de la cada donde vivo en un día».
Una de las grandes preocupaciones de Carolina, antes
de emigrar a Colombia, no solo era estudiar y poder dar todo lo necesario a su
hijo de año y medio, sino también ayudar a su familia. «No es fácil cambiar de
vida por esto. Lo pensé muchas veces, pero me tocó», recuerda.
Desde hace seis meses, tras atravesar la frontera para
ejercer la prostitución, envía 65.000 pesos semanales, unos 20 euros, a su
familia, que sigue en Maracay. El dinero mensual que envía supone, a fecha de
hoy, más de 16 salarios mínimos en su país.
El éxodo masivo ha cambiado el escenario de la
prostitución en Colombia. El turismo sexual en Cúcuta era el oasis para los
venezolanos en la época de bonanza económica petrolera en Venezuela. «Todo el
mundo sabe que aquí, en el burdel, las colombianas se sorteaban el cupo para
entrar y hacer fortuna de los bolsillos ricos de los venezolanos», nos dice
entre risas Juan Negrín, un farmacéutico sexagenario de padres colombianos,
pero nacido en Venezuela.
Detalle de la entrada de uno de los burdeles situado en la zona tolerancia
de la ciudad de Cúcuta - Álvaro Ybarra Zavala
Hasta hace dos años, la mayoría de las trabajadoras
sexuales eran nativas, pero todo cambió con la llegada desbordada de migrantes
a Colombia, que hoy se cifra en 1.174.742 venezolanos, según el informe más
reciente de la Oficina de Migración de Colombia.
En los bares no se ven colombianas, a excepción de las
dueñas del comercio. La Policía y Migración no maneja cifras exactas de cuántas
venezolanas ejercen la prostitución en Cúcuta. Aunque algunos reporteros de la
Asociación de Mujeres Buscando Libertad, una ONG dedicada a la defensa de los
derechos humanos y laborales de las trabajadores sexuales, explican que más de
6.500 mujeres habrían ingresado en Colombia para prostituirse. Las mujeres que
desean obtener mayores ingresos prefieren aventurarse a llegar hasta las
grandes ciudades, como Cali, Medellín, Bucaramanga y Bogotá. Allí, según un
estudio de la Secretaría Distitral de la Mujer y el Observatorio de Mujeres y
Equidad de Género de Bogotá, una de cada tres prostitutas es venezolana.
Muchas de las chicas pasan unos meses en Colombia,
ahorran dinero y vuelven cuando se les ha acabado. Otras se quedan porque
sienten que les va mejor en Colombia. Algunas tienen la esperanza de que las
cosas cambien.
Los funcionarios policiales, que mantienen controles
todas las noches, entran de improviso para revisar que las mujeres tengan
papeles. «Esto está lleno de ciudadanas venezolanas que han huido de la crisis que
vive el país vecino. Es impresionante que no haya colombianas. Y cada día ves
caras diferentes. Muchas viven del otro lado de la frontera y trabajan acá»,
cuenta el subteniente de la Policía Nacional de Colombia, Alex García.
En las calles, los colombianos sienten que las
condiciones de vida en su país pueden verse cada día más afectadas, y la
prostitución es uno de esos fenómenos que una sociedad tan conservadora no está
dispuesta a tolerar. «Que regresen esas mujeres de la mala vida a su país», grita
una cucuteña sentada en la Plaza Bolívar, al ser preguntada por el tema.
Jorge Benezra
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