'La pasión de Mademoiselle S.' reúne una selección de las cartas eróticas que encontró en un desván el diplomático Jean-Yves Berthault, un alarde de enigma y lujuria
Una postal erótica,
editada hacia 1915, época de 'La pasión de Mademoiselle S.' Photo by Bob
Thomas/Popperfoto/Getty Images
'La pasión de Mademoiselle S. es algo así como si un siglo entero quedara sepultado en una caja y dentro de una cartera
de cuero. Allí aparecieron las cartas que Simone (una anónima Simone) escribió
a su amante Charles entre 1928 y 1930. Textos furtivos que alguien guardó serenamente en un
desván para que otro alguien los descubriese. Había en el gesto de
conservar estas hojas viejas una ambición: la de que fuesen leídas de nuevo.
Casi como un fetichismo de papel. Casi como un pecado. Casi como una fiesta. El diplomático francés
Jean-Yves Berthault recuperó aquel conjunto hace algunos años mientras ayudaba
a una amiga en la mudanza. Encontró la caja detrás de unos
marcos viejos. La abrió. Halló una cartera de cuero y de ella extrajo un puñado
de sobres. Buscó por dentro y silabeó al azar algunas líneas con la extrañeza
de quien irrumpe en un secreto que no estaba previsto.
Aquel material resultó
fascinante. Doscientas
misivas de una calentura insólita. Extremada. Hiriente. De un
erotismo que llega sin prejuicio a la pornografía. Un detallado relato sin exceso
de literatura. Tan sólo con el menester de fijar en papel un deseo. Una pasión.
Una lujuria de dos cuerpos que se exploran hasta donde casi nadie confiesa.
Una
literatura fisiológica que Berthault descifró siguiendo la misma secuencia que
establecen ciertas novelas. Y con ese aire de historia real e
inverosímil a la vez, reunió una selección de piezas y le dio este título al
conjunto: La pasión de Mademoiselle S., publicado en España por Seix
Barral.
«Tuve la extraña sensación de
que ahí, al alcance de la mano, tenía una aventura extraordinaria, de que
estaba ocurriendo algo importante», dice el diplomático. «Como cuando a uno se
le presenta una buena oportunidad y cree ser testigo de un milagro, y se le
pone la piel de gallina... Le compré a mi amiga la correspondencia entera y
aquí está». Tardó un año en fechar la secuencia. Y algo más en ordenar los
documentos, en escoger los más interesantes, en armar el puzzle cambiando los
nombres para evitar que alguien, aun 100 años después, pudiera identificar a
los protagonistas. Él tampoco sabe quiénes fueron. La caligrafía de los
originales es limpia, lenta, concentrada. Y lo que revelan: ardiente, feroz,
vibrante. Al placer del texto se suma el placer del sexo.
«Bajo esa caricia nueva
tiembla y vibra todo tu ser. Tu cuerpo pesa sobre mi cuerpo, sólo somos uno, nos
abrazamos estrechamente. Y, durante largos minutos, lamemos mutuamente nuestras
carnes hasta el delirio, y el goce ardiente y doloroso nos mantiene jadeantes».
Es el tono general de la correspondencia, aunque ésta es su parte más suave,
incluso la más lírica. Las cartas, en orden cronológico, dan cuenta de un celo
creciente donde ella, Simone, lleva la brújula. Ordena. Pide. Exige. Descubre.
Inflama. Charles se deja llevar. Mejor: se deja hacer.
El erotismo de las primeras
alcanza temperatura de obsesión más adelante. Charles está casado. Es más joven
que ella. Ella es una mujer libre que ha encontrado en esa libertad una
conquista y un campo de pruebas. Su cuerpo es el mapa. Al principio los encuentros
furtivos suceden varios días a la semana, pero la cadencia y el tiempo enfrían
antes o después los fuegos. «No puedo dormir, amor mío, soy espantosamente desgraciada y tengo el
corazón encogido. Me pregunto qué ocurre para que te hayas vuelto de pronto tan
indiferente, tan despegado de nuestra pasión, hasta el extremo de que puedas
estar tres largas semanas, casi un mes, sin que nos veamos».
Sucede que el tiempo todo lo
cura como todo lo traiciona. Incluso las más fuertes historias de amor. De sexo
y amor. Como en Las once mil vergas, de Apollinaire. Como Historia
de O., de Pauline Réage. Como Justine o los infortunios de la virtud,
del Marqués de Sade. En esa órbita se instala esta aventura que tiene su charca
originaria en los años 20 de París, cuando los sueños aún eran ciertos e
imposible su herida.
No se trata exactamente de literatura, sino de vida
vivida. El funcionamiento
intelectual de los textos está fuera de la moral. Tan sólo sirven en el espacio
donde la intimidad se dispara sin dios ni amo. «Sí, Charles, cuando vuelvas nos
entregaremos a los delirios más intensos. Nuestros cuerpos estarán
irresistiblemente unidos por miembros sobrenaturales, y ya nunca más, no, nunca
más, podremos olvidarnos. Pues ¿no eres el mejor amante? Pues ¿no eres la mejor
amante? Pues ¿no formamos los dos cuatro cuerpos? ¿Por qué buscaríamos en otra
parte las ebriedades que jamás podrían igualar nuestro vicio mutuo? Los amores
como los nuestros son cosa rara». Cuatro cuerpos en la cama:
todos son hombre, todos son mujer. Y sus apetitos, insaciables.
Dos años duró la relación.
Charles dejó de ir en busca de Simone. Ella quedó devastada. No se sabe qué sucedió.
Tampoco si existieron en lo real. O si ella es ella. O si ella es Charles
mientras otro fue Simone. Qué más da. Pocas veces una
correspondencia dejada al azar despierta tanto enigma excitado, tanta mística
de la sexualidad abierta, tanto freudismo pantagruélico, violento e incesante.
Casi en estado de emergencia, como si sólo se pudiera soñar.
ANTONIO LUCAS MADRID
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