Sacerdotes
efectuando una ceremonia en uno de los pandals
Del 26 al 30 de septiembre
ha tenido lugar en Calcuta el Durga Puya 2017, probablemente la mayor celebración del
planeta. Es difícil explicar en qué consiste y en qué se ha convertido lo que
en sus orígenes no era más que la conmemoración de la mitológica victoria de
la diosa Durga sobre el invencible Mahisasur, el demonio que
atormentaba a la humanidad, simbolizando la prevalecía del bien sobre el mal.
Es verdad que puede haber
algo del Carnaval
brasileño en esta fiesta, pero también del espíritu fallero de
Valencia, de esa exaltación emocional del Rocío, de
los fastos y excesos de la Navidad cristiana
y, si me apuran, hasta de la feria de Sevilla. Todo ello, naturalmente, bien aderezado al curry, con ese toque
especiado, inconfundiblemente hindú. Puede pensarse que, como ha pasado con
tantas conmemoraciones cristianas, el aspecto religioso haya ido perdiendo
lustre y el Durga Puya se haya convertido en una de esas fiestas que la
humanidad parece haber necesitado siempre, esos estallidos de alegría tribal y contagiosa que hacen olvidar temporalmente las
angustias de la vida… y muchas veces preceden a la depresión del día después.
Pero puedo garantizarles que esta increíble celebración de Calcuta
mantiene sus raíces profundamente hundidas en la más sincera devoción. Basta
acudir al amanecer a las orillas del río Hooghli, un brazo del Ganges
en realidad, para ver el inacabable desfile de grupos familiares caminando
hasta el agua con sus mejores saris, plantas, flores, inciensos y tambores para
efectuar sus rituales con conmovedora devoción.
En toda la India, a esta especie de
novena anual se la denomina tradicionalmente Navaratri y tiene un carácter marcadamente espiritual, cuya máxima expresión
son las ceremonias religiosas, las austeridades y los rezos, especialmente
dedicados a exaltar la figura de la diosa madre del panteón hindú. Sin embargo
en Calcuta, la más joven de las ciudades indias, la vieja tradición comenzó a
tomar un nuevo sesgo con la presencia de los ingleses y su
omnipotente Compañía de las Indias Orientales, que hizo ricos a
muchos comerciantes locales. Estos potentados, queriendo impresionar a las
autoridades británicas, aprovechaban las celebraciones religiosas para
organizar lujosas fiestas privadas con espectaculares decoraciones y abundantes manjares,
compitiendo abiertamente entre ellos por que la suya fuera la más deslumbrante.
No se regateaba nada. Se contrataba a los más destacados artistas para que
construyeran espectaculares reproducciones de la diosa, a los mejores
decoradores para que crearan entornos fastuosos, a los cocineros
más afamados para que deleitaran a los invitados con sofisticados manjares, a
los más renombrados artistas, músicos, bailarinas… De aquellas magnas
celebraciones viene el concepto de «lujo asiático»
que los ingleses acuñaron para tratar de explicar lo nunca antes visto.
Aspecto exterior de
uno de los pandals
Andando el tiempo, los
ingleses se fueron de la India
y el Durga Puya comenzó a adquirir un cariz más popular. Antiguamente
esta celebración era privilegio de los pudientes, pero, a principios del siglo
XX, doce amigos decidieron sacar la imagen de su sede tradicional para que todo
el mundo pudiera participar de la fiesta, desde entonces conocida como Baroyaari («doce amigos»).
Ellos formaron la primera hermandad. Hoy hay más de mil quinientas hermandades
o cofradías que trabajan todo el año, compitiendo entre ellas, como hacían los
ricos, para construir los más impresionantes pandals, los fastuosos marcos que
acogen a las distintas creaciones de la diosa de diez brazos. Estos pandals,
como nuestras fallas, son estructuras temporales hechas con los más diversos
materiales: bambú, terracota, hierro, desechables, etc, y están destinadas a
desparecer tras la fiesta, mientras las imágenes de Durga son tragadas por las
aguas del Ganges. Naturalmente, los inmensos costes son generalmente asumidos
por grandes empresas e instituciones.
Durante los días del Durga
Puya pueden llegar a contarse varios miles de auténticas obras de arte
de diversos tamaños, algunas descomunales, expuestas por doquier en las plazas
y rinconadas de Calcuta, invadidas por masas de exultantes devotos en un
ambiente festivo, entre el incesante batir de los tambores, el humo del
incienso, el colorido de los saris y la alegría desbordada de un pueblo que
esos días olvida sus fantasmas, inundando la ciudad de alegría. Son días de
fiesta, en los que la religión parece poco más que un pretexto para comer,
celebrar y descubrir asombrosas obras de arte en los rincones más
insospechados, participando en la euforia colectiva que se reinventa con cada
hallazgo. Es en estos días cuando Calcuta es más Ciudad de la Alegría
que nunca.
Acicalándose para la
gran fiesta
Una buena muestra del talento
creador bengalí se encuentra en la figura de Tagore, aquel poeta sabio que
decía que «si lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas te impedirán ver
las estrellas». Pero otra de las mayores muestras de ese temperamento creativo
que caracteriza a la capital de Bengala es la celebración del Durga Puya, una
fiesta que se ha convertido en un extraordinario fenómeno sociocultural que
atrae cada año a más de diez millones de personas. Los pandals en los que se
exhiben las mil interpretaciones de la diosa Durga son auténticas obras de arte
que los calcutíes visitan día y noche con tanta devoción como orgullo,
antes de que sean hundidas para siempre en las aguas del río.
La competición es muy viva
entre los distintos grupos y artistas y cada año se conceden premios a las
mejores creaciones. El primer premio del año pasado fue a parar a un pandal
inspirado en el terrorismo. Su autor, Subroto Bangerjee, eligió el tema tras
presenciar un atentado terrorista en Pakistán que
costó la vida a doscientos niños. Para él, el terrorismo es el auténtico
monstruo que amenaza en nuestros días a la humanidad. A la entrada, se
reproducía una impresionante explosión, una especie de hongo de fuego que
parecía marcar el camino del infierno. Sólo se podía acceder al interior a
través de un túnel hecho de explosivos y coronado por una espiral de
alambradas. Al fondo, uno se encontraba con una bella imagen de la
misericordiosa Durga. Menos mal.
Aunque más modesto, también
me gustó mucho el año pasado otro pandal que consideraba la industrialización como
el monstruo de nuestros días. Me tocó la fibra el hecho de que
allí un grupo de voluntarios cocinara diariamente cientos de comidas para los
desamparados. Entre los pandals que vi entonces, que fueron unos cuantos,
también me despertó gran admiración una elegante composición de tipo
psicodélico, en la que la gran imagen central de Durga aparecía
incomprensiblemente «flotando» en el espacio.
La inmersión de Durga
siempre es emocionante el último día
La inmersión de los pandals
es otro espectáculo que nadie debe perderse. Los devotos se dirigen al río al
atardecer del último día con sus ídolos al hombro, buscando cualquier rampa que
les permita acceder al agua. En general, son pequeñas procesiones sin
mucha fanfarria, pero con una gran carga emocional. Piden a la diosa que no
deje de volver al año siguiente y la depositan delicadamente en el agua. Hay también
grupos numerosos que llevan imágenes de mayor tamaño. Algunos se sirven de
barcos para pasear la imagen hasta el centro de la corriente y depositarla allí
con los últimos rayos de sol, entre loas y cánticos que ponen los pelos de
punta. Pero nada alcanza el nivel emocional de las grandes imágenes que depositan los
devotos durante la noche en una gran rampa especial que
facilita el acceso al río. Los porteadores bajan corriendo, en un estado tal de
excitación que muchas veces les resulta difícil coordinarse para bajar al agua
las pesadas imágenes que acarrean.
Ya se sabe que toda
institución no es más que la sombra alargada de un solo hombre. Aunque el Durga
Puya ha venido siendo una masiva celebración popular en Calcuta desde hace casi
un siglo, sólo en los últimos diez años ha comenzado a ser conocida en el mundo
gracias a la pasión y al empeño personal de Jaydeep Mukherjee, presidente
de Meghdutam Travels, quien, apoyado sin fisuras por la organización estatal Increíble
India, se ha propuesto no sólo llevar el nombre de Durga por todos los rincones
del planeta, sino atraer a miles de extranjeros a esta celebración sin parangón
en el mundo conocido.
¡Ah! Y para terminar, una
buena noticia: Air India ha empezado a volar la ruta directa Madrid –
Delhi con modernos dreamliners. Lo hace tres veces
por semana (martes, jueves y sábados) y cuenta con una fantástica red de
conexiones a toda la India.
Francisco López-Seivane, escritor y
periodista, colaborador habitual ABC, es autor de «Cosas que aprendí de Oriente»
(Anaya).
ABC VIAJAR FRANCISCO
LÓPEZ-SEIVANE
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