Pareja comiendo un
par de pasteles Voyagerix / SHUTTERSTOCK
Dice una de las citas más
célebres del escritor Gabriel García Márquez que "el amor es tan
importante como la comida, pero no alimenta". Lo que a buen seguro
ignoraba el premio Nobel en el momento de pronunciar este enunciado es que con
el paso del tiempo su frase iba a ser completada por la ciencia agregando que,
si bien es cierto es que no proporciona nutriente alguno, sí engorda.
Así lo han demostrado
distintos informes como el firmado por la Sociedad Española
para el Estudio de la
Obesidad (SEEDO), donde se pone de manifiesto que enamorarse supone un aumento de peso
de unos 4,5 kilos de media que empiezan a caer desde el mismo
momento en el que nos enamoramos y hasta que la relación se consolida.
Eso es lo que pudieron
comprobar tras analizar una muestra de más de 2.300 mujeres de entre 31 y 40 años,
con novio o casadas, con al menos un hijo, con estudios superiores y residentes
en núcleos urbanos. A su vez descubrieron la existencia de distintos factores
que explicarían el porqué de este desbarajuste.
El primero de ellos estaría
relacionado con la necesidad de "amarrar" al que creemos puede ser el
amor de nuestras vidas a través del aspecto físico en un contexto de dura
competencia. Y es que una de cada cuatro féminas sometidas a examen reconoció
haber comido menos durante los primeros pasos de la relación restando
importancia a su aspecto. Una vez en la zona de confort, corroboraba otro estudio,
tanto ellos como ellas aumentaban el tamaño de sus porciones en cada comida.
Las mujeres con pareja pesan,
de media, 10 kilos más que las solteras
Además de los hábitos
alimenticios, y según se desprende de la muestra de este mismo informe, el 33% practica más
deporte cuando se encuentra en fase de búsqueda de pareja y el
35,8% relega a un segundo plano el ejercicio físico una vez el amor empieza a
menguar.
Todo ello desemboca en un
aumento de talla que, en algunos casos, se dispara mucho más allá de lo
saludable. Al menos eso es lo que han podido comprobar de primera mano los
científicos de la
Universidad de Queensland, en Australia, donde después de
analizar centenares de casos certificaron que, efectivamente, la flecha de Cupido
contiene en su interior muchas más calorías de las que cabría
esperar.
En este sentido, después de
constatar las diferencias de peso entre hombres y mujeres solteros y con pareja
estable, se verificaba que el peso medio de las féminas emparejadas es 10 kilos
mayor que el de aquellas que no tienen compromiso alguno. En el
caso de los hombres, el incremento medio se sitúa en los 7,5 kilos.
Otro análisis británico se
mostraba aún más agorero hablando de un aumento anual de algo más de kilo y
medio durante los primeros tres cursos de relación. Cifras, todas ellas, más
altas que las registradas en el caso español y que vienen a corroborar que se
trata de un patrón
que se repite a lo largo y ancho del globo.
Quizás la investigación más
llamativa con las variables "amor" y "peso" como elementos
de estudio es la que presentó el Centro Nacional de Biotecnología de la Información de Estados
Unidos. Después de analizar un total de 169 parejas llegaron a la conclusión de
que la curva de la felicidad sí existe. Sus resultados no dejaban lugar a la
duda: las parejas que se revelaban como más felices eran aquellas que más kilos se habían
echado encima desde que estaban juntos y las más insatisfechas
las que menos habían alterado su tallaje bajo el influjo de la pasión.
Otros malos hábitos en las
relaciones estables
Si algo queda claro tras la
macroencuesta realizada por la
SEEDO es que los cambios en la apariencia física no son los únicos
que se producen cuando una relación se consolida definitivamente con el paso de
los años.
En este sentido, se puede
apreciar cómo aquellas personas que llevan viviendo un tiempo bajo el yugo del
amor reducen de manera considerable su vida social. El 61,2 % encuestado asentía al ser
preguntado sobre si esta había menguado en comparación a su etapa de soltero.
Otros hábitos como son, por
ejemplo, los relacionados con el consumo de bebidas alcohólicas o de tabaco,
también ejemplifican que las vidas de solteros y emparejados son muy distintas
en muchos campos. Las personas sin pareja beben más que las que ya la tienen. Y en cuanto al tabaco, parece probado
que, si bien el hábito de soltero se mantiene cuando se encuentra a alguien, el
consumo aumenta notablemente cuando el amor acaba.
Por último, y pese a lo que
muchos piensan en relación el amor y su capacidad para quitar el sueño, la
realidad es que su efecto es justo el contrario. Una vez que nos sentimos
amados, la media de horas de sueño aumenta en 120 minutos.
Pocas cosas parecen hacernos descansar más que el sentir que la infatigable
búsqueda de un compañero de viaje por fin ha terminado.
DIEGO BERMEJO
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