La instalación de urinarios públicos en lugares icónicos de la ciudad da
pie a una divertida controversia
Un usuario en acción en uno de los polémicos urinarios callejeros de parís,
en los muelles de la Île Saint-Louis. THOMAS MANSON AFP / GETTY IMAGES
CUANDO LA PRIMAVERA pasada se instalaron en París los
primeros urinarios ecológicos en las proximidades de la Gare de Lyon y de la
Place de Clichy no tardaron en surgir voces discordantes, pero cuando en agosto
se instaló uno en la mismísima Île
Saint-Louis —una de las tres que afloran en el Sena y uno de los
principales reclamos turísticos de la ciudad— la polémica se multiplicó.
También lo hizo la demanda de fotografías por parte de legiones de visitantes
que lo consideraban muy divertido.
La imagen es curiosa: un hombre orina al aire libre
mientras surca las aguas del río un bateau mouche lleno de turistas que
dicen: “¡Oh, París!”. Me acerco hasta el lugar de los hechos. El urinario es
muy reconocible. El diseño no está mal: un pequeño rectángulo o maceta de color
rojo bajo una señal en la que se lee “Uritrottoirs”, uri (de orina) y trottoir (acera).
Sobre el urinario, un parterre lleno de plantitas. O sea, que mientras se
micciona se ve cómo crecen las plantas gracias a ello. Y es que la orina, en
contacto con la paja, la madera y el serrín que hay en el interior, se
transforma en abono. Estos uritrottoirs se inventaron en Nantes gracias
a la empresa francesa Faltazi, y ciudades como Lausana y Seúl ya se han hecho con una copia. Contra lo
que puede parecer, los aromas no abruman, pero, claro, el pissoir está
¡frente a un banco! donde dos señores cuestionan la solución técnica del objeto
y alertan sobre la exposición. Normal.
Un usuario en acción en uno de los polémicos urinarios callejeros de parís,
en los muelles de la Île Saint-Louis. THOMAS MANSON AFP / GETTY IMAGES
Llego a casa y repaso una emisión de la cadena
televisiva France 3 en la que Claude Lussac, coautor junto a Nathalie Marx del
libro Pisser à Paris, inventario para hallar los mejores lugares en los
que llevar a cabo dicha necesidad gratis, celebra el experimento. Tras él opina
una señora inglesa (“esto en Inglaterra sería imposible”), un joven italiano
(“qué guay, estáis muy avanzados”), un español (“falta intimidad, ¿no?”). Una
televisión japonesa envió a un equipo para filmar a un periodista en acción que
opina que en su país algo así sería considerado una obscenidad.
El profesor del máster de Urbanismo en la Facultad de
Ciencias Políticas (Sciences Po) Julien Damon asegura en su revista digital Éclairs que este es un tema crucial en una
sociedad, “pues diferencia al hombre de la mujer, a los jóvenes de los
ancianos, a los ricos de los pobres, a los minusválidos de los que no lo son y
a los que tienen casa y los que no”. Nacidos en 1840 con el ideario higienista,
en 1930 había 1.200 discretos vespasianos repartidos por la ciudad; después de
la Segunda Guerra Mundial fueron desapareciendo, y hoy solo queda uno.
La alcaldía de París, con Anne Hidalgo al frente, insiste en que este nuevo modelo de urinario es un elemento ecourbano
más que responde a una demanda de los paseantes, y que están abiertos a cambiar
el emplazamiento. Y ante la pregunta de ¿sólo para hombres?, descubro que hay
quien dice que no, que son para hombres y para mujeres que porten un pisse-debout,
el artilugio “de moda” que permite a las mujeres orinar de pie. Al final de una
emisión televisiva, una comerciante de la isla dice resignada: “Tenemos otras
atracciones más interesantes que un urinario puesto por la alcaldía”. El debate
exige muchos puntos de vista. C’est la France.
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