La literatura está llena de autores que tomaron alguna vez una decisión
sobre su obra en función de lo que les dijeran las cartas
La escritora y 'tarotista' Jessa Crispin en Barcelona.
JUAN BARBOSA EL PAÍS
Philip K. Dick escribió El hombre en el castillo,
su ucronía sobre un Estados Unidos nazi, tirando monedas sobre la mesa. Por
entonces andaba entusiasmado con el I-Ching, suerte de conjuro
adivinatorio chino basado en el azar. Lo que el desesperado escritor en busca
de respuestas a su necesaria y constante toma de decisiones – por entonces Dick aún escribía más
de una novela, a veces tres y cuatro, al año – hacía,
era lanzar monedas al aire y comprobar después si habían salido dos o tres
caras (lo que equivalía a un sí a lo que tuviese en mente) o dos o tres
cruces (lo que equivalía a un no). Se sabe que estaba obsesionado con el
asunto porque incluso los personajes de la novela – todos ellos – no hacen otra
cosa que consultar a sus monedas antes de tomar cualquier decisión. Y el
escritor que, en un tirabuzón narrativo le representa al final, también.
El último libro
de Sheila Heti, el fascinante ensayo crónica Maternidad (Lumen), se abre
con una charla de la propia autora con sus tres monedas. Ella les hace
preguntas, las monedas responden – “¿Este libro es una buena idea?” / “Sí” /
“Me duele la cabeza. Estoy muy cansada. No debería haberme echado la siesta.
Pero si me la hubiera echado estaría aún de peor humor, ¿verdad?” / “No”–.
“Con el I-Ching solo dialogas, con el tarot
además puedes encontrar un relato en medio de toda la confusión”, dice Jessa Crispin
(Lincoln, Kansas, 1978), escritora, viajera y tarotisa, las cartas de su particular baraja, especialmente diseñadas para acabar
algún día en manos de Trent Reznor (Nine Inch Nails), sobre la mesa. “Ocurrió en
mi caso y sigue ocurriendo. No es sólo que te den el cómo, el qué, el cuándo y
el dónde, en el caso de que busques orientación artística, es que van a
ayudarte a darle sentido al caos. Cuando empecé a usarlas, de hecho, me
contaron una historia nueva sobre mi vida”, dice.
Una oscura Mary Poppins
'El tarot creativo'
Para Leonora
Carrington, pintora surrealista, las cartas actuaban como espejos. Te mostraban algo que no habías sido capaz de ver. Sylvia Plath las utilizó
para, al menos, componer los tres primeros poemas de Ariel estableciendo
lo que los iniciados llaman una tirada inacabada a través de ellos, y
William Butler Yeats usó una y otra vez la imaginería tarotista en su obra –
echénle un vistazo a Sangre y luna –, porque siempre le atrajo el lado
oscuro: fue incluso miembro de una orden secreta. Pamela Lyndon Travers deja
caer en la Mary Poppins literaria, infinitamente más oscura que la
cinematográfica, buena parte de su pasión por lo inexplicable. Aunque el tarot
para Travers nunca fue algo creativo: consultaba a tarotistas cada vez que
tenía que tomar una decisión importante – adoptó a su hijo porque se lo dijeron
las cartas –. Por no hablar de Shirley
Jackson, y Jorge Luis
Borges. La lista de escritores – y no sólo escritores: Brian
Eno diseñó su propia baraja – que han coqueteado con el tarot es infinita. ¿Por
qué?
“Tal vez sea la necesidad de narrativa, o que todos
están abiertos a lo intuitivo”, contesta Crispin. Pues ante la toma de
cualquier decisión, se diría que el artista utiliza el azar no sólo para darse
confianza o seguridad – “es como si se dijera: Estoy haciendo lo correcto”,
apostilla la escritora – sino también encontrarle un sentido. “La idea no es usarlas
para predecir el futuro sino para desplazar la atención a cierta parte de
nuestra vida para intentar comprender qué nos pasa y por qué”, explica Crispin.
Veamos un ejemplo: la propia Crispin. Crispin está a punto de publicar un
ensayo, El tarot creativo (Alpha Decay), convertido en show
en La Casa Encendida, que trata sobre el asunto y que es a la vez una confesión
de hasta qué punto su vida está sujeta, a diario, a lo que dicen las cartas.
Crispin es impulsiva. Hace un par de meses conoció a un tipo en Chicago. Solo
iba a pasar dos días en Chicago y no le apetecía salir con nadie, pero las
cartas le dijeron que lo hiciera. Dos semanas después, se había casado. Muestra
la mano, señala el anillo. Y todo porque cada vez que salía con él la carta que
la baraja le mostraba era la de El Loco. Y eso quería decir que podía
perder la cabeza, que todo iría bien si perdía la cabeza. Así que la perdio.
'El tarot creativo'
Crispin, autora también del brillante Por qué
no soy feminista (Lince Ediciones), empezó a juguetear con el tarot de
adolescente, pero no fue hasta que cumplió los 28 que empezó a dominarlo. Fue
entonces cuando lo convirtió en algo así como su mejor amigo, alguien con quien
dialoga – ella pregunta, las cartas, como las monedas, responden, y no con un sí
o o un no sino con una imagen que en cada caso puede significar algo
distinto –, y cuyo diálogo le da sentido a lo que le pasa y lo que hace. “Cada
día me saco una carta que explica en parte lo que va a pasarme”, dice. Pero ¿no
condiciona el hecho de saber que puede ser un fiasco – imaginemos que la carta
es El Demonio – el que acabe siéndolo? “Sí, desde luego, pero supongo
que en eso consiste”. El carro, por ejemplo, dice, es la carta más
“cabal” de todas. “Si un día me sale El carro querrá decir que voy a
estar centrada”. ¿Les hace siempre caso? Se ríe. “No es fácil”, dice. Digamos
que les hace caso cuando lo que le dicen encaja con su propio relato en marcha.
“Lo importante es siempre seguir tu instinto”, concluye, no sin antes recordar
que sigue sin ser la única escritora hoy en día que se guía con el tarot, pues
“casi todos mis clientes son artistas”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario