Fernán Caballero fue en realidad una mujer disfrazada bajo un pseudónimo
Una lectora sostiene la biografía de Fernán Caballero. JENIFER SANTARÉN
Algunos autores deben lamentar hoy no ser autoras para
recibir algo más de atención en tiempos en que las editoriales buscan
eminentemente voces de mujer ante el tsunami feminista. Pero a lo largo de la
historia fue al contrario: muchas mujeres se vieron obligadas a adoptar
pseudónimos masculinos para lograr publicar y abrirse paso en el mundo
editorial. Fue el caso de Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea (1796-1877),
que eligió el nombre de Fernán Caballero y con él consiguió convertirse en “el
autor español” más traducido y leído en Europa. El crítico José Fernández
Montesinos le atribuye el inicio de la novela española contemporánea.
La biografía ‘Fernán Caballero’ llega mañana a los
quioscos (9,95 euros). Es la tercera entrega de la colección de EL PAÍS
‘Mujeres en la historia’, que está también disponible en la web de Colecciones. Recoge la vida de una
treintena de mujeres que marcaron un hito.
Y no fue precisamente gracias a su padre el impulso
que adquirió esta española hija de alemán y gaditana con una relación
complicada que quedó plasmada en cartas que volaban como balas entre Alemania y
España cuando se separaron. Él explicaba así las causas: “Las vejaciones que la
suerte me impone por las rarezas de mi mujer. Si mi mujer ha tenido la
inconcebible locura de imaginarse que tal cual es ahora es necesaria para mi
felicidad, está atrozmente engañada. Si no quiere ser otra, ha hecho muy bien
en marcharse; cuando ella cambie, cuando se convierta en humilde, dócil,
obediente, complaciente y económica, será recibida por mí con los brazos
abiertos”. Lo escribió en 1805, según recoge la biografía escrita por Milagros
Fernández Poza para la colección Mujeres en la Historia
Clara Campoamor
Esa madre que no quiso ser otra, ni dócil, ni obediente, ni económica, por el
contrario intentó inculcar en sus hijos e hijas sin distinción el amor a la
literatura. Sobre ello discreparon exmarido y exmujer en un diálogo de sordos
que las cartas han reflejado como testimonio del machismo estructurado que
intentaba doblegar entonces a la mujer:“ La esfera intelectual no se ha hecho
para las mujeres”, escribía el padre a su exmujer. “Dios ha querido que el amor
y el sentimiento sean su elemento. ¿Por qué son desgraciadas todas las mujeres
sabias? ¿Por qué se las detesta? ¿Por qué se las ridiculiza, por lo menos? No
he encontrado todavía una mujer a quien la más pequeña superioridad intelectual
no produzca alguna deficiencia moral. El día que quemes tus ‘Derechos de la
mujer’ será para mí un gran día”.
En carta con fecha de 14 de septiembre de 1806, ella
le responde: “Quitándoles a las mujeres la facultad de juzgar por sí, de
formarse sus principios y carácter, se las hace esclavas de sus pasiones, y
cuando las quieran subordinar a la razón del hombre –como si la razón y el alma
tuviesen sexo–, y si aquel hombre destinado a guiarlas no tiene razón… ¿qué
harán las pobres entonces?”.
Su madre no quiso ser otra, como le pedía su padre.
Cecilia no fue otra sino otro, al menos de nombre. Un eficaz disfraz en forma
de pseudónimo que adoptó para llevar adelante su carrera. Todo ha cambiado y
los estantes hoy están llenos de autoras pero, por fortuna, ningún hombre
necesita pseudónimo de mujer.
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