Los desnudos de Schiele todavía
levantan ampollas. Las autoridades de Reino Unido y Alemania no quieren
exponerlos en sus espacios públicos para celebrar su centenario. ¿El motivo?
Que los cuadros del pintor vienés son demasiado escandalosos y provocadores.
«Pornográficos», según la alcaldía de Londres. Como respuesta, la Oficina de
Turismo de Viena, impulsora de la iniciativa, decidió colgar las obras del
artista tapando las partes «polémicas» de sus modelos con un letrero-denuncia:
«Cien años ya, pero aún demasiado atrevido». La historia no pasaría de la
anécdota si no fuera porque ha coincido en el tiempo con un intento de retirar una obra de Balthus del Metropolitan de Nueva York –por mostrar a una adolescente en posición sensual– y con varios casos en
los que Facebook ha censurado obras de arte con desnudos, la última una
escultura de hace 30.000 años. Así, la protesta por Schiele se convierte en
pregunta: ¿Nos estamos volviendo
demasiado pacatos?
Los desnudos de Schiele, con su cartel protesta por la censura - Twitter
Para que se cumpla esta normativa existe un algoritmo
tan opaco como estricto, que va cazando pechos y otras intimidades entre los
millones de imágenes que se suben a esta comunidad. Hay, además, un equipo de
censores que, según anunció Mark Zuckerberg en mayo del año pasado, este 2018
crecerá hasta los 7.500 efectivos. Y eso para los más de 2.000 millones de
usuarios únicos que la red social registra cada mes. En un reportaje publicado
por el diario «The Guardian», que analizaba el sistema de censura de Facebook,
varios empleados reconocían estar abrumados por el volumen de trabajo y
confesaban que, en muchos casos, «solo tenían 10 segundos» para tomar una
decisión.
De hecho, en el mismo reportaje se subrayan
incoherencias entre lo estricto en temas de sexualidad y la «manga ancha» con
la exhibición de armas, por ejemplo. «Lo mismo ocurre con las superproducciones
de Hollywood. Normalmente no ves ni un pecho. ¿Por qué? Por factores
comerciales. En cambio no hay limitaciones de edad, que yo sepa, para ver una
ametralladora, un tanque, un arma» señala Javier Gomá Lanzón, escritor,
ensayista y director de la Fundación Juan March.
La Venus de Willendorf
Así, asistimos a excentricidades como eliminar por
«pornográfica» la célebre Venus de Willendorf, una escultura del
paleolítico que está en las antípodas del erotismo contemporáneo. La usuaria,
Laura Ghianda, había intentado hacer un anuncio con la escultura, pero la
compañía no lo aprobó. Tras la polémica decisión, la empresa terminó
retractándose. Aun así, un portavoz de Facebook subraya en declaraciones a ABC
que su política de publicidad no permite «el desnudo ni el desnudo sugerido».
«Pero hacemos una excepción con las esculturas. Por lo tanto, el anuncio con
esta imagen ha sido aprobado. Nos disculpamos por el error», zanja.
Por un caso similar –desconectar la cuenta de un
usuario galo que había compartido la pintura de Gustave Courbet «El origen del
mundo» en febrero de 2011– la compañía ya ha ido a juicio en Francia. Sobre este
acontecimiento también han cambiado su postura, reconociendo el error. «“El
origen del mundo” es una pintura extremadamente significativa, que encuentra su
sitio perfecto aquí. Para nosotros es importante que Facebook siga siendo un
lugar de acceso a la cultura», afirma Delphine Reyre, directora de asuntos
públicos de Facebook en Europa.
«El origen del mundo», de Gustave Courbet-WP
Y también hay polémicas
más allá de la pintura. El año pasado, la fotógrafa belga Marijke Thoen capturó
una imagen de un parto en agua y decidió publicarla en Facebook, pero para su
sorpresa esa imagen fue censurada por la red social por ser demasiado
explícita. Incluso llegaron a bloquear su cuenta. Y otra vez la compañía reculó
y rehabilitó la publicación. Lo mismo ocurrió, por cierto, con una instantánea
firmada por Jade Beall que mostraba a un grupo de madres dándoles el pecho a
sus hijos y fue eliminada por resultar «ofensiva y vulgar». Después de varios
casos más, el propio Mark Zuckerberg se comprometió con la visibilización de la
lactancia materna y esas polémicas han desaparecido, como las de las mujeres
con mastectomías, que hasta el año pasado no podían subir fotos de sus
operaciones.
Entonces, ¿somos más pacatos ahora o estamos solo ante
una suma de casos aislados y anecdóticos? «Son casos aislados que tienen más
eco debido a las redes sociales», sostiene Guillermo Solana, director artístico
del museo Thyssen. «Yo no creo que ahora haya más puritanismo, sino que a los
medios les fascinan estos casos aislados de radicalismo puritano. Como nos
fascinan a todos, porque son estrafalarios», añade. Así, respecto a la polémica
de Facebook recuerda que las redes sociales tienen que funcionar para un
público muy amplio, por lo que tienen que evitar herir cualquier tipo de
sensibilidad. «Entre el público general hay mucha gente que les gustaría
demandarles por pornografía o lo que sea», apunta.
¿Y fuera de las redes sociales? Ahí están Balthus y
Schiele… «Realmente lo de Balthus fue una petición individual, pero no hay
ninguna iniciativa de un museo ni de ninguna autoridad de ninguna clase para
restringir la obra de este pintor», explica. Y lo de Schiele –argumenta– es matizable,
pues siempre ha sido un artista provocador. «Un desnudo de Tiziano censurado es
un disparate. En cierto sentido los desnudos de Schiele lo que piden es la
reacción de shock indignado del público burgués (...) Una autoridad pública
puede decidir que eso no se exhiba en una valla publicitaria porque piense que
ese no es el lugar ideal para la obra».
En la fachada del impresionante edificio de la
Secesión vienesa, construido por Joseph María Olbrich, reza uno de los lemas
del fin de siècle vienés: «A cada tiempo, su arte. A cada arte, su libertad».
Es una buena máxima para entender que la cultura es expresión de un tiempo, con
sus propios pulsos, y que no siempre resiste un análisis comparativo con los
valores de la actualidad. «Si exigiéramos a todo el pasado los valores que
están vigentes en nuestra época, eso significaría, probablemente, que
deberíamos borrar toda la historia de la cultura. Siguiendo eso, tampoco
deberíamos ir a ningún país que no respetase los mismos derechos que el
nuestro. No podríamos leer muchos poemas, empezando por la Ilíada o la Odisea,
que son el nacimiento de la cultura occidental. Hacer esa corrección sería como
privarnos a nosotros mismos de las cimas del pensamiento y del arte universal.
Con lo cual, en nombre de una supuesta moralización, lo que haríamos es un
tributo a la barbarie», remata Gomá.
La ejemplaridad y el martillo
¿Hasta dónde llega la libertad artística y de
expresión cuando hablamos de un espacio que es de todos? ¿En qué punto el poder
tiene que exigir cierto decoro o ciertas normas? Trasladamos nuestras dudas a
Javier Gomá Lanzón, filósofo y director de la Fundación Juan March, que ha
dedicado gran parte de su trayectoria ensayística a hablar de la ejemplaridad
pública; esto es, a convertir la moral en un asunto público. Su teoría ha
calado hondo en estos tiempos de corrupción, pero también ha ofrecido un arma a
los moralistas: la ejemplaridad como un martillo censor.
Amadeo Modigliani
«Tenemos pendiente la dignificación del espacio
público. El problema es cuando esta tarea pendiente es utilizada de manera
oportunista. La ejemplaridad es auto exigencia. Y cuántas veces hemos visto que
se utiliza este concepto no como auto exigencia sino como instrumento para
censurar y demonizar al adversario», explica. Así, insiste, la ética y el
decoro han de instalarse desde el ejemplo y no a través de la censura o la
prohibición. Y con respecto a la piel fina de aquellos que se molestan por cualquier
desviación del discurso mayoritario se muestra tajante: «Lo que ocurre es que
como vivimos en una época pos ideológica, en la que hay pocas ideas. Y cuando
alguien tiene pocas ideas tiende a ponerse moralizante y vulgar».
Según Gomá, vivimos en una época donde hay mucho
desconcierto y donde las ideas morales con consenso universal brillan por su
ausencia. «Parece que una de las maneras de recuperar estas ideas es esa
especie de moralización un poco atolondrada. Que, a mi juicio, esconde
oportunismo y vulgaridad», lamenta.
Pero la tarea de la dignificación del espacio público
sigue ahí. «¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo conseguimos que determinados
comportamientos sean considerados valiosos y virtuosos por todo el mundo? ¿Cómo
conseguimos que eso ocurra en el arte, en las redes sociales, en el
comportamiento público?», se pregunta. La solución, explica, pasa por aplicar
más el ejemplo y menos el martillo, además de fomentar la educación de la
ciudadanía. «Lo que debemos hacer es crear una ciudadanía ilustrada y dotada de
buen gusto que, por sí misma, sepa distinguir aquello que es valioso porque
deba ser imitado, de aquello que es valioso porque tiene fuerza estética»,
concluye.
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