miércoles, 28 de marzo de 2018

¿Qué es el “petting”?

·       La nuestra es una sociedad de las finalidades. Lo importante es la línea de meta, el destino, la portería, la firma del contrato; el resultado. Un “resultado” que no suele ser otro que aquello que marque nuestro patrón ideológico como “resultado”.
Todo lo que no alcance un objetivo predeterminado lo entendemos como “incompleto”… porque hemos perdido el sagrado arte de divagar. El tránsito, para nosotros, no es un fin en sí mismo sino sólo un medio, sin embargo, nuestra existencia no es una acumulación de fines sino un continuo transitar, un deambular, un andar errático por el territorio del tiempo. 
Relaciones sexuales “completas”…
En el sexo, y más concretamente en las interacciones, marcamos ya de antiguo una finalidad, algo que les da a esas interacciones la condición de “completas”; el coito. Todo lo que lo precede, todo ese “divagar” es entendido como los preámbulos, los preliminares, lo que hay que pasar para alcanzar la meta.
Así, hablar de “relaciones sexuales completas” es pedir la certificación de que la penetración se ha producido, de que lo que has realizado con tu sexualidad no es un simple “juego de niños” sino algo “consumado” (de hecho, un matrimonio eclesiástico puede ser anulado si no se ha producido esa “consumación” por entender que el propio matrimonio no ha llegado a ser completo).
Un exceso de detención por parte de los amantes en lo que “antecede” y prepara la culminación, no es sólo entendido de forma despreciativa como algo de personas que, en sí mismas, no están completas (cosas de jovencitos), sino como algo digno de encuadrarse en los adultos con comportamientos sexuales parafílicos; prácticamente la totalidad de las parafilias (que en realidad son sólo “peculiaridades eróticas”) tienen en común ese excesivo deleite en lo que no es el propio coito en sí.
¿Qué es exactamente el “petting” y por qué es una erótica en sí?
Pues bien, el “petting” es una de las contramedidas contra esa primacía del coito como fin último. El término guarda relación con el verbo inglés “to pet” que significa acariciar, mimar, darse arrumacos, por lo que “petting” es lo que hacemos cuando realizamos estas acciones.
A eso se le llamaba, cuando yo llegué a España (que, aunque ya hace tiempo, era un poco posterior al “Siglo de Oro”), “magrearse” o “pegarse el filete” y consistía en primar las caricias y los besos, no necesariamente en zonas erógenas primarias aunque también, vestidos o desnudos, atreviéndose con la masturbación pero sinllegar a más (como si hubiera un “más”…).
Algo así como el descubrir plácida y placenteramente la geografía corporal de tu amante satisfaciéndose en ese propio descubrir sin que por ello se negara la obtención del orgasmo. Eso es básicamente el “petting”; tocarse, besarse, acariciarse por el propio placer y motivación de hacerlo sin que todo eso sirva de mera preparación para la erótica de la penetración que es evitada.
Este tipo de relación erótica, “completa” en sí misma pues estimula toda la respuesta sexual humana, ha sido vista hasta hace poco como algo propio de primerizos que, por miedo o desconocimiento, no son capaces de dar un “paso más” (como si tuviera que haber un “paso más allá”…), pero últimamente ha sido redescubierta y encumbrada como una erótica propia y sumamente recomendable. Esta puesta en valor se ha producido por la conjunción de una serie de factores que explican muy bien nuestros actuales miedos y las variaciones en la comprensión de nuestras sexualidades.
En primer lugar, cumple una función profiláctica y anticonceptiva; al no existir la penetración, el “petting” disminuye considerablemente los factores de riesgos sanitarios derivados de contraer una enfermedad de transmisión genital, así como lo de la concepción involuntaria. Pero eso no es el único punto que opera en favor de su puesta en valor; las personas especializadas en sexología sabemos que la gran mayoría de las dificultades sexuales que se nos presentan en consulta tienen que ver con las exigencias y las imposiciones de ese rey de bastos que es el coito.
El suprimirlo o, al menos, restringirlo en esa aparente asociación indisoluble entre él y el hecho de relacionarse eróticamente (hoy en día, por la noción de “follar”, entendemos siempre practicar el coito), consigue que las necesidades de rendimiento, duraciones, sostenibilidad y aceptación que conlleva el coito se diluyan en unos amantes que pueden estar más atentos al disfrutar que al “estar a la altura”. Es por eso que las amatorias que se engloban en el “petting” son una útil herramienta dentro de la gran línea de intervención que tenemos y que se conoce como la “focalización sensorial”.
El “petting” prioriza el camino sobre el destino…
Profundizar en el “petting” es ahondar en uno mismo y en el otro sin tener que meter nada (ni siquiera la pata). Refinar sus técnicas, que no son tampoco para nada “cosas de críos”, es abordar de manera más amplia el “ars amandi” que nuestras sofisticadas vías de relación de afectos nos pone a disposición. Y es, como decíamos al principio, un sutil ejercicio de priorizar el camino sobre el destino, el “estar haciendo” sobre el “haber hecho” y el progreso sobre el resultado. Así que magreémonos un poco más y mejor, que para joder, siempre aparecerá un hueco.

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