Todo
lo que no alcance un objetivo predeterminado lo entendemos como “incompleto”…
porque hemos perdido el sagrado arte de divagar. El tránsito, para nosotros, no
es un fin en sí mismo sino sólo un medio, sin embargo, nuestra existencia no es
una acumulación de fines sino un continuo transitar, un deambular, un andar
errático por el territorio del tiempo.
Relaciones sexuales
“completas”…
En el sexo, y más
concretamente en las interacciones, marcamos ya de antiguo una finalidad, algo
que les da a esas interacciones la condición de “completas”; el coito. Todo lo
que lo precede, todo ese “divagar” es entendido como los preámbulos, los
preliminares, lo que hay que pasar para alcanzar la meta.
Así, hablar de “relaciones
sexuales completas” es pedir la certificación de que la penetración se ha
producido, de que lo que has realizado con tu sexualidad no es un simple “juego
de niños” sino algo “consumado” (de hecho, un matrimonio eclesiástico puede
ser anulado si no se ha producido esa “consumación” por entender que el propio matrimonio
no ha llegado a ser completo).
Un exceso de detención por
parte de los amantes en lo que “antecede” y prepara la culminación, no es sólo
entendido de forma despreciativa como algo de personas que, en sí mismas, no
están completas (cosas de jovencitos), sino como algo digno de encuadrarse en
los adultos con comportamientos sexuales parafílicos; prácticamente la
totalidad de las parafilias (que en realidad son sólo “peculiaridades
eróticas”) tienen en común ese excesivo deleite en lo que no es el propio coito
en sí.
¿Qué es exactamente el
“petting” y por qué es una erótica en sí?
Pues bien, el “petting” es
una de las contramedidas contra esa primacía del coito como fin último. El
término guarda relación con el verbo inglés “to pet” que significa acariciar,
mimar, darse arrumacos, por lo que “petting” es lo que hacemos cuando
realizamos estas acciones.
A eso se le llamaba, cuando
yo llegué a España (que, aunque ya hace tiempo, era un poco posterior al “Siglo
de Oro”), “magrearse” o “pegarse el filete” y consistía en primar las caricias y
los besos, no necesariamente en zonas erógenas primarias aunque también,
vestidos o desnudos, atreviéndose con la masturbación pero sin “llegar
a más” (como si hubiera un “más”…).
Algo así como el descubrir
plácida y placenteramente la geografía corporal de tu amante satisfaciéndose en
ese propio descubrir sin que por ello se negara la obtención del orgasmo. Eso
es básicamente el “petting”; tocarse, besarse, acariciarse por el propio placer
y motivación de hacerlo sin que todo eso sirva de mera preparación para la
erótica de la penetración que es evitada.
Este tipo de relación
erótica, “completa” en sí misma pues estimula toda la respuesta sexual humana,
ha sido vista hasta hace poco como algo propio de primerizos que, por miedo o
desconocimiento, no son capaces de dar un “paso más” (como si tuviera que haber
un “paso más allá”…), pero últimamente ha sido redescubierta y encumbrada como
una erótica propia y sumamente recomendable. Esta puesta en valor se ha
producido por la conjunción de una serie de factores que explican muy bien
nuestros actuales miedos y las variaciones en la comprensión de nuestras
sexualidades.
En primer lugar, cumple una
función profiláctica y anticonceptiva; al no existir la penetración, el
“petting” disminuye considerablemente los factores de riesgos sanitarios
derivados de contraer una enfermedad de transmisión genital, así como lo de la concepción
involuntaria. Pero eso no es el único punto que opera en favor de su puesta en
valor; las personas especializadas en sexología sabemos que la gran mayoría de
las dificultades sexuales que se nos presentan en consulta tienen que ver con las
exigencias y las imposiciones de ese rey de bastos que es el coito.
El suprimirlo o, al menos,
restringirlo en esa aparente asociación indisoluble entre él y el hecho de
relacionarse eróticamente (hoy en día, por la noción de “follar”, entendemos
siempre practicar el coito), consigue que las necesidades de rendimiento,
duraciones, sostenibilidad y aceptación que conlleva el coito se diluyan en
unos amantes que pueden estar más atentos al disfrutar que al “estar a la
altura”. Es por eso que las amatorias que se engloban en el “petting” son una útil
herramienta dentro de la gran línea de intervención que tenemos y que se conoce
como la “focalización sensorial”.
El “petting” prioriza el
camino sobre el destino…
Profundizar en el “petting”
es ahondar en uno mismo y en el otro sin tener que meter nada (ni siquiera la
pata). Refinar sus técnicas, que no son tampoco para nada “cosas de críos”, es
abordar de manera más amplia el “ars amandi” que nuestras sofisticadas vías de
relación de afectos nos pone a disposición. Y es, como decíamos al principio,
un sutil ejercicio de priorizar el camino sobre el destino, el “estar haciendo”
sobre el “haber hecho” y el progreso sobre el resultado. Así que magreémonos un
poco más y mejor, que para joder, siempre aparecerá un hueco.
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