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Una tradición ancestral
india obliga a que niñas de las castas más bajas sean destinadas a satisfacer
las necesidades sexuales de los hombres del pueblo
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Aunque la práctica está
prohibida por ley, sigue vigente y está contribuyendo a la expansión del VIH
Había oído hablar de
las mujeres devadasi a alguna de mis compañeras de Manos Unidas. Se mencionaban de pasada en
alguno de los proyectos que apoyamos, pero no llegaba a entender bien en qué
consistía el sistema de las devadasi, una tradición ancestral por la que
mujeres y niñas de la casta más baja son ofrecidas a la diosa Yallamma para
ayudar a los sacerdotes con las ofrendas a los dioses. Una vez alcanzada la
pubertad, están obligadas a satisfacer sexualmente a los hombres del pueblo; nunca
pueden negarse a ello y tampoco les está permitido casarse. Pasan a ser un bien
público.
Mi contacto con la realidad de las devadasi fue en el año 2006, en uno de mis primeros viajes a India. Íbamos a identificar un proyecto para
el que pedían un centro de formación para trabajadoras de la salud,y en el
mismo recinto había una escuela de educación primaria que solicitaba una
ampliación para poder acoger a más niños. Está en Jewargi, al sur de la ciudad
de Gulbarga, en la zona norte del Estado de Karnataka, en la parte central del
subcontinente indio.
Uno de los profesores nos iba explicando los problemas
que tenían: la falta de espacio o las dificultades para mantener su asistencia
al colegio y para integrarlas en la sociedad. Se pretende que en la escuela se
formen y se preparen para que se nieguen a afrontar el futuro al que se ven
abocadas. Estábamos en la parte baja del centro; era un pasillo abierto por uno
de los laterales, pintado de un verde fuerte, y a los lados había unas niñitas
de unos siete a 10 años aproximadamente —es muy difícil calcular la edad en
India por la malnutrición que sufren—. Iban pintadas, llenas de collares, pulseras…
Como cualquier trabajadora del sexo que podamos encontrar en una de nuestras
ciudades. El responsable del centro iba contándonos alguno de los casos de las
niñas que allí había y nos explicó por qué había madres en el exterior: estaban
vigilando a sus hijas para que nadie abusara de ellas sin que la familia
obtuviese previamente un beneficio.
Madre e hija, ambas devadasis. Manos Unidas
A través de uno de los trabajadores sociales les
hacíamos preguntas, como por ejemplo si estaban contentas de estar en la
escuela y si ya sabían leer, qué les gustaría ser el día de mañana, etc. Ellas
contestaban muy serias, excepto cuando les mencionábamos el tema del
matrimonio. En general, las niñas nos decían que toda su ilusión era poder
casarse y tener hijos. Mientras, las madres que seguían fuera, a una cierta
distancia, tenían las caras más tristes que nunca he visto en India….¡Qué pena
ver que a esas niñas no las iban dejar casarse nunca! Se nos hacía un nudo en
la garganta por la emoción mientras las pequeñas sonreían abiertamente pensando
que el día de mañana llegarían a tener una vida más digna.
Los padres deciden desde la infancia entregar a su
hija —generalmente cuando tienen entre cuatro y ocho años— a la diosa Yellamma
y la condenan de por vida a ejercer la prostitución. Así, su futuro y el de sus
hijos está marcado para siempre. Antes de la época colonial llegaban a tener un
estatus social alto y estaban bien consideradas. Según la tradición, las devadasi
no se pueden casar. Pertenecen a familias de las castas más bajas, sin recursos
económicos. Cuando alcanzan la pubertad, cualquier hombre las puede usar
sexualmente.
El sistema de las devadasi está prohibido por
una Ley del año 1982, que fue reformada en 1984 y 1988, pero sigue vigente en
la práctica y está contribuyendo a la expansión del VIH. Por el norte de
Karnataka pasa la carretera nacional más importante del Estado que une Bombay y
Bangalore. Los camioneros paran, son contagiados por las devadasis, la
mayoría con VIH, y continúan extendiendo la enfermedad en sus pueblos.
¿Cómo es posible que este sistema subsista?, nos
preguntábamos. Es una manifestación más de la discriminación de género que
existe en India. Las familias se libran de una boca a la que alimentar y, como
no se casan, se libran también de la dote, dowry, que tendrían que
entregar a la familia del futuro marido. El que nazca una niña en la India es
una desgracia porque supone que, para poder darle la dote, tienen que pedir un
préstamo y los prestamistas les cobran unos intereses que endeudan a la familia
de por vida.
Al estar prohibido el sistema devadasi, ya no
están en un templo, sino en lugares discretos y, la mayoría de las veces, en
casa de sus padres.
En otro viaje fuimos a un dispensario para ver un
ecógrafo que habíamos ayudado a financiar. Allí había un letrero enorme que
informaba de que por ley tienen prohibido decir el sexo del futuro bebé, para
evitar abortos selectivos de niñas.
Manos Unidas, siguiendo el principio de la
subsidiaridad que está en su línea de actuación y a instancia de las
trabajadoras sociales de Sindargi, está apoyando en la actualidad otro proyecto
que pretende empoderar a las niñas devadasi con cursos que las capaciten
para poder obtener ingresos propios y abandonar este sistema.
Estoy deseando visitar in situ este nuevo
proyecto y conocer directamente de boca de las interesadas cómo ha cambiado su
vida con la capacitación que hemos colaborado a mejorar.
Rakshita, una niña devadasi. Manos Unidas
Aunque pueda parecer mentira, en el Estado indio de
Karnataka pervive en pleno siglo XXI una tradición ancestral cuyo origen es
difícil de establecer. Las supersticiones, alimentadas por la pobreza y la
ignorancia, llevan a muchas familias a ofrecer a algunas de sus niñas a los
templos para librarse de los males que les afectan.
Estas, una vez alcanzada la pubertad, se convierten en
propiedad pública y son destinadas a satisfacer sexualmente a los hombres de su
aldea. Una mujer devadasi nunca puede negarse ni casarse. Si lo hace, la
diosa llevará la desgracia a sus parientes cercanos.
Por su falta de instrucción, estas mujeres desconocen
que la ley las apoya para negarse a esta práctica. Aunque en 1982 el Gobierno
de Karnataka abolió esta práctica, no ofreció programas de reinserción para las
víctimas, por lo que han buscado su sustento vendiendo sus cuerpos, ya que a
las devadasi sólo les está permitido mendigar cuando alcanzan cierta edad y se
ven repudiadas. Llaman a las puertas pidiendo limosna, llevando sobre sus
cabezas el ídolo de la diosa a la que fueron dedicadas. Muchas de ellas,
terminan en burdeles de Mumbai, Bangalore y Chennai, víctimas del tráfico
sexual y de enfermedades como el sida.
El proyecto que apoya Manos Unidas se está
desarrollando en la localidad de Sindargi, que dista 60 kilómetros de Bijapur,
capital del distrito del mismo nombre. Allí, los Jesuitas, que llevan desde el
año 2005 trabajando para que las devadasi sean conscientes de que la
prostitución no es su único destino, y menos aún el de sus hijos. Las mujeres
reciben asistencia y formación para abandonar de un negocio basado en la
preeminencia natural de las castas superiores sobre los dalits o intocables.
Manos Unidas colaborará en la puesta en marcha de
actividades como la formación de grupos de autoayuda, cursillos de
concienciación sobre salud y discriminación por razón de sexo y de casta,
clases de informática, de inglés y de otras materias de las que ya se han
beneficiado unas 450 mujeres y sus hijos.
Teresa Santoro es voluntaria y miembro del
Departamento de Proyectos de Manos Unidas en Costa Oeste de India.
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