La crisis sanitaria multiplica la
producción y uso de un material al que se pretende poner coto y cuyas
consecuencias sufren de manera especial los territorios insulares
Guantes y mascarillas arrojados
al suelo en Gran Canaria. ÁNGEL MEDINA G. (EFE)
Mascarillas y guantes
como protección contra el contagio, vasos de plástico de usar y tirar en las
terrazas de los bares para prevenir la infección, envases de comida para
llevar... La epidemia del nuevo coronavirus y la desescalada tras el
confinamiento impuesto para combatir su propagación han traído un resurgir del
plástico, del que alertan las organizaciones ambientalistas. Este inesperado
fenómeno, sin embargo, no altera los planes del Gobierno canario de prohibir en
2021 la mayoría de plásticos de solo uso, pero sí obliga a tomar medidas para
no dar pasos atrás en una lucha que parecía camino de ganarse.
Tras solo unas semanas de cuarentena y de drástica reducción de la
actividad económica comenzaron a difundirse a través de los medios de
comunicación y las redes sociales imágenes de océanos de un azul brillante sin
rastro de contaminación, de cielos límpidos y de animales que aprovechaban el
vacío dejado por los seres humanos para adentrarse en las ciudades. Estas estampas fueron pronto
celebradas -de manera, quizás, un tanto ingenua- por quienes parecían creer que
la naturaleza había empezado a recuperar el espacio que hombres y mujeres le
habíamos robado. Pero las cosas no son tan sencillas: el equilibrio entre la actividad humana y el medio ambiente ha sido
siempre difícil de mantener y seguirá siéndolo. De hecho, en los últimos días han empezado apreciarse
retrocesos en uno de los desafíos que más esfuerzos habían reunido: la lucha
contra el plástico, fuente de contaminación en la tierra y, sobre todo, en el
mar.
Esas imágenes casi idílicas se han visto sustituidas ahora por otras
mucho menos agradables, las de guantes y mascarillas tiradas en la calle y en
espacios naturales. Estos materiales
-que se han convertido en cotidianos desde que la Covid-19 irrumpió en nuestras
vidas- han comenzado a ser detectados también en el océano. En paralelo a su
uso generalizado se ha producido un incremento notable de otros objetos
plásticos, muchos de ellos de usar y tirar, que algunos negocios, sobre todo de
restauración, utilizan para dar garantías sanitarias a sus clientes en esta
fase en que aún no existe vacuna o tratamiento médico eficaz para el virus. Se
multiplica también el recurso a las bolsas de plástico desechables ante el
temor de no ser capaces de desinfectar adecuadamente las reutilizables.
"No podemos
salir de esta crisis sacrificando el medio ambiente", advierte Jaime Coello, director de la
Fundación Telesforo Bravo. La organización que lleva el nombre del geólogo y naturalista tinerfeño
expresa su preocupación ante el riesgo de dar pasos atrás en la estrategia de reducir
el consumo de plástico y erradicar totalmente desde el próximo año los de un
solo uso, entre otras cosas por la "confusión" bajo el término
biodegradable de productos que realmente no lo son o que tardan
"muchísimo" en degradarse.
El viceconsejero de Lucha contra el Cambio Climático del Gobierno de Canarias,
Miguel Ángel Pérez, confirma que el
Ejecutivo no ha variado sus planes de prohibir a partir del 1 de enero los
plásticos de un solo uso. El decreto que regulará esta medida se encuentra
actualmente en fase de borrador -"prácticamente terminado"- y será
trasladado al sector para que haga sus aportaciones. "No vamos a imponer
nada sin previamente negociarlo, y más en la situación actual", dice
Pérez. Aclara, eso sí, que los materiales sanitarios han estado excluidos de
esta prohibición "desde el principio". No obstante, insiste en la
necesidad de que los guantes y mascarillas -los llamados equipos de protección
individual (EPI)- no sean arrojados al suelo y recuerda que deben ser
depositados en el contenedor que les corresponde, que es el de restos (el gris,
al que van también los restos orgánicos).
Alternativas
Tanto en el caso de
los utensilios de carácter sanitario como en otros, la Administración y las
asociaciones confían en una pronta evolución de la industria. Jaime Coello
recuerda que hay empresas, alguna de ellas canaria, que fabrica mascarillas
reutilizables. Por su parte, Miguel Ángel Pérez pone sus esperanzas en
materiales "alternativos" que "cada vez se están imponiendo
más". Es el caso de los envases elaborados a partir de fibras vegetales,
como coco, palmera u hojas de platanera. "Hay muchos trabajos que ya se
estaban haciendo y que con esta situación se están acelerando. Vamos a intentar
que se puedan adquirir en el mercado y que sean competitivos económicamente,
porque el medio ambiente cuesta, pero la gente está como está", expone el
viceconsejero, que insiste en que luego esos materiales deberán ser reciclados.
Al representante de
la Fundación Telesforo Bravo,
sin embargo, no acaban de convencerle opciones que, aunque considera "un
mal menor", siguen dando lugar a residuos. Los niveles de reciclaje en el
Archipiélago son "bajísimos", lo que explica que "la mayor parte
lo que generamos termine en el vertedero". Estos complejos ambientales
"no están sobrados de espacio", un problema aún mayor tratándose de
territorios insulares, destaca Coello, quien propone "explorar"
soluciones como empezar a llevar el envase de casa.
En el caso concreto
de los guantes y las mascarillas, el colectivo dedicado a la divulgación
científica y la preservación del patrimonio natural de Canarias recuerda que
cuando todavía no se había decretado el confinamiento ya empezaban a aparecer
estos materiales en algunas zonas. Su ligereza y el clima ventoso de las Islas
provocan que lleguen al mar, algo que ya han constatado las administraciones.
"En el mar nos bañamos todos y puede ser peligroso", alerta el viceconsejero
regional de Lucha contra el Cambio Climático. El problema en el caso de los
utensilios sanitarios es doble: medioambiental y de seguridad. "Un guante
puede estar contaminado, y el que lo recoge puede infectarse y contagiar a
otros", señala Pérez, que pide "responsabilidad" con los
trabajadores de la limpieza y también con la salud pública, dado que estos
comportamientos pueden ser "focos generalizados de contagio
importantes".
Attenya Campos,
doctora en Arquitectura Sostenible y colaboradora e investigadora en la
Universidad Europea de Canarias (UEC), aboga, en primer lugar, por la
información como vía para atacar el "grave problema medioambiental"
que representa este imprevisto auge del plástico. En concreto, sobre la
multiplicación del uso de equipos de protección individual, aconseja informar
para tratar de "ser conscientes de cómo se tienen que tratar", cuánto
tiempo deben permanecer en casa y dónde tirarlos. "No es solo por nosotros
-dice Campos-, sino por las personas que están trabajando con todos esos
residuos, de manera que el que lo recoja tampoco se vea contaminado".
Al mismo tiempo, la
arquitecta e investigadora universitaria se inclina por promover la utilización
de materiales reciclables como envases -"ya estamos acostumbrados a
ello", opina-, aunque advierte de la dificultad de hacer lo propio con
otros elementos, caso de las mamparas, que contienen retardantes químicos que
persisten en el medio y que pueden tener efectos nocivos para la salud.
Desde su
especialidad, y más allá del problema concreto de los plásticos, Attenya Campos
explica que la arquitectura ofrece algunas soluciones para frenar el consumo de
recursos a través de una edificación más sostenible en la que la reutilización
desempeña una función clave. Hay varios ejemplos, desde el material lítico de
las tuberías, que puede usarse como cal para la construcción, hasta los vidrios
de las fachadas, que se pueden reciclar "al 100%". "Todo está
pensado ya, lo que hay que hacer es ponerlo en práctica, pasar a la acción
directa y rápida", afirma la colaboradora de la UEC. Este objetivo se topa
con las limitaciones que suponen las dificultades industriales o
administrativas. Puede que el extraño paréntesis que ha abierto la pandemia de
Covid-19 en la vida social y económica suponga una oportunidad para reflexionar
sobre cómo afrontar un mundo poscoronavirus en el que primen la sostenibilidad
y la racionalidad ambiental.