La sexualidad como obsesión es un
trastorno nada mediático. Algo que a los propios adictos les cuesta admitir por
el estigma social que conlleva, en un mundo, paradójicamente, hipersexualizado.
Fotograma de 'Shame', donde Michael Fassbender interpreta a
un adicto al sexo. Foto: Cordon Press
Una de las cosas que más le
sorprendió descubrir a Lars von Trier cuando rodaba su peculiar visión de la
dependencia de los placeres carnales, Nymphomaniac (2013), fue el
enorme sufrimiento que conlleva este tipo de adicción a los que la padecen.
Steve McQueen, director de Shame (2011), esa triste cinta que narra el
viacrucis de un adicto al sexo en la ciudad que nunca duerme, declaraba a la
revista Salon en una entrevista, “Brando –el protagonista- vive en
Manhattan, en esa metrópolis de excesos y libertad. Tiene un buen trabajo, es
atractivo, tiene dinero, pero con todas esas posibilidades crea una prisión a
través de sus actividades entorno al sexo (…). La película no está exenta de
una cierta denuncia porque es urgente, hay que hablar sobre la pornografía en
Internet y cómo nos afecta, cómo navegamos en esa masa de contenido sexual”.
La historia del cine ha
demostrado un tímido interés en esta tipología humana, personajes que ven como
sus existencias se derrumban por lo que otros pagarían por tener en pequeñas
dosis: deseo. Y eso que el argumento da para mucho, pero la lista de películas
es escasa: Belle de Jour (1967), Entre las piernas (1999), Diario
de una ninfómana (2008) o Filth (2013), son algunos de los
intentos, por parte de la gran pantalla, de describir la poco mediatizada
obsesión por el sexo. Adictos a las sombras es otra aproximación al
problema, solo que esta vez es en forma de libro, firmado por José Manuel de la Torre y editado por Laertes
(2015). Como se explica en la solapa de la obra, “cuando los expertos quieren
conocer las cifras referentes a la adicción al sexo se encuentran con un
problema. O no existen o son vagamente estimativas. Esta no es una adicción
cualquiera, su incidencia no puede medirse en miligramos en sangre. Además, el
número de individuos que reconocen su problema es mucho más reducido que en
otras adicciones, y los que buscan ayuda para poder salir de él es un grupo
todavía más pequeño”.
Entrevistar a siete adictos
al sexo, todos hombres, y a la ex mujer de otro, no fue tarea fácil para José
Manuel, en parte por el argumento, tan contundente, que uno de ellos da en el
libro, “vivimos
en una sociedad hipócrita. Me indigna que la enfermedad mental
sea menos respetada y asumida que la física. Se tiene compasión por algunas enfermedades
físicas, pero a un adicto al sexo se le considera un vicioso.
Es un mundo hipócrita, que condena y potencia la adicción al mismo tiempo”.
Fotograma de ‘Nymphomaniac’.Foto: Cordon Press
De la Torre, además de dar voz a
los que padecen este trastorno, pretende también, según sus propias palabras,
“hacer un análisis sociológico del por qué sucede esto”. Una adicción
alimentada por la sociedad y el capitalismo sexual, que nos presenta la sexo
como un bien que hay que consumir, cuanto más mejor; e Internet, la alcahueta
virtual, que proporciona contactos y vídeos para todos los gustos, sin
importarle los límites morales o legales. De hecho, uno de los entrevistados
que más conmovió al autor de este libro fue un adicto a la pornografía
infantil. “Era un chaval muy joven, de 27 años, que no podía parar de
descargarse vídeos, lo que le producía un gran sufrimiento y culpa. No era pederasta
sino pedófilo, como la gran mayoría”, comenta de la Torre.
“La adicción al sexo es una
de las más invasivas, más que las drogas o el alcohol, porque el que la padece
está 24 horas pensando en ello”, apunta este autor, que decidió escribir su
primer libro, tras ver la película Shame y porque un amigo suyo,
guitarrista, padecía esta obsesión. “El drogadicto experimenta un alivio o
momento de calma cuando se toma la dosis, pero el adicto al sexo no, su cabeza
no puede parar de dar vueltas a lo mismo”.
Xavier Pujols es codirector
del Institut de Sexología de Barcelona, además de psicólogo clínico y sexólogo
con una gran experiencia a la hora de tratar pacientes con esta dependencia.
Según él, la línea que separa a un entusiasta del sexo de otro que padece adicción
es gruesa, visible y fácilmente identificable. “La gran diferencia está en que
el adicto no llega a disfrutar del sexo, pierde ya la parte lúdica y hedonista.
La sexualidad se ha convertido ya en un impulso que no pueden frenar y tras el
sexo no se sienten reconfortados, sino que experimentan culpa y
arrepentimiento. Generalmente, las consecuencias de esta obsesión llegan a
afectar a la vida laboral y familiar de los que la padecen”.
Una adicción difícil
de justificar
El hecho de exista una
sustancia u objeto externo, como pueden ser las drogas, el alcohol o, incluso
el juego, que atrape y propicie la adicción, es siempre un elemento redentor
que, aunque incorrectamente, asume parte de la culpa en la bajada a los
infiernos. Algo con lo que los adictos al sexo no cuentan, en su intento de
buscar una cierta amnistía social, en un mundo hipócrita que guarda divertidos
y elogiosos adjetivos para los seductores, pichas bravas, mujeriegos, galanes,
conquistadores o castigadores, pero que trata de pervertidos a los que se pasan
de la raya. Las
mujeres no gozan, siquiera, de ese estado intermedio, ya que el calificativo de
ninfómana se aplica con menos rigor y más alegría.
La ninfomanía era prima
hermana de la enfermedad mental hasta no hace mucho en la historia de la
humanidad, de ahí que sea tan difícil encontrar a una mujer que acepte su
obsesión por el sexo. La no inclusión del testimonio de una adicta, en el libro
de José Manuel de la Torre,
no es casual y Pujols reconoce que nunca ha tratado a una mujer con este tipo
de patología. “Hay dos factores que explican la poca presencia femenina en este
grupo de pacientes”, explica este sexólogo y psicólogo, “primero, que la penalización social es más fuerte para la mujer,
ya que todavía se sigue aceptando más la promiscuidad masculina,
puesto que aún se cree que es el hombre el que debe conquistar y tomar un papel
más activo en el sexo. La segunda razón es meramente química y biológica, el varón tiene más
testosterona que la mujer, y esta hormona juega un importante papel y facilita,
en parte, la adicción al sexo”.
La imagen de un adicto al
sexo dista mucho de la que cualquiera ajeno a esta problemática pueda
imaginarse. Personas con apretadas agendas, en las que hacer coincidir varios
encuentros sexuales al día con diferentes personas. “Hacer esto posible es muy
complicado”, reconoce Pujols. “Si tus relaciones sexuales implican a otra
persona, no siempre es fácil tener muchas al día. Se puede recurrir a la
prostitución, pero a la larga es muy costoso. Lo más común es que el individuo
derive su adicción a la masturbación y a la pornografía. No se trata de cuántas
veces al día puede llegar a hacerlo un adicto al sexo, sino de que su mente no
puede pensar en otra cosa. La diferencia con otras adicciones es que ésta afecta
a un área de la persona que es un derecho y que, además, es deseable, saludable
y hace crecer al individuo, como es la sexualidad. Algo que la relaciona un
poco con los trastornos alimentarios, anorexia y bulimia. Pero, de nuevo, ahí
existe una sustancia exterior, la comida, que además no siempre es buena, ni
sana, y que nos tienta constantemente”.
Fotograma de ‘Diario de una ninfómana’.Foto: Cordon Press
Pero si se rebusca y
profundiza, en el fondo de toda adicción hay otros factores como una familia
tóxica o ausente, como cuenta en el libro Santi, de 51 años. Su historia nace
en un hogar sin afecto, brota con una homosexualidad rechazada por sus padres,
crece con una adicción al amor y se hace fuerte con otra al sexo. A veces hay
un pasado de malos tratos o acoso escolar, como le ocurre a Dani, 27 años,
adicto a la pornografía infantil. Para un estudiante con una autoestima hecha
pedazos es difícil acercarse a las chicas de su edad, pero ligar en Internet es
mucho más fácil. “Mi sexualidad era cada vez mayor y los chats me daban una
salida. Además, empecé a notar que para mí era más sencillo hablar con chicas
más jóvenes. (…). Aunque en persona era muy vergonzoso, en el plano virtual era
mucho más lanzado”, apunta Dani en Adictos a las sombras. Otras veces,
el sexo compulsivo es la única forma que uno encuentra para eliminar el estrés
y lo único que le hace poder soportar las reuniones y la presión del trabajo.
Es el caso de otro de los testimonios del libro, Carlos, 38 años, ex político,
cuya madre mantenía una relación de dependencia con el sexo y la comida, al
mismo tiempo que acumulaba amantes con el beneplácito de su marido.
Según Xavier Pujols, “esta
adicción es muy democrática y no hace distinciones de edad o clase social.
Quizás lo único que se podría apuntar es que hay ciertas profesiones que tienen
más riesgo, como comerciales, gente del mundo de la restauración, dueños de
bares o transportistas, por el simple hecho de la disponibilidad horaria y
porque su trabajo los lleva a relacionarse y conocer a muchas personas”.
El tratamiento de esta
adicción, en palabras de Pujols, “es, básicamente, una terapia psicológica,
aunque a veces pueden recetarse ansiolíticos, si se cree necesario. El método
más conocido es el de los 12 pasos que imita al que se utiliza en alcohólicos
anónimos: reconocer la adicción, buscar ayuda, intentar reparar el daño
causado, apoyar a otros en la misma situación…”. Las asociaciones de adictos al
sexo son muy numerosas en EEUU. “Allí exigen la abstinencia sexual durante el
tratamiento, que puede durar alrededor de dos años. Yo permito el sexo a mis
pacientes con la pareja o en solitario, si la masturbación no es parte de la
patología”, matiza Pujols.
En España la SLAA, las siglas en inglés
para Adictos al Sexo y al Amor Anónimos, ofrece la terapia de los doce pasos.
La inclusión del término amor en su nombre no es banal. Muchos de los que caen
en la obsesión carnal, sufren primero la necesidad urgente de ser queridos y,
si el sexo es la moneda de cambio, hay que disponer de liquidez. Pero también
existen clínicas para los casos en los que la dependencia sea tan grande que se
necesite de la supervisión constante, es decir del internamiento. La clínica
Capistrano, en Mallorca, solo apta para economías saneadas, es especialista en
adicciones, también sexuales.
RITA ABUNDANCIA