Perdonen el comentario
morboso, pero todos hemos fantaseado en algún momento de nuestras vidas con
nuestro funeral. Hemos pensado en cómo nos gustaría que se nos despidiese,
quizá hemos imaginado a pareja, amigos o familiares llorando desconsoladamente
por nuestra pérdida, puede ser que hayamos seleccionado alguna canción para que
suene mientras el ataúd desciende a lo más profundo… pero, sobre todo, habremos
visualizado a decenas y decenas de personas unidas por el duelo.
En realidad, es probable que
cuando llegue el momento los bancos de la iglesia estén mucho más vacíos de lo
que pensamos. Para eso han abierto sus puertas empresas como Rent a Mourner en
Inglaterra, que ofrece figurantes y actores para hacer bulto en funerales. Como
señala la página web de la compañía, “se nos suele invitar para
ayudar a incrementar el número de asistentes a los funerales donde puede haber
una afluencia menor a la esperada. Puede tratarse de un problema de popularidad
o de ser nuevo en un área o país determinado. Tenemos un número importantes de
plañideros para llamar cuando surja la necesidad”.
© Externa.
Es una tradición más o menos
común en los países asiáticos, donde estos servicios están mucho más
extendidos. Sin embargo, es algo que existe en Europa desde hace siglos. Por
ejemplo, en la novela de Honoré de Balzac 'Papá Goriot', el protagonista es
llorado por dos trabajadores de la funeraria que asisten al funeral junto a sus
hijas. Inglaterra es el país donde más ha calado este nuevo negocio: como
explicaba un reportaje publicado en 'The Telegraph', por unas 45 libras a la hora (unos
57 euros) uno puede disponer de un compungido plañidero que,
además, se habrá informado debidamente de la vida del finado por si a alguno de
los asistentes le da por intercambiar anécdotas con él.
Mi vida como un llorón
Gracias a un reportaje
publicado en 'Cracked', podemos saber un poco mejor cómo es la vida diaria de
uno de estos plañideros. El autor del artículo es Owen Vaughan, que admite que
la información publicada por 'The Telegraph' es cierta: antes de la ceremonia,
estos actores (aunque a veces no sobrepasan la categoría de figurantes) se
reúnen con la familia para conocer la vida del muerto y establecer unos
límites.
© Proporcionado por El Confidencial.
“Mi historia de fondo
necesita ser efectiva y convincente, e introducir razones de peso por las que
no conocía a ninguno de los asistentes antes del funeral”, explica. En el caso
más extremo, señala Vaughan, se vio obligado a aprender tiro con arco, puesto
que debía hacerse pasar por uno de los antiguos alumnos de un arquero. En otros
casos, es importante conocer al dedillo todos los entresijos de los rituales
funerarios de cada una de las religiones (y a Vaughan le ha tocado un poco de
todo, del funeral anglicano tradicional al budista pasando por el judío o el
musulmán) para que no le pillen en un renuncio, como ocurrió cuando se le
olvidó depositar una piedra en la lápida de un judío. Menos mal que el hijo del
fallecido estuvo al quite y explicó a un desconfiado invitado que el actor no
era más que un judío reformista.
El plañidero admite que una
vez fue descubierto. Sin embargo, el hallazgo no causó gran controversia (no
parece buen momento para ponerse a discutir sobre la idoneidad de este procedimiento),
y simplemente fue recibido con la respuesta “es lo típico que haría la tía
Eugenie”. Por lo general es sencillo pasar desapercibido, puesto que estos
peculiares trabajadores cuentan con el mejor cicerone (la familia directa),
aunque es conveniente trabajar a fondo el personaje para no dar lugar a
situaciones violentas. Eso y estimular la lágrima fácil: Vaughan admite seguir
el método Stanislavski y evocar algún momento triste de su pasado para forzar
el puchero. Eso o “volver a ver 'La lista de Schindler”.
La familia, contenta, gracias
Aunque es probable que el
plañidero que va a recibir unos cuantos euros por aparentar ser quien no es
durante unas horas se sienta extraño, mucho más probable es que los que se
sientan extraños sean los miembros de la familia del finado, que no sólo no
están acostumbrados a estos sainetes, sino que además se les acaba de morir
alguien muy cercano. De ahí que cada cual reaccione de una manera distinta.
Unos, por ejemplo, “convirtiéndose en Stanley Kubrick”, es decir, dictando
hasta el más mínimo detalle de la interpretación del actor.
“De lejos, mi peor funeral
(en el que tuve que fingir ser un oficial de la marina, con uniforme y todo)
fue el dirigido por un familiar que no dejaba de venir durante el maldito
funeral para decirnos qué hacer”, recuerda. “Nos susurraba 'llora más fuerte' o
'gime más alto', que son cosas que nadie quiere oír en un funeral (ni en otro
contexto, si te paras a pensarlo)”. Sin embargo, por lo general, las
experiencias son satisfactorias, y a veces es suficiente con charlar un poco
con los entristecidos familiares del muerto.
Una pequeña historia resume
bien la importancia que pueden tener estos trabajadores. En uno de los
funerales, Vaughan se quedó sentado junto a una niña que acababa de perder a su
abuela, después de que el resto de invitados se levantase. Nada de “todo saldrá
bien” ni las típicas frases de las películas: más bien, prefirió hablar de
viejas anécdotas y de los buenos tiempos. Cuando se marchó, los padres de la
niña le preguntaron qué había hecho, porque esta llevaba sin pronunciar palabra
desde que su abuela murió.
“De acuerdo, es un trabajo
muy extraño”, concluye el plañidero. “Sí, estás fingiendo ser otra persona para
aumentar el tamaño del público de lo que debería ser un evento solemne y
sagrado. Pero de vez en cuando uno se convierte en el misterioso extraño que
puede ayudar a aliviar el dolor antes de desaparecer entre la gente”.
Héctor G. Barnés
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