Los espectadores acudían al
Teatro Central como a un templo. «Quiero que el teatro sea como un lugar para
sanar las heridas de nuestra mente», explica Fabre que se mantiene las 24 horas
controlando la mesa de luces, del sonido o los camerinos donde los actores se
preparan.
Fabre no duerme, es casi un
insomne y ha trasladado al público a ese viaje al no-sueño para habitar las
sombras del contrasueño. El teatro está preparado para una jornada intensa. La
cafetería no cerrará en toda la noche y en la planta alta se han instalado
colchonetas y tumbonas para el público.
La obra se ha representado ya
en Berlín, Ámsterdam, Brujas y Amberes. Después de Sevilla viajará a Viena y
Bruselas. Hay que aplaudir a Fabre su osadía para la experimentación, su
desmesura artística precisamente en estos tiempos de mercantilismo y
culturicidio . No es fácil representar un espectáculo de 24 horas donde se representan hasta
treinta y tres tragedias griegas -realizadas con el
codramaturgo de la obra Hans-Thies Lehmann- con treinta actores que quedan
literalmente exhaustos.
Por el escenario pasan
Eteocles, Edipo, Odiseo, Dionisos, Fedra, Hipólito, Alcestes, Heracles,
Agamenón, Electra, Orestes, Medea, Antígona, Ayax... «Mi teatro se remonta a
los orígenes de la tragedia. A veces me siento una especie de viejo brujo
griego», explica Fabre.
El brujo griego ha convocado
a un público expectante. La gente se sienta y se apagan las luces. El tiempo se
ha vuelto líquido y baja por las escaleras del teatro, llena el escenario y
salpica el patio de butacas. Arranca la máquina de sueño que devora almas en
una performance de 24 horas, de teatro y tornateatro en busca de la catarsis
como en las antiguas tragedias .
La bacanal griega comienza
sin concesiones. Dos hombres-estatua miran al público. Por detrás aparecen dos
bailarines a cuatro patas, bestias de templos antiguos que meten literalmente
la cara en el trasero de los mensajeros y desde allí balbucean o gruñen para
que por las bocas de los hombres-estatua salgan frases inteligibles que
advierten del ritual que se avecina.
En la oscuridad, un hombre
completamente desnudo tiene una erección que el público contempla en silencio.
Y empieza todo. Una orgía sobre el escenario que durará todo un día .
Dionisos aparece animando a los bailarines enfebrecidos por la espectacular
música de Dag Taeldeman, líder del grupo de rock A Brand y distribuida en
España por Bertus Distribution.
A lo largo de 24 horas habrá
de todo: monólogos de dioses y de hombres, escenas de guerra, asesinatos,
violaciones, masturbaciones colectivas y vísceras lanzadas sobre el escenario. Pronto el teatro huele a
sangre . Es una de las obsesiones de Fabre, recuperar lo
salvaje, lo primitivo, lo excesivo, la crueldad de los tiempos arcaicos. «Los
instintos han sido enterrados bajo una espesa capa de civilización», aclara.
La gente entra y sale de la
sala para comer, beber, ir al lavabo o descansar. En el escenario continúa la
danza con figuras que parecen salir de antiguas cráteras y vasijas de
terracota. También esa particular estética contemporánea de la crueldad ,
lo grotesco y la belleza del exceso. Puro Fabre con guiños al Bosco, Goya,
Pollock, Pasolini, Mozart, Racine y a todos los sedimentos del imaginario
cultural que durante siglos ha narrado el mito.
Es la una de la mañana. En el
escenario, suenan los grillos e imaginamos un paisaje nocturno de olivos y
lechuzas, ruinas de templos olvidados. Ruidos de una noche cualquiera de hace siglos .
La extrañeza de un recuerdo del pasado.
Casi a las tres de la
madrugada llega la hora del sueño. Habrá tres interrupciones en las que los bailarines duermen
sobre el escenario envueltos
en sábanas-crisálidas.
Entran los primeros rayos de
sol en el Teatro Central que en la zona de los vestíbulos tiene paredes de
cristal. Se ve el Guadalquivir y gente que pasea en la calle. Dentro, Electra y Orestes relatan su
tragedia . En 24 horas hay mucho material de desecho narrativo.
A Fabre no le interesa la presentación, el nudo y el desenlace. No existe el
clímax, todo es un fluir. Pero eso es la vida ¿no? Llena de momentos sin
asombro, de puro aburrimiento.
Corre un aire sonámbulo por
el teatro. La sangre se ha secado sobre el escenario, pero nadie quiere irse.
El público está hechizado, sin poder salir del teatro como si formaran parte
del argumento de El ángel exterminador de Buñuel . Hay espectadores que
ya huelen un poco a hiena. A los actores-bailarines se les supone.
Es de día. Hay gente que
desayuna con la sensación de haber
descendido en la noche al Hade s , paseado por el Ática, la Tracia, los campos de
batalla de Troya, la Argólida,
la Cólquida. Y
el vago recuerdo de haber dormido en el lecho maldito de Edipo y Yocasta. Fabre
ha conseguido convertir nuestra memoria en el lugar de la representación.
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