· Desde la sociología, la psicología, la sexología y el feminismo se insiste en que "la ausencia de educación afectivo sexual" dificulta que los jóvenes desarrollen prácticas sexuales saludables
Luís Parejo
"La mujer a la que le gusta el sexo es...".
Así comienza la sexóloga catalana Marina Castro
Leonarte uno de sus talleres.
Rápidamente, se escuchan palabras que intentan terminar la frase.
"¡Puta¡" "¡Guarra!". Una escena que, para esta experta,
resume alguno de los problemas que, como sociedad, hemos de solucionar para
evitar que casos como el de La Manada o el los jugadores de la Arandina se
repitan. En ambos resulta clave el concepto de consentimiento sexual, un término que nunca como ahora
ha formado parte de la conversación social en España.
"Arrastramos creencias de que a la mujer no le
tiene que gustar el sexo y es así como el consentimiento entraña una doble
dificultad: hay hombres que creen que tienen que insistir, aunque ella diga no
-'está en plan estrecha', piensan- Mientras, ellas tienen dificultades para
decir sí y demostrar su sexualidad. El consentimiento no se tiene que
sobreentender, sino que ha de ser muy claro", argumenta Castro.
En los campus universitarios de Estados Unidos, donde
hace décadas que la cultura de la violación azota a las estudiantes,
decidieron convertir el consentimiento sexual entre dos personas en algo
prácticamente público, para evitar problemas mayores. Nacen así los que se
conocen como Kit de Consentimiento Consciente, bolsitas que contienen un
contrato de consentimiento que establece que ambos participantes consienten
libremente tener un acto sexual compartido -preferiblemente en ausencia de
embriaguez-, un condón, caramelos mentolados y un bolígrafo. El filósofo
esloveno Slavoj Zizek lo mencionaba
la semana pasada en las páginas de opinión de este periódico: "El Kit de
Consentimiento consciente aborda un problema muy real, pero lo hace de una
manera que no sólo resulta absurda sino directamente contraproducente".
Luís Parejo
¿Hay que burocratizar las relaciones sexuales en pro
de una sexualidad más saludable y sobre todo, para reducir los abusos y
agresiones sexuales a las mujeres? Dice Lola Pérez, feminista, integradora
social y presidenta de la
Asociación de Mujeres Jóvenes de la Región de Murcia, que
"tratar los campus universitarios como si fueran una guardería jamás será
la solución. Monitorizar la sexualidad y el erotismo parece más una decisión
paternalista, casi de institutriz, en lugar de educar en sexualidad y convertir
a nuestros jóvenes en personas responsables, conscientes y con la información
necesaria para tomar decisiones. También hay que enviar un mensaje a las
mujeres: menos proteccionismo y más autodefensa. Educar es el camino, pero
vivimos en una sociedad que prefiere escandalizarse y castigar antes de
prevenir y sensibilizar".
Dice lo mismo la psicóloga y sexóloga Martina González Veiga, que el miércoles firmaba un comunicado de casi 2.000 profesionales de la psicología
y la psiquiatría en España dirigido al Ministerio de Justicia y a la ciudadanía
-ese mismo día también la ONU
criticaba que la sentencia de La
Manada "subestima la gravedad de la violación". En
su comunicado, los especialistas en salud mental advertían, primero, de su
rechazo a la sentencia emitida sobre los cinco hombres condenados por un delito
de abuso sexual durante los Sanfermines de hace dos años.
Luego, abordaban, precisamente, "la determinación
o no del consentimiento de la víctima y de sus posibles reacciones ante una
situación como la que describen los hechos probados". Se explicaba, entre
varias cuestiones -y atendiendo siempre a la evidencia científica- que
"ante una situación de lesión grave o violencia sexual es común una
respuesta de inmovilización cuando no es posible luchar ni huir, (...) y, por
tanto, en una situación así, no tiene sentido plantear la cuestión del
consentimiento o la resistencia, ya que esta capacidad estará anulada dada la
magnitud de la amenaza".
Sin embargo, el consentimiento o el no consentimiento
de la víctima resultó clave en la sentencia; dos magistrados sostuvieron que no consintió
y uno que sí lo hizo. También fue un elemento a considerar si la víctima sintió
o no dolor. Los dos magistrados que consideraron que no consintió también
adujeron que emitía quejidos de dolor; jadeos que al juez discordante le
parecieron otra cosa porque la mujer dijo "no haber sentido dolor".
REBECA YANKE
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