Una mujer
sostiene una pancarta en defensa de la asexualidad durante las fiestas del
Orgullo en Londres en 2017. Alamy Stock Photo Vibrant Pictures
EN EL LIBRO Mi último suspiro, Luis Buñuel
confesaba: "Desde los 14 años hasta estos últimos tiempos, el deseo sexual
no me ha abandonado jamás. Un deseo poderoso, cotidiano, más exigente incluso
que el hambre, más difícil a menudo de satisfacer". Y explicaba que, con
la vejez, "apreciaba como una liberación la desaparición del deseo sexual
y de todos los demás deseos".
Con mayor o menor magnitud, la cárcel del deseo de la
que habla Buñuel condiciona la vida de la mayoría de los seres humanos, sobre
todo en estos tiempos de hipersexualización social. Hay un grupo de personas,
sin embargo, que se definen a sí mismas como asexuales. Cada una lo es a su
manera, pero comparten un rasgo determinante: no sienten una atracción sexual
convencional hacia otras personas.
En 2001, el estadounidense David Jay, que entonces
tenía diecinueve años, fundó la red AVEN (Asexual
Visibility and Education Network) con el propósito de reunir en ella
a las personas asexuales y reivindicar su visibilidad. El triángulo AVEN
muestra visualmente el espectro de la asexualidad: la línea superior representa
la escala sexual
de Kinsey, desde la homosexualidad pura hasta la heterosexualidad
pura. En la verticalidad del triángulo, que va pasando del blanco al negro
atravesando toda la escala de grises, se muestra la intensidad, la frecuencia y las características del deseo sexual.
Cuanto más abajo, menos pulsión erótica existe. El vértice inferior del
triángulo lo ocupan los asexuales puros.
Andrea vive en Madrid y tiene diecinueve años. Es
gris-bisexual, lo que quiere decir que puede llegar a sentir excitación en
momentos muy concretos y bajo determinadas circunstancias, pero que el sexo no
es para ella el sustento de una relación ni algo interesante en sí mismo. Su
primera pareja fue un chico demisexual. Los demisexuales sólo sienten atracción
hacia aquellas personas con las que tienen una conexión emocional muy fuerte,
no pueden separar el sexo del amor romántico. El segundo novio de Andrea era un
chico de sexualidad convencional (un alosexual, en su terminología), y después
de una primera etapa de normalidad la relación fracasó: “No me sentía cómoda
teniendo el sexo tan presente. Era como ver comer a alguien cincuenta
hamburguesas seguidas cuando tú con una te sacias”.
La búsqueda de un entorno social propicio y benévolo
en el que poder comportarse con naturalidad y tener relaciones de todo tipo es
la mayor dificultad de los asexuales. Avigail’e tiene 25 años y nació hombre en
Colombia, aunque ha renunciado a su identidad masculina y se considera de
género neutro. "En la secundaria casi todos mis compañeros de clase
pensaban en el sexo todo el tiempo, se la pasaban viendo pelis porno y
masturbándose incluso en plena clase. Miraban con morbo a las chicas, y si
notaban en ti cierta indiferencia a todo eso, te tachaban de homosexual y te
bulleaban". Para él los años de la adolescencia fueron muy duros, hasta
que descubrió que había en el mundo gente con su misma orientación: “El año
pasado decidí cortar todo lazo romántico con alosexuales y hasta me juré a mí
mismo que nunca volvería a estar en una relación así de desequilibrada”.
Los asexuales no quieren que se les confunda con los
célibes o con los que dejan de practicar sexo por razones morales; no quieren
que se les atribuyan problemas hormonales o falta de libido; y no quieren que
se sospeche que tienen miedo u odio al sexo. Piden simplemente que su
comportamiento sea considerado una orientación sexual más. Ni Andrea ni
Avigail’e creen que su vida sea menos plena o satisfactoria por no tener ese
instinto erótico casi depredador que tienen la mayoría de personas en la
juventud. "Si existe el sexo sin amor, ¿por qué no puede existir el amor
sin sexo?", se pregunta Avigail’e, que ha conocido a través de Internet a
una mujer paraguaya con la que planea compartir el futuro.
"Nada es blanco o negro", dice Andrea, que
tiene ahora una relación con una persona trans y asexual. "Para algunos de
nosotros, una simple caricia o un abrazo pueden ser considerados como trato
erótico. Para otros, un beso. Y para otros, la genitalidad y el coito. No hay
por qué hacer clasificaciones tajantes. Sólo reclamamos que se respete a cada
uno en su singularidad y que no se crea que somos bichos raros".
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