La exposición más «enigmática» y «escandalosa» de la
temporada presenta por vez primera las esculturas, fotografías y proyectos de
Alberto Giacometti, uno de los patriarcas de la escultura contemporánea,
«inspiradas» o «relacionadas» con el Marqués de Sade, el más inquietante de los
escritores «libertinos».
«Cruels objets du désir. Giacometti / Sade» (Crueles
objetes del deseo), presenta, en la Fundación Giacometti, por vez primera, un
centenar de obras mal conocidas o nunca presentadas, de Giacometti, a la luz de
su relación con la leyenda negra de Sade.
Giacometti descubrió al Marqués de Sade durante el
segundo descubrimiento de legendario libertino escandaloso, durante los años 20
y 30 del siglo pasado. Y comenzó a trabajar en temas relacionados con esa
oscura relación durante su etapa surrealista, cuando estuvo asociado
temporalmente a los trabajos y agitación animada por André Breton y sus amigos.
El Marqués de Sade había sido «descubierto» a mediados
del XIX. Tras la primera guerra mundial (1914 - 1919), la segunda recuperación
enfrentó a los surrealistas «ortodoxos» (los amigos de Breton) con los
surrealistas «subversivos», liderados por George Bataille, partidarios de un
Sade «menos lírico y más materialista». Luis Buñuel y Salvador Dalí oscilaban
entre ambas «tentaciones» y también tuvieron su etapa «sádica», con matices.
En ese marco, el joven Giacometti, que buscaba su
propia
identidad artística, trabajó durante unos años temas
entre «incomprensibles» y «escandalosos», en una versión surrealista propia de
sus lecturas personales de Sade: «bolas» y «plátanos» suspendidos en una caja
transparente; mujeres «degolladas»; «objetos desagradables»; «hombres» y
«mujeres» imaginarios en forma de objetos abstractos… A través de
correspondencias y diarios, los estudiosos han reconstruido la relación mal o
nunca explorada entre el escultor y el patriarca del libertinaje más brutal y
trágico.
La etapa «sádica» de Giacometti duró una década larga.
Su obra evolucionaría por otros territorios propios, para culminar con su
vuelta definitiva a una suerte de espiritualidad materialista: figuras
estilizadas, siluetas vírgenes, rostros de hombres y mujeres mirándose en una
vida íntima que se buscaba a sí misma a través del misterio de la creación.
Queda, en la exposición de la Fundación Giacometti, el
perfume y las sombras de una aventura desconocida o mal estudiada, las
relaciones entre la obra del escultor y el legado del libertino obsceno. A su
manera, esas relaciones, oscuras, secretas, también hablaban del infierno
histórico hacia el que caminaba la civilización europea en vísperas de la
Segunda guerra mundial, sembrando nuestro continente y civilización con una
atroz marea negra de sangre y humana y campos de concentración, sin precedentes
en la historia humana.
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