Los estudios concluyen que hay una crisis de libido. Foto: Cordon Press
Hay dos tipos de estudios que últimamente resultan
demoledores para la raza humana: los relativos al deseo, que muestran como esa
pulsión, no solo erótica sino de vida, es cada vez
más frágil y escasa; y los relativos al coeficiente intelectual, que
según leía hace poco detectan que ha bajado en el mayoría de la población,
con respecto a décadas anteriores.
Uno de las últimos investigaciones serias respecto al
deseo, es la que publicó The Journal of Sexual Medicine, titulada Declining
Sexual Activity and Desire in Men- Finding from representative German Surveys,
2005 and 2016. Una comparativa entre estudios alemanes realizados en
varones de 18 a
93 años en el 2005 y el 2016. De este trabajo se deriva que la proporción de
hombres sexualmente activos baja del 81% al 73% en 2016; mientras que la
ausencia de deseo sexual sube del 8% al 13% con los años. Su conclusión es que
la actividad sexual y el deseo decrece, especialmente entre los jóvenes y los
de mediana edad, aunque el menor porcentaje de hombres viviendo con pareja
contribuye a esas cifras.
Es también bastante popular la conclusión a la que
llegó David Spiegelhalter, experto en estadísticas de la Universidad de
Cambridge, que observó como diversos estudios en el Reino Unido corroboraban
esta tesis. Según Natsal, National Survey of Sexual Attitudes and
Lifestyles, en 1990 las parejas de entre 16 y 64 años hacían el amor cinco
veces al mes; porcentaje que disminuyó hasta cuatro veces, en el año 2000,
y tres en el 2010 para el mismo periodo de tiempo. En 20 años la frecuencia
había bajado un 40%. Pero lo que popularizó a Spiegelhalter fue su pronóstico
de que, si las cosas seguían así, en el 2030 las parejas no iban a tener
ningún encuentro sexual.
“La falta de deseo es la consulta más frecuente entre
mujeres que acuden a un sexólogo, aunque luego el problema de fondo puede ser
otro”, apunta Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut
Clinic de Sexología de Barcelona, del Instituto Iberoamericano de Sexología y
presidenta de la
Federación Española de Sociedades de Sexología. “Pero los
hombres también se están apuntando a esta tendencia; que, por otra parte, es la
que más ha promovido los estudios e investigaciones en materia de sexualidad
femenina en los últimos años”.
Lamentablemente que la mujer tenga pocas ganas nunca
se ha tomado suficientemente en serio, pero que los hombres pierdan el interés
en el sexo es algo que mina el epicentro de su masculinidad y sí preocupa. Por
eso es ya el segundo motivo por el que los más jóvenes acuden a un
especialista, después de la eyaculación precoz.
“En cuestión de deseo”, apunta Molero, “la sexología
está haciendo muchas revisiones y reinterpretaciones, porque realmente es un
impulso que está en vías de extinción. Al menos como lo conocíamos hasta ahora.
La gente tiene cada vez menos fantasías. Probablemente porque ya no necesitan
tenerlas en un mundo hipersexualizado, en el que las imágenes pornográficas más
extremas están disponibles con solo una conexión a Internet. Hemos tenido tal
sobredosis de estímulos visuales que ya nos hemos vuelto insensibles a ellos y debemos
buscar otros nuevos. Cuando hablamos de deseo sexual hay siempre tres
ingredientes: el impulso físico, la motivación y el ingrediente cultural.
Dentro del primero influyen muchos factores como la edad, las hormonas, la
salud; pero también el estado anímico y la disposición de querer desear. La
motivación procede de experiencias previas y de la calidad de nuestras
relaciones sexuales anteriores y el factor cultural es tremendamente relevante.
La sociedad, la cultura, construyen también nuestra sexualidad”, señala esta
experta.
Sexo líquido = bajo deseo
Vivimos tiempos de sexualidad líquida. Y no me refiero
a los fluidos que se derivan de esta practica, sino al concepto que popularizó
el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, que aplicó a todas las dimensiones del ser
humano, y que hunde sus raíces en el sistema capitalista. Relaciones donde la
fugacidad y la falta de complicidad son las grandes directrices. Sexo de alto
rendimiento, desprovisto de todo tipo de sensaciones. Algo parecido a lo que le
ocurrió al pole dance cuando pasó de baile erótico a disciplina
deportiva.
La escritora Krysti Wilkinson publicó en The
Huffington Post un artículo titulado Somos la generación que no quiere relaciones,
en el que analizaba las nuevas normas que rigen las interacciones humanas,
derivadas del modelo de sociedad, producción y ocio diseñados para el nuevo
siglo. Reglas que pueden aplicarse igualmente al sexo. “Queremos la fachada de
una relación, pero no queremos el esfuerzo que implica tenerla. Queremos
cogernos de las manos, pero no mantener contacto visual; queremos coquetear,
pero no tener conversaciones serias; queremos promesas, pero no compromiso real;
queremos celebrar aniversarios, pero sin los 365 días de esfuerzo que implican.
Queremos un felices para siempre, pero sin esforzarnos aquí y ahora. Queremos
tener relaciones profundas, pero sin ir muy en serio. Queremos un amor de
campeonato, pero no estamos dispuestos a entrenar (…) Queremos descargarnos a
la persona perfecta para nosotros, como si fuera una aplicación nueva que puede
actualizarse cada vez que hay un fallo, guardarse fácilmente en una carpeta y
borrarse cuando ya no se utiliza. No queremos abrirnos; o, lo que es peor, no
queremos ayudar a nadie a abrirse”.
¿Puede caber en este contexto la voluble, caprichosa e
impredecible libido? Según Francisca Molero, el deseo tiene muchas caras.
“Existe lo que llamamos ‘deseo deseado’ y ‘deseo querido’. El primero es lo que
tradicionalmente se entiende como impulso sexual. Es decir, algo espontáneo;
mientras que el segundo es más una intención. Es el que está presente en muchas
parejas de larga duración. Queremos al otro, nos gusta estar con el/ella, es
una buena persona que nos ha ayudado mucho y queremos desearlo, aunque
realmente no es algo que surja, sino más bien que nosotros hacemos que pase”.
“Es también frecuente que el deseo cambie con el
tiempo (no siempre necesariamente a la baja) y que haya personas que encajen
más en el perfil de ‘deseantes’ y otras sean más del tipo ‘deseadas’. Muchas
mujeres vienen a la consulta alegando falta de deseo, cuando en realidad lo que
ocurre es que no tienen un ‘deseo espontáneo’ sino ‘responsivo’. Es decir, que
necesitan de ciertos preliminares, caricias o preámbulos para estimularlo. Es
como si estuviera dormido y hubiera que despertarlo. Y a esas personas no las
consideramos como pacientes con el síndrome de deseo sexual inhibido”, afirma
Molero.
Otra concepción errónea sobre la naturaleza de la
libido es confundirla con el enamoramiento. “Un deseo fuerte suele ser
independiente del objeto deseado”, afirma esta sexóloga, “y está presente en
las fantasías y pensamientos eróticos. Pero lo que vemos en consulta es que el
deseo querido está ganando terreno al espontáneo”.
Viendo que el deseo es un poliedro de muchas caras,
muchos sexólogos empiezan a recomendar como ejercicio trazar el ‘mapa erótico
cerebral’, que puede ser muy útil para conocer nuestra personalidad erótica y
satisfacerla con los manjares que más le gustan. Porque, a menudo, adoptamos
gustos que no son propios sino de nuestra cultura o partenaires. John
Money fue el que desarrolló el concepto de ‘mapa del amor’, que es como un
compendio de nuestra personalidad erótica: pensamientos, emociones, parejas o
comportamientos que nos agradan o que nos producen rechazo. Un mapa que se
forma a través de las experiencias y que puede variar a lo largo de la vida. El
sexólogo colombiano José Manuel
González Rodríguez, plantea en su blog algunas preguntas para
hacerse a uno mismo y ayudar a trazar este mapa personal del tesoro.
“Si los estímulos eróticos que percibimos ya no nos
excitan, tal vez deberíamos empezar a cambiarlos, sustituirlos por otros,
quizás menos centrados en lo visual, y poner al día toda la imaginería erótica
tradicional”, señala Francisca Molero. “De hecho, la ciencia ya se ha puesto a
trabajar en ello y recientemente se han descubierto determinadas fibras
sensitivas que tenemos en la piel y que no están necesariamente en la zona
genital (pueden estar en la cara interna del antebrazo, por ejemplo), pero que
tocadas convenientemente pueden estimular los centros de placer a nivel
cerebral”.
Otros expertos, como Ester Perel, psicoterapeuta belga
especialmente empeñada en estudiar la compatibilidad entre la seguridad y la
libertad en las relaciones humanas, hablaba de la necesidad de un cierto
espacio en su charla TED titulada El secreto del
deseo en la relación a largo plazo. “El deseo busca al
otro, alguien en el otro lado al que podamos visitar. El deseo necesita de un
puente que haya que cruzar. En otras palabras, si el fuego necesita aire, el
deseo necesita espacio (…) Deseo es cuando veo a mi pareja desde una distancia
confortable. Cuando esa persona que ya me es familiar se vuelve, por un
momento, misteriosa otra vez. En ese espacio entre yo y el otro reside el pulso
erótico”.
Escuchando esto me vienen a la cabeza esos
experimentos que hacían con ratones. Cuando la población aumentaba mucho y
estaban muy hacinados, perdían su interés por el sexo. Y pienso en las grandes
urbes, llenas de gente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario