Los cuerpos humanos están sexuados en su inmensa
profundidad celular. Es erróneo parcelarlos en partes sexuadas y sexuales, y en
partes que no lo son. Los seres humanos somos totalidades vivas, hondamente
conectadas en nuestro universo interior.
Conocer el propio cuerpo y comprender
cómo funciona es importante para saber cuidarnos mejor, para disfrutar de ese
milagro existente que somos y para que las mujeres seamos dueñas de nuestra
sexualidad, con sus peculiaridades igualmente válidas que las masculinas.
Las estructuras anatómicas femeninas posibilitan unas
experiencias y no otras, que se acompañan de vivencias que no existen en el
mundo masculino ni ellos las comprenden bien. Los hombres, hoy por hoy, no
pueden gestar un nuevo ser en su interior, ni saben lo que verdaderamente
significa, no pueden parir, ni dar el pecho, ni tener la menstruación mes a
mes... Con este artículo, quiero contribuir a que se comprenda mejor ese
trepidante cambio interior que experimentamos en cada instante vivido, aunque,
por supuesto, de una manera muy simplificada.
Las hormonas sexuales ejercen su acción en la
totalidad del organismo. Se unen a los receptores específicos de las membranas
celulares de los tejidos diana y de órganos, y esos complejos hormona-receptor
activan una serie de fenómenos bioquímicos, necesarios para obtener el efecto
biológico pretendido. Si por cualquier motivo, esa fascinante sucesión de
acontecimientos para desencadenar una serie de procesos bioquímicos celulares
se ve interrumpida, no se logrará la transformación de tejidos y de órganos.
Nuestro mundo celular es increíble en su viva complejidad, en su continuada
relación modificadora con lo externo. Los cuerpos no son solo biología, lo
social y lo cultural impacta en lo corporal y lo transforma. Todo lo que
hacemos, sentimos y pensamos tiene una traducción interna y deja huellas en
nosotros apenas perceptibles.
El cuerpo de la mujer se moldea a lo largo de su
existencia, queramos o no, lo aceptemos o no, y es el cuerpo el que lo hace sin
que entendamos bien cómo, sin que podamos detenerlo. El cuerpo lo hace en
respuesta a los cambios hormonales, que, a su vez, son influenciados por todo
lo que hacemos y sentimos, por nuestra actividad diaria, las circunstancias
vitales y la etapa de vida en la que nos encontremos. Así, por ejemplo, el
estrés influye negativamente en la secreción de las hormonas sexuales. Además,
cada individuo puede presentar particularidades en la secreción hormonal.
La secreción de las hormonas sexuales está regulada
por un complejo eje cerebral, formado entre la hipófisis y el hipotálamo, que
está en estrecha comunicación con las gónadas (los ovarios en la mujer y los
testículos en el hombre). Las hormonas que secretan estas estructuras
cerebrales no solo regulan la cantidad de las hormonas producidas por las
gónadas, sino también su ritmo pulsátil, necesario para su normal producción.
Los ritmos y las concentraciones de hormonas sexuales (estrógenos, progesterona
y testosterona) son muy diferentes en ambos sexos.
En la pubertad femenina se inicia un patrón cíclico de
producción de las hormonas sexuales ováricas, que se mantendrá durante toda la
etapa fértil de la mujer, hasta la menopausia. Esta característica cíclica se
traduce en distintas transformaciones corporales y emocionales de la mujer,
relacionadas con diversas concentraciones de las hormonas sexuales. Pueden
darse cambios de ánimo, de sensibilidad al dolor, de la temperatura corporal,
capacidad perceptiva de estímulos, en la función cognitiva, en la libido... Y
eso sucede mes a mes, más allá de nuestro deseo.
Las hormonas sexuales que más secretan los ovarios son
los estrógenos y la progesterona, responsables del normal funcionamiento del
organismo femenino y de su capacidad reproductiva. Los ovarios también secretan
la testosterona, pero en cantidades muy pequeñas. Hablemos brevemente de los
efectos de estas hormonas en la mujer:
La testosterona aumenta el deseo sexual en la mujer,
pero su exceso puede causar cierta virilización, como, por ejemplo, el vello
corporal abundante. La progesterona es la hormona relacionada con la
fecundación y el embarazo, y suele disminuir el impulso sexual. Los estrógenos
ayudan en el desarrollo del aspecto femenino del cuerpo y en el mantenimiento
de los órganos sexuales de la mujer. Ejercen una acción protectora en el
aparato músculo-esquelético, manteniendo la consistencia ósea; en la piel,
influyendo en su suavidad; en el sistema cardiovascular y en el cerebro,
protegiendo de los infartos y los ictus. Los estrógenos ejercen un efecto
preventivo de las enfermedades vasculares. También se los relaciona con las
peculiares capacidades sensoriales de la mujer, por ejemplo, aumentan el
olfato.
Se ha comprobado que los estrógenos influyen en la
creación de las ramificaciones dentríticas de las neuronas, incrementando su
conexión y la transmisión de la información. Asimismo intervienen en el
metabolismo de las grasas y en el colesterol de la sangre, aumentando la
proporción del colesterol HDL o "colesterol bueno". Los estrógenos
intensifican el riego sanguíneo en los órganos y tejidos de la pelvis actuando
sobre la libido y facilitan la llegada al orgasmo, y mejoran su intensidad.
El principal estrógeno secretado por los ovarios y el
más potente es el estradiol. Otro, menos importante durante la edad fértil, es
la estrona, también secretada por los tejidos periféricos como el tejido graso
subcutáneo. Este estrógeno cobra protagonismo después de la menopausia, cuando
los ovarios se inactivan en su función secretora.
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