Las líneas narradas al oído buscan recuperar a quienes
no tienen tiempo o capacidad de atención para la palabra escrita. El 50% de los
consumidores de audiolibros no había leído ningún libro en los últimos 12
meses. La literatura se reinventa en sonido para detener la sangría de lectores
en la era de la multitarea.
«Me fui a la cama con la voz de Germán Gijón». Al
propio Germán Gijón casi le da un soponcio cuando leyó la frase en una revista.
«Menos mal que no lo ha visto mi mujer...», recuerda risueño entre calada y
calada de un cigarrillo electrónico de olor dulzón. Y sin embargo, cada vez más
y más lectores se acuestan, efectivamente, con su voz grave y su locución
pausada. Con ella en el oído, se entiende.
Germán Gijón es uno de los pocos privilegiados que
sabe ya cómo termina la saga Millennium, que se estrena este martes
tanto en libro como en audiolibro a través de la plataforma Storytel. No en
vano, lo ha sido todo en el noir nórdico desde que tomara el relevo
David Lagercrantz: de la estrafalaria Salander al siempre comedido Blomkvist,
pasando por el propio escritor. Desde hace algún tiempo, Gijón combina el
doblaje intensivo de telenovelas turcas con la lectura de libros en voz alta.
Como un cuentacuentos de la era moderna, a Gijón lo podemos escuchar
desentrañar el perfil menos conocido de Steve Jobs como poner voz a Tolstói en
una reflexión sobre la ambición.
En realidad, el propio Lagercrantz confiesa que le
encantaría poner voz a la narración de La chica que vivió dos veces.
"Siempre he soñado con hacer teatro, así que para mí, poner voz a mis
propios personajes habría sido maravilloso", reconoce en conversación con
PAPEL via correo electrónico, "aunque me enorgullece ver que mis
audiolibros cruzan fronteras".
Germán Gijón pone voz, entre otros libros, a las últimas entregas de
'Millennium'.
"Es maravilloso ver cómo los audiolibros están
devolviendo a la gente a la literatura", reflexiona el escritor sueco, que
se confiesa audiolector: "He escuchado cosas fantásticas y otras menos
fantasticas", bromea. Él mismo lee en voz alta durante el proceso de
escritura, porque para él "escribir es como la música": "Tu
prosa tiene que ser como una pieza musical. Tiene que funcionar".
El audiolibro llegó a España por Valencia a bordo de
un estudio que mira al Palau de la Música desde el otro lado de una avenida que
hoy está achicharrada por la ola de calor. Y lo hizo impulsado por el instinto
de supervivencia de una profesión ahogada por el cierre de Canal 9. Corría el
año 2014 y aquello era renovarse o morir; y fue renovarse.
Todo comenzó con una lluvia de ideas. Benjamín
Figueres y Milton Font, dos hombres del cine y del doblaje, se asomaban al
abismo de tener que cerrar su estudio y decir adiós a 25 años de carrera.
Miraron al otro lado del charco y atisbaron una tabla de salvación: allende los
mares despuntaba una industria inexplorada en España; es más, crecía a un
esperanzador 20% anual. El gigante Amazon hacía gala allí de su propia
plataforma de audiolibros, Audible -que por cierto traerá a nuestro país el
próximo invierno- y Figueres y Font arrancaban aquí su propia aplicación, una
incipiente audioteca de clásicos cuyos derechos negociaban con los traductores
a puerta fría.
De aquello hace algo menos de cinco años y algo más de
medio millar de audiolibros, en un estudio que rebosa actividad pese a la quietud
estival. Kilohercios y
Decibelios arrancó una industria que no ha hecho más que crecer
en un país en el que, en cambio, el 32,8% de la población reconoce que no lee
«nunca o casi nunca», según el Barómetro de hábitos de lectura y compra de
libros de 2018 elaborado por la Federación de Gremios de Editores de
España.
El 48% de los audiolectores tiene menos de 35 años y
el 52% de las escuchas se realizan 'in itinere'
«No leemos porque no tenemos tiempo, o porque nos
hemos ido hacia otras formas de entretenimiento», apunta Maribel Riza, publishing
manager de Storytel, algo así como el Netflix sueco de los audiolibros.
Dice Riza que el 50% de sus usuarios no había leído ningún libro en los últimos
12 meses, «eran lectores que ya habíamos perdido». Así que el audiolibro se
presenta no ya como alternativa a la letra impresa, sino como complemento para
la agitada vida moderna, en la que eso de centrar la atención en una única
actividad sin atender al mundanal ruido es un lujo casi inconcebible, máxime
para las nuevas generaciones criadas en la constante multitarea. Lo confirman
los datos: el 48% de los audiolectores tiene menos de 35 años y el 52% de las
escuchas se realizan in itinere, en el transporte público o en el coche
camino al trabajo.
Riza es el eslabón que une a la plataforma con las
editoriales, así que ha visto de primera mano cómo crecía el interés de un
sector en plena sangría. Penguin Random House, el primer sello que apostó por
la literatura narrada, no contaba ni 60 títulos en Español en 2016; terminará
el año con alrededor de 1.000. Además de servir de escaparate, Storytel actúa
también como productora: «El retorno del audiolibro está estimado en unos cinco
años ahora mismo», expone su publishing manager, «es una inversión a
medio plazo que los medianos o pequeños no pueden asumir».
Storytel aterrizó en el mercado español en octubre de
2017 con su sistema de suscripción con tarifa plana mensual y su combinación de
estrenos y clásicos de ayer y de hoy. Pero mucho antes de eso, mucho antes de
que un número creciente de españoles (no dan cifras regionales, pero acaban de
superar el millón de suscriptores en todo el mundo) se echaran un libro a los
oídos al bajar al metro, Benja y Milton sudaron tinta china para demostrar que
sí, se podía. A principios de los 2000 habían hecho sus pinitos con obras de
autoayuda que se editaban en casete o en CD y que, recuerdan, no tenían
demasiado éxito. Pero ahora tocaba otra cosa, y con su app todavía en pañales
apuntaron alto, más alto imposible, y escribieron un mail a Audible. «Y oye,
pues sonó la campana».
Allí estaban ellos, dos valencianos enamorados de la
voz, sentados frente a un jefazo de Amazon que pasó de un desconfiado «ojo, que
esto no es ponerse delante del micro y leer» a un «hablemos de números» con un
ligero vistazo al material que habían grabado. «¿Queréis trabajo? Pues toma»,
recuerdan ahora. «Nos pidió 16 libros en un mes». Traducción: 160 horas sólo de
grabación, con su preproducción y su postproducción, jornadas de 24 horas en
las que se grababa por el día y se editaba por la noche. «Con la Pascua y las
Fallas en medio, pero lo hicimos». Todavía les sale una risilla nerviosa. Hoy
todo ese proceso, ya más estudiado y con plazos algo más humanos, representa el
60% de su volumen de negocio.
Cada libro es un mundo y cada historia implica unos
retos diferentes. Hay autores como Fernando Aramburu o Almudena Grandes que
eligen a sus narradores, y otros que se encomiendan a los designios editoriales
sin prestar mayor atención. Hay idiomas y acentos y canciones y hay que
aprender a hablar como se habla en ese pueblo, no vale el de al lado. Hay
subordinadas y paréntesis y frases de medio minuto. Hay fórmulas matemáticas y
gráficas y hasta recetas de cocina. Efectivamente, lo de producir un audiolibro
no era, ya lo dijo aquel jefazo de Amazon, ponerse delante de un micro y leer.
La idea es una traslación del texto al audio de una
manera amena, como si alguien te lo estuviera leyendo al oído por las noches
«No se adapta nada», dice Milton Font, «la idea es una
traslación del texto al audio de una manera amena, como si alguien te lo
estuviera leyendo al oído por las noches. Un poco el concepto de tener un
amante lector». Un amante lector como Germán Gijón, ¿recuerda?, con el que nos
acostábamos al principio de este artículo. El que narraba audiolibros entre
telenovela turca y telenovela turca. De su faceta literaria lo que más le gusta
son los personajes, claro, «porque le puedes imprimir carácter». Eso sí, sin exagerar:
«A veces te dicen: 'Quieto, campeón, que nos hemos pasado'». Lo de llamarlo
narrador no le termina de convencer a Gijón. Él no locuta, no narra, él cuenta.
«Si cuando me escuchas en el metro no consigo que te metas en la historia...»,
tuerce el gesto. Aunque no pueda explayarse como le pide el cuerpo a un actor
tanto como le gustaría, al valenciano lo de los audiolibros le gusta.
«Solamente depende de ti», explica. «En el doblaje formas parte de un
engranaje, pero aquí eres tú traduciendo el libro a quien lo escucha. Es mucho
más personal, más directo, y el usuario final es mucho más dependiente de ti,
de cómo lo hagas, de cómo transmitas, de qué es lo que logres hacer con el
texto».
Estudio de doblaje Kilohercios y Decibelios.
Dicen los productores de audiolibros que nada de
guerra de formatos, que aquí lo importante es consumir literatura, que lo que
cuenta son las historias. Dos noticias trae este verano que parecen empeñados
en confirmarlo. Uno, la publicación simultánea del final de Millennium,
oral y escrito, el próximo miércoles; el otro, la aparición del primer libro
escrito primero para audio.
A Renato Cisneros lo llaman en su Perú natal el Vargas
Llosa 2.0. A lo Michelle Obama, acaba de lanzar Algún día te mostraré el desierto,
donde cuenta de viva voz que eso de ser padre no son sólo alegrías. Tenía que
parar de vez en cuando porque lo que decía era tan personal que se emocionaba,
y eso ha imprimido en su texto algo que jamás tendrá la palabra escrita: «El
que escucha una historia no subraya, no huele el libro, no toma notas, pero lee
con el oído, y eso revela cosas de la historia que otros sentidos no pueden».
Palabra de audioescritor.
Así se graba un audiolibro
«Si fuera una carrera, el doblaje sería una de 400
metros y el audiolibro un maratón. Lees, lees, lees, te paras; lees, lees,
lees, te paras». Y así, en turnos de cuatro horas, que en una cabina de
grabación dan para mucha anécdota. «Las tomas falsas son muy peligrosas, me
consta que hay por ahí archivos que no me gustaría que escuchara mi hija...»,
reconoce Germán Gijón. De su garganta han salido decenas de audiolibros, pero
él es un eslabón más de una larga cadena. Todo arranca con un PDF y una primera
lectura de reconocimiento. «Se anota todo lo que presente dificultades:
nombres, imágenes, fórmulas matemáticas... Y se propone una solución», explica
Bejamín Figueres. Es sólo la primera carrera de obstáculos, hay días que entra
en el estudio y no es capaz de llegar hasta su mesa: jefe, ¿y esto cómo lo
hacemos?
En Kilohercios y Decibelios se han tomado muy en serio
el aprovechamiento del espacio. Uno encuentra cabinas de locución por todas
partes, hasta por el pasillo. De vez en cuando se asoma alguien: «¿Podéis bajar
la voz, por favor?». Han pasado el cásting de voces y graban libros a
destajo:45 páginas por sesión, 140 palabras por minuto si el factor humano lo
permite. De las cuatro horas de cabina diarias, con suerte una y media serán
aprovechables.
De la cabina, el archivo se distribuye entre editores
para una primera limpieza. «Al final es un trabajo artesanal, por muchas
herramientas digitales que tengas», apunta Milton Font, la otra mitad del
estudio. El editor tiene la misión del corte fino, tiene que eliminar cualquier
ruidito, respiración, saliva, porque al final lo que se escucha es la voz del
narrador... y nada más. Una voz perfecta pero humana, lo suficientemente
potente como para sobreponerse al ruido del metro, del motor o, también, de las
olas en la playa.
Después de años de ajustes, los valencianos han
encontrado un protocolo en cadena que les funciona. Y tiene como momento
crucial el siguiente paso:la revisión. El revisor escucha absolutamente todo el
libro y va leyendo al mismo ritmo y tomando nota:esto no se entiende bien; aquí
hay una entonación cambiada; uy esta 'erre', qué mal suena... «Necesitas a
gente con un nivel de cultura general muy grande porque tienen que saber un
poco de todo», cuenta Font. Sus equipos suelen ser intergeneracionales: «Unos
conocen los clásicos, otros saben qué es eso de Tinder».
Pasamos a los 'retakes' y volvemos al narrador.Toca
regrabar todo lo que no funcionaba, pero sin que se note: misma sala, voz
colocada en el mismo sitio, prácticamente mismo momento del día. «Si no, suena
como un pegote». Y hasta aquí las sesiones de trabajo en cadena, que al final
esto son libros y los libros se dividen en capítulos, ¿no?
El último eslabón viene regido por la experiencia de
escucha y por una meticulosidad que raya en lo obsesivo compulsivo: Entre el
inicio y la entrada de voz, medio segundo; entre el título y el inicio del
capítulo, dos segundos y medio; desde la última palabra del capítulo hasta
siguiente, tres segundos y medio. Son instantes de silencio que crean un todo y
de los que el usuario final no es consciente, pero que le enganchan o le hacen
abandonar.
«Algunas veces tenemos el orgullo de decir que la
editorial no nos ha enviado ninguna rectificación, es el caso de 'Millennium'»,
dice Figueres, «20 o 21 horas de narración sin un solo error de pronunciación,
ni una coma mal puesta. Es una fiesta». ¿Y luego? «Luego, a por el siguiente.
Grabamos hasta 15 libros a la vez, figúrate».
FOTOS: BIEL ALIÑO