· El agua más próxima a la superficie ha experimentado un aumento constante
de 0,24 grados por década
Pankra Nieto
La playa de la Concha en Oropesa del Mar (Castellón)
es conocida por su arena fina y dorada, pero también por la temperatura del
agua que permite a los bañistas meterse en el agua «sin pensárselo dos veces».
Esta playa, situada en la costa mediterránea, se asemeja cada vez más a las
playas de la costa gallega, que están experimentando una subida que los
expertos vienen alertando desde los años 80, según informa El Correo.
El pasado mes de julio se registraron 22 grados, un
grado más que los valores medios alcanzados en el mismo mes de 2018, según las
mediciones diarias de la Diputación. Un año que registraba el mayor número de
bañistas que acudían a playas del territorio con 3,5 millones de usuarios entre
los meses de junio y septiembre, un 28% más que el mismo periodo de 2017.
Aunque hay años más fríos y otros más cálidos, desde
hace cuarenta años, el agua más próxima a la superficie ha experimentado un
aumento constante de 0,24 grados por década, según informan los expertos de
Azti y de la UPV. Las temperaturas extremas que se registran durante las olas
de calor en el período estival son las responsables directas de dicho aumento. En la actualidad el Cantábrico registra temperaturas más propias del mar
Mediterráneo.
Pérdida del «oro rojo»
Este incremento en las temperaturas ya ha registrado
consecuencias devastadoras en la fauna y la flora marina.
Algas rojas
Los campos de algas rojas conocidas como «Gelidium»
sufren desde 1997 una decadencia total. Su explotación por parte de la
industria alimenticia y cosmética ha hecho que muchas praderas hayan
desaparecido y que apenas queden matojos de lo que un día fue una de las
plantas marinas más valoradas. El «oro rojo» que fue como se conocía a la
acumulación de este alga en la costa cantábrica y que más tarde las empresas convertían
en agar-agar, una gelatina vegetal que se utilizaba para crear tejidos y
alimentos, forma ya parte casi del pasado. Con su pérdida también han
desaparecido los ricos ecosistemas que generaban. Pulpos, lubinas, julias,
estrellas de mar o crustáceos eran algunas de las especies que encontraban en
esta vegetación marina uno de sus lugares habituales de abrigo.
La lista de motivos de la desaparición de esta y otras
muchas plantas marinas es larga. El calentamiento de la capa superior del
cantábrico, el aumento de la radiación solar por la menor presencia de nubes y
la disminución de las lluvias son algunos de ellos. «Las algas son organismos
muy sensibles a los cambios y el agua de la costa vasca cada vez se parece más
a la del Mediterráneo», apunta José María Gorostiaga, profesor de Botánica de
la UPV/EHU y expertos del grupo de investigación Bentos Marino de la
institución académica, que señala que la temperatura del agua del mar es un
buen indicador del cambio climático porque acumula parte del «calor
atmosférico».
Fenómenio global
La fauna también sufre consecuencias directas. Muchas
especies tradicionales desaparecen o desplazan su zona de puesta hacia zonas
más frias, como el verdel que lo ha hecho 16 kilómetros hacia al norte. La
llega de especies propias de zonas más cálidas, como Canarias, es cada vez
mayor. Se constata la presencia de peces ballesta, globo o voladores. Además,
el bonito adelanta su llegada al Golfo de Bizkaia.
Costera del bonito
El calentamiento del mar no es algo exclusivo del
Cantábrico, sino que es un fenómeno global que lleva a que muchas de nuestras
especies, como el chicharro, el lenguado o el rodaballo estén presentes en el
Mar del Norte. Una tendencia al alza que se mantiene constante y que ha hecho
que los científicos lancen la voz de alarma.
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