Parece el guión de una luminaria de la industria del cine porno, pero se trata del proyecto de un videoclip: una cantante veinteañera desnuda y acompañada de un grupo de cuarentones, también desnudos, esparciéndose "por doquier un líquido blanco que se parece a la leche", mientras el público también desnudo canta, grita y se contornea. Si del guión es de lo último que se habla en cualquier película pornográfica, aquí, en este caso, es lo primero. Resulta un asunto de primer orden dar a conocer la trama escandalosa en el estado en el que se mueve su protagonista:
La cantante Miley Cyrus, en la alfombra roja de los Video
Music Awards de MTV del pasado mes de agosto. / Getty
Images
Miley Cyrus, antigua princesa
infantil de Disney y actual reina del destape en Instagram y del twerking, ese
baile de movimientos incitadores y sensuales conocido en castellano como
perreo. La propuesta ha surgido a partir de un acuerdo de colaboración con
Wayne Coyne, líder del grupo Flaming Lips, que reveló en su perfil en Instagram
el espectáculo que Cyrus planea para la grabación del vídeo musical de Milky,
Milky, Milk —la palabra leche por partida triple—, uno de los éxitos de su
último álbum, Miley Cyrus & Her Dead Petz, que el propio Coyne ha ayudado a
grabar y producir. Pero lo que realmente se revela es la última vuelta de
tuerca a la provocación de la joven cantante estadounidense aficionada a sacar
la lengua.
Aunque
es algo que se sabía, ahora está aún más claro: Miley Cyrus quiere destruir
todo lo que quede, si es que queda, de Hannah Montana, la chica buena e
inocente que protagonizó en la exitosa serie adolescente de Disney Channel. Es
algo que ha pasado desde siempre: una estrella infantil enterrando su pasado y
mandando al carajo a los que le fabricaron. Se ha visto en varias ocasiones en
la historia de la cultura popular, desde la televisión al cine, pasando por la
música con personajes emblemáticos como Michael Jackson, que se cambió el color
de la piel entre una de tantas extravagancias multimillonarias, o Britney
Spears, que tras pasar por la clínica de desintoxicación y perder la custodia
de sus dos hijos se rapó la cabeza como un acto de rebeldía. En estos casos,
siempre se habla del manido término “juguetes rotos”, pero Miley Cyrus, a sus
22 años, dueña de sus actos y su carrera, definiéndose a sí misma como una
“perra mala”, es otra cosa. Más bien es un juguete de la cultura actual del
espectáculo.
Hubo un antes y un después en
su carrera profesional. Fue la noche de la gala de los premios MTV en 2013,
cuando la cantante puso en el disparadero informativo el twerking,
al ejecutarlo por sorpresa ante millones de espectadores. En aquel
trascendental momento para la cultura pop de nuestros tiempos ardió Internet,
llegando a derrotar a Edward Snowden, el papa Francisco o la guerra de Siria en
el discurso informativo en redes sociales y medios online. La elaborada y
asombrosa actuación de Lady Gaga quedó eclipsada por completo por la
provocadora aparición de Cyrus, que pasó de estar rodeada de osos de peluche y
cubierta con un top infantil a perrear en braga y sujetador con el cantante
Robin Thicke entre contoneos y muecas desafiantes. Como escribió la columnista
de la revista New Yorker, Sasha Weiss, en esa improvisación deliberada,
“alimentó el frenesí online”, haciendo que tuviese más interés el estímulo de
la respuesta generada que el hecho en sí mismo, y mandando un mensaje a todos:
"GIF me now", que se podría traducir como “hacedme imágenes con
animaciones para Internet ahora”.
Con
sus vestidos estrafalarios, diseñados por grandes modistas —algunos de ellos
españoles— y que enseñan más carne que tapan, a Cyrus le hacen estas imágenes
animadas por doquier, parafraseando a Wayne Coyne con el líquido blanco, como
también son millones de adolescentes los que ven sus vídeos, consiguiendo que
batan récords de reproducciones en YouTube, tal y como pasó con el de Wrecking
ball (más de 800 millones de reproducciones), en el que aparece con un poderoso
look andrógino con tatuajes y desnuda, tapando, eso sí, convenientemente las
partes delicadas según la normativa. Es lo mismo que pueden ver sus más de 26
millones de seguidores en Instagram, donde acostumbra a compartir, tanto en
actitud sensual como de mofa, fotografías en topless, aunque insertando
digitalmente iconos de animales para tapar sus senos y evitar la censura de la
red social.
Es Miley Cyrus. De la imagen
angelical de Hannah a la ingobernable de la estrella del pop. Es la destrucción
total de la inocencia infantil y el triunfo de lo irreverente, pero conviene
señalarlo: en un mundo mediático hiperestimulado, comercial y banal. Porque su
mayor conquista hasta la fecha es ser para muchos tan entretenida como la
pornografía. Ella es más que probable que sea consciente de ello: acaba de
anunciar su intención de dar un concierto nudista.
El cuerpo como reclamo
Beyoncé, esta semana
durante un concierto benéfico de la plataforma musical Tidal en Nueva York. / GTRESONLINE
La explotación de la sexualidad como alarde
de poder en el pop es algo que ya legitimó, causando gran revuelo, Madonna en
los ochenta. Desde entonces, son muchas las estrellas que lo utilizan como
reclamo: Beyoncé, Shakira, Rihanna, Britney Spears, Christina Aguilera... Pero
ninguna lo ha hecho con el arrojo de Miley Cyrus, que ha sido objeto de estudio
en un curso de la universidad de Skidmore, en Nueva York. Hace tiempo que
atenta contra lo políticamente correcto. Tras su noviazgo con el hijo de Arnold
Schwarzenegger, reconoció su bisexualidad y fue pillada besándose con la modelo
Stelle Maxwell. Pero son sus desnudos los que la ponen en el ojo del huracán.
Ante la pregunta de qué pensaban sus padres sobre esa actitud, respondió:
"Mi padre prefiere que enseñe el pecho y sea una buena persona".http://elpais.com/elpais/2015/10/23/estilo/1445600233_997376.html
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