La muerte de alguien cercano conlleva que a la hora de hacer el amor este
pueda ser el menor de los deseos o una vía de escape que reduzca el sufrimiento
emocional a través del placer físico
Fotograma del largometraje Viridiana (1961) dirigida por Luis Buñuel
Es ese momento de la vida en el que nada apetece. Y es
además un instante, o sucedido, que se repite y repite, lamentablemente.
Apetece, normalmente, sólo gritar, llorar o quedarse en silencio. La muerte de
un familiar o alguien querido condiciona cualquier aspecto de la vida
siguiente, y también la sexual. Cuando el duelo y el sexo han de converger, son
muchas las emociones que entran en contexto: culpa, vergüenza, inapetencia... Y
hasta ideas extremas como considerar: «¿Qué derecho tengo yo a disfrutar de la
vida -sexo, orgasmos, caricias- después de que mi padre -o mi madre o incluso
mi pareja- ha fallecido?».
Cuentan los sexólogos que trabajan en terapias
individuales y de pareja que, por lo general, este tipo de conflictos llegan
enmascarados por otros, problemas «tapadera» que, a medida que avanza el
tratamiento, desvelan los auténticos. «Pueden surgir sentimientos de deslealtad
hacia la pareja que falleció, flecos de un duelo que no se ha acabado de
elaborar y ocasionan dificultades en futuros encuentros sexuales», explica
Violeta Mendoza, psicoterapeuta y sexóloga miembro de la Asociación de
Profesionales de la Sexología (AEPS).
También incide esta profesional en que, naturalmente,
y como se suele decir, cada persona es un mundo. Y hay tantos duelos como
personas e igualmente tantos tipos de deseo sexual como individuos,
prácticamente. «Se puede hacer un duelo y seguir adelante, sin más
complicaciones, pero también hay parejas que ya estaban rotas antes del
fallecimiento familiar y pueden surgir con más fuerza sentimientos de culpa,
pero no hay un patrón general y dependerá siempre de la situación concreta»,
continúa.
Es lo que el también sexólogo Pablo Lozano llama
«justificante», una «inhibición del deseo que expresa, en realidad, otros
conflictos de la relación: 'No me apetece y tampoco hago esfuerzo porque no lo
mereces'». «La inapetencia del deseo está asociada con el proceso de duelo por
cultura y por efecto de la actividad cerebral ante la pérdida. La persona
introyecta el dolor también como aislamiento y negación del placer, en una
sociedad en la que la culpa y la imagen social proyectada tienen peso», analiza
Lozano.
Ambos profesionales destacan, también, que por lo
general, «en las parejas hay bastante comprensión a este respecto, porque al
fin y al cabo ellos también han perdido un familiar, aunque sea político».
También coinciden en que las reacciones pueden ser muy diversas, «desde
inapetencia a un mayor deseo», incluso. Así lo considera también la psicóloga
Sara Losantos, especializada en duelo y miembro de la Fundación Mario Losantos
del Campo, que elabora guías para saber conducirse en ese proceso. Es decir, existen
personas que, ante tanto dolor, se refugian en el sexo como una vía de escape,
como una huida del sufrimiento emocional a través del placer físico.
Desde la sexología, se recomienda «respetar el proceso
del otro sin juzgar si está bien o mal, si es así como debería ser o no, si ha
pasado mucho tiempo y todavía está afectado», matiza Mendoza. Al cabo, se
trataría también de lo siempre cuando de relaciones personales se trata:
respeto, cariño, empatía y amor a raudales (si es que se tiene, claro).
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