En el planeta quedan más de un centenar de comunidades indígenas sin
contactar, repartidas en la Amazonia, Papúa Nueva Guinea e India. Su
supervivencia depende de que sigan aisladas
Los sentineleses,
la tribu que habita desde hace milenios la isla de Sentinel del Norte, en el
archipiélago indio de Andamán y Nicobar, se convirtieron hace un mes en
protagonistas de las primeras páginas de los periódicos internacionales después
de que algunos de sus miembros presuntamente asesinaran a John Allen Chau, de 26 años. El misionero estadounidense pretendía acceder al pequeño
territorio protegido con la intención de evangelizar a sus habitantes, uno de
los pueblos en aislamiento voluntario que existen en el mundo. Como los
sentineleses, se calcula que en el planeta hay al menos cien comunidades
indígenas que viven sin contacto alguno con otras civilizaciones.
Corría julio de 2014 cuando, muy lejos de India, en la
frontera entre Perú y el Estado brasileño de Acre, tres hombres desnudos, con
un corte de pelo estilo casco y las caras pintadas, se dejaban ver en la orilla
de un río y trataban de comunicarse en un idioma que nadie comprendía. Los
gestos, en cambio, eran familiares. Uno de ellos, por ejemplo, se ponía la mano
en el estómago, dando a entender que tenía hambre. Al avistar a un individuo
con una escopeta, advirtieron mediante unas palabras a la postre traducidas: “Si
nos maltratáis, os vamos a lanzar un hechizo”.
Ese momento, grabado en vídeo, fue la primera aparición conocida de un grupo de
indígenas de la etnia sapanahua, que hasta entonces había decidido vivir
aislada en plena selva amazónica. Sus integrantes querían evitar cualquier
contacto con el resto del mundo hasta que, al ser atacados por unos sujetos
armados en la parte peruana, se vieron forzados a abandonar sus aldeas.
Un documental de
Survival International muestra imágenes inéditas de un pueblo indígena aislado
del estado brasileño de Acre, cerca de la frontera con Perú.
No sería el primer grupo que huía debido a amenazas a
ambos lados de la frontera. Ni el último. En enero de 2015, tres miembros de la
etnia awá-guajá que vivían aislados y dentro de una tierra indígena del Estado
de Maranhão, en el noreste de Brasil, hicieron lo mismo, siempre al haber sido
contactados tras sufrir un ataque.
Así, varios de estos pueblos están emergiendo de la
selva amazónica debido al avance de la tala ilegal y la invasión de sus selvas,
que los fuerzan a huir de sus hogares y establecer contacto con el resto de la
sociedad.
La Amazonia brasileña es el área con mayor cantidad de
comunidades indígenas aisladas del mundo, según la ONG Survival International. La Fundación Nacional del
Indio (Funai),
organismo del Gobierno brasileño encargado de proteger a los más de 800.000
indígenas que viven en el país, asegura que hay al menos 107 registros de la
presencia de estos grupos, cerca de 30 de ellos están controlados —en la
lejanía— por parte de la entidad. Los expertos advierten, no obstante, de que
hay que manejar con cuidado los datos porque no se basan en pruebas fehacientes
debido a que el aislamiento de estas comunidades hace imposible llevar a cabo
un recuento fiable.
“Se necesita investigar más: hace 10 años se decía que
en Brasil solo había 10 o 15 grupos y esa cifra ha aumentado mucho, debe haber
más [comunidades] de lo que se dice”, vaticina Fiona Watson, experta de
Survival International y gran conocedora de tribus no contactadas.
¿De qué manera se confirma la existencia de pueblos
indígenas no contactados? Para empezar, hay que definirlos. “Son grupos que no
tienen contacto formal voluntario con la sociedad nacional. Saben que existe el
mundo exterior y que tienen vecinos”, explica Watson. Brasil no es el único
país que cuenta con presencia de estas comunidades.
Perú se encuentra en segundo lugar con entre 15 y 20
pueblos aislados. Watson también destaca casos como el de Paraguay, donde parte
del pueblo ayoreo y otros clanes viven fuera del bosque tropical de la
Amazonia, en la región de El Chaco. “Es un entorno
muy distinto, pero están”, confirma la experta. En Bolivia, Ecuador y Colombia
existen grupos más pequeños, y en la parte oeste de Papúa Nueva Guinea
(Oceanía) se sabe de la existencia de varios pueblos, aunque no se ha logrado
establecer el número ni los lugares exactos donde habitan.
“Es muy peligroso penetrar en su territorio desde que
Indonesia [país fronterizo] invadiera aquella zona. Tenemos una persona que fue
allí [zonas no contactadas en Papúa Nueva Guinea], pero es muy difícil entrar
de nuevo, está todo militarizado. Pensamos que existen [estas tribus] porque
desde hace años hablamos con gente y dicen que están, pero no quieren dar más
información”, explica Watson.
El tercer grupo de población localizada en el mundo es
la anteriormente citada etnia sentinelese, en India. “Este es el pueblo más
aislado porque vive en una isla, y nadie consigue entrar allí. Ellos protegen
mucho su independencia y son autosuficientes”, describe Watson. “El Gobierno de
India hizo una aproximación hace años y fue rechazado, así que decidió no
forzar el contacto. Son felices y en algunas fotos se aprecia que están fuertes
y sanos, tienen dientes fantásticos. Demuestran que tomaron la decisión
correcta de permanecer aislados porque no necesitan nada de la sociedad afuera,
tienen de todo en su isla, viven bien”, opina Watson.
En más de una ocasión, algunas de estas comunidades
aisladas sí que tuvieron contacto con el exterior hace siglos, en concreto hace
unos 150 años con los colonos que arribaron a varias zonas de Perú y la
Amazonia. “[Las tribus] fueron esclavizadas y obligadas a trabajar en
condiciones horrorosas en plantaciones de caucho. Mucha gente murió”, describe
Watson. Aquella experiencia quedó en la memoria histórica de estas comunidades,
que piensan aún hoy que la gente de afuera es mala. Por eso deciden aislarse,
para sobrevivir.
Brasil, Perú y
Colombia son los países con mayor experiencia en la protección de los pueblos
indígenas no contactados
Amenazas y peligros
Los peligros de los que huyen estas comunidades
indígenas son muchos. En Brasil, madereros, buscadores de oro y
narcotraficantes usan el área de la selva sin preocupación alguna ante la
ausencia de control del Estado. Y la actividad de grupos criminales se vuelve
cada vez más osada.
Durante la madrugada del pasado 22 de diciembre, una
de las tres bases que protegen a las comunidades aisladas, en la Tierra
Indígena Valle del Javari, en la frontera brasileña del Amazonas con Perú, fue
atacada a tiros ante la presencia de la policía y de la Funai. Nadie resultó
herido, pero este suceso ha hecho que aumente la preocupación de las entidades
de protección de comunidades indígenas que ya temen las políticas que puede
tomar el presidente electo de Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro, que
tomará posesión el próximo martes.
El nuevo mandatario es contrario a la demarcación de
territorios indígenas, pues sostiene que los pueblos tradicionales tienen que
“integrarse” con el resto de la sociedad. También defiende la existencia de
actividades remuneradas en las áreas habitadas por comunidades aisladas.
“El indio no puede seguir dentro de un área demarcada
como si fuese un animal encerrado dentro de un zoológico”, dijo Bolsonaro en
unas declaraciones que recordaban la línea mantenida durante el Gobierno de la
dictadura militar (1964-1985).
Entonces, la política era de acercamiento a estas
tribus para intentar insertarlos en la sociedad, especialmente si se
encontraban en un área de interés para acometer proyectos de infraestructuras.
Fue desastroso para la salud de estos pueblos, que no estaban protegidos ni
vacunados para afrontar algunas de las enfermedades que circulaban fuera de la
selva. Desde 1988, cuando se promulgó la nueva Constitución tras finalizar la
dictadura, el Gobierno de Brasil cambió la forma de relacionarse con estas
tribus y pasó a asistirlas solo cuando pedían ayuda.
Brasil, junto a Perú y Colombia, son en la actualidad
los países con mayor experiencia en la protección de estos pueblos, opina
Silvana Baldovino, abogada y directora del Programa de Biodiversidad y Pueblos
Indígenas de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA).
Perú, en concreto, cuenta con una ley para pueblos
indígenas no contactados y en fase de contacto inicial. Es decir, aquellos que
han tenido ya algún acercamiento y buscan un mayor encuentro con otras
comunidades. Pero el marco regulatorio se ha quedado pequeño, opina la jurista.
“La norma dice que si hay una reserva para estos pueblos y se identifica que
hay un recurso, como un yacimiento de oro, se puede explotar. Y esto
significaría la probable extinción de ese pueblo”, advierte.
Más allá de la ley, es mucho el trabajo que se ha
hecho ya para la protección de estos pueblos y mucho más el que queda por
hacer, reflexiona el indígena de la tribu shipibo-conibo (Perú) Julio
Cusurichi, ganador del Premio Medioambiental Goldman en 2007 y presidente de la
Federación Nativa del Río Madre de Dios y Afluentes (Fenamad).
Indígenas en
aislamiento voluntario de Monte Salvado, en la Amazonía peruana, salen al
exterior de la selva en julio de 2015.
En el país andino existen cinco reservas para unos
7.000 indígenas, según el Ministerio de Cultura. Se encuentran aislamiento o
contacto inicial. Hay cinco propuestas para crear nuevas áreas protegidas. “La
principal amenaza [para los indígenas] viene del Gobierno”, denuncia Cusurichi.
“El Ministerio de Transporte quiere aprobar varios proyectos de ley para
construir carreteras que atraviesen parques nacionales. Es una gran amenaza y
viene de los congresistas”. “Ha sido muy importante que organizaciones y ministerios
[Medioambiente y Cultura] denuncien qué es lo que puede pasar si se hace algo
así: es un etnocidio”, coincide Baldovino.
Densidad de población
Una de las reservas con mayor densidad de población
está en Madre de Dios, la región peruana donde trabaja la organización Fenamad.
“Hemos construido puestos de vigilancia lindantes con el territorio de los
pueblos indígenas en Monte Salvado, por ejemplo, y en El Diamante, y hemos
contratado a otros indígenas que hablan la misma lengua que los no contactados”,
describe Cusurichi. “Igual que hay guarda parques que guardan árboles y
pájaros, ellos monitorean a estos indígenas en aislamiento para que no accedan
extraños en estos territorios”, describe. “Andan por los bosques buscando
huellas y señales como restos de un fuego o casas abandonadas. También hablan
con los vecinos ya contactados, que muchas veces dicen: ‘ah, vivimos muy lejos
de nuestros hermanos no contactados”, añade Fiona Watson.
De ahí viene la importancia del monitoreo: para tratar
de minimizar los riesgos de contacto de personas que quieren evangelizar o de
quienes pretenden rodar un documental. Y, por supuesto, de aquellos que tratan
de realizar actividades ilegales como la tala de madera o extracción de oro en
unas zonas que, precisamente por estar tan poco intervenidas, son muy ricas en
recursos naturales que codician las empresas extractoras, ilustra la abogada.
Una maloca (casa comunal) de un grupo de indígenas
yanomami no contactados en septiembre de 2016. Guilherme Survival International
No se trata de entrar en contacto con ellos, insiste
Baldovino, sino de realizar una labor disuasoria para quien lo intente. “Los
profesionales del Ministerio de Cultura [en Perú] tienen protocolos de acción
sobre qué hacer cuando, por ejemplo, los ven salir [a los indígenas] de la
reserva por alguna razón excepcional”.
Gracias a su conocimiento del lenguaje, han logrado
escucharlos e identificar ciertas acciones que marcan una voluntad de lo que
quieren hacer. “En dos ocasiones han avistado indígenas, pero se aproximaban
con flechas apuntando hacia arriba, en actitud desafiante. Eso es que no iban
con ganas de socializar, así que lo que estos profesionales deben hacer es
marcharse del puesto de control”, describe la abogada. Fiona Watson también
explica un caso ocurrido en Perú: “Se sabe de un pueblo indígena no contactado
que ha dejado flechas cruzadas en caminos; es una señal muy clara de que no
quieren que entre nadie”, apunta.
El contacto de los sapanahua se produjo en una tierra
indígena del pueblo asháninka en el estado brasileño de Acre. Tras aquella
aparición, casi 30 individuos decidieron abandonar el aislamiento. Y todos
sintieron el efecto del primer contacto: cogieron la gripe, una enfermedad para
la que carecen de inmunidad. Ante los ojos del mundo, debido a los vídeos que
circularon en internet, recibieron atención médica y acabaron curándose, algo
que no siempre ocurre. Los casos de contacto suelen ser desastrosos cuando no
hay ayuda médica: una enfermedad no tratada puede exterminar a entre un 50% y un 90% de un grupo, afirma la FUNAI. Cuando deciden dejar
el aislamiento, tardan hasta tres generaciones en adquirir la inmunidad
necesaria para combatir la gripe, la malaria, la hepatitis o el sarampión,
enfermedades comunes de la zona.
En la región en la que viven se sabe de otros aislados
que se están acercando a aldeas y, durante la noche, se llevan objetos, como
machetes, ollas y ropa, que pueden estar contaminados y entrañan riesgos para
la salud, sin que reciban la atención necesaria. Según Survival y corroborado
por la propia FUNAI, los casos de indígenas aislados diezmados en el territorio
nacional son frecuentes. Hay algunas etnias aisladas que sobreviven con un
número bajísimo de miembros, como el “hombre del agujero”, un solitario
indígena que vive en la región de Tanaru, en el norte del país, y que rechaza
cualquier clase de contacto.
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