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Hace unas semanas, la tripulación de un avión expulsó
a una joven por una vestimenta que consideraron poco adecuada para viajar:
transparencias y un vertiginoso escote. Con niños a bordo, una azafata le
indicó que no era la ropa más apropiada. La turista británica interpuso
denuncia, aunque, al parecer, la disputa se desbordó y fue más allá de la
conveniencia o no del atuendo que escogió para la ocasión. Lo interesante del
caso es la controversia que suscita el pecho femenino. ¿Debería haber unos
códigos algo más precisos a la hora de mostrar o insinuar?
A estas alturas, el pudor en estos asuntos no pasa de
ser una virtud simplemente estética y, como decía Ovidio, entre el recato y la
hermosura hay un gran conflicto. Ahora bien, ¿quién es quién para erigirse en
árbitro del buen gusto? En el episodio de la pasajera británica, el patrón fue
la misma sensatez y el rechazo colectivo a una exhibición obscena en un espacio
más bien familiar. Pero ¿en otros casos? ¿Qué hace que un cuerpo sea erótico?
¿Simplemente la insinuación de unos pezones? ¿Dónde está esa línea que separa
la sensualidad de lo vulgar?
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El pecho femenino tiene un irreemplazable efecto
hipnótico. En la jerga del Urban Dictionary su fascinación queda definida en el
término 'booblivious', que es algo así como la exagerada distracción masculina
ante la presencia de unos pechos. Un estudio de la Universidad Victoria de
Wellington, en Nueva Zelanda, concluyó que es a los senos donde van a parar el
47% de las miradas de los hombres al ver a una mujer. No sólo eso, también
detienen en ellos la vista durante tiempo prolongado y constituyen uno de los
mayores estímulos de excitación sexual, más incluso que unos genitales.
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El antropólogo Desmond Morris sugiere que la evolución
favoreció su desarrollo como simuladores de las nalgas, viejo reclamo erótico
del macho. La ciencia ha justificado su eterna curiosidad por ellos alegando
razones médicas, psicológicas o, simplemente, por su interés en la crianza
humana. Un estudio publicado en PlosOne indicaba que los hombres con un nivel
social más bajo se inclina por pechos más exuberantes por esa función nodriza
que rememora su cerebro.
El pecho como símbolo de protesta
Las rebeldes usan el pecho como símbolo de protesta,
indocilidad y levantamiento. Así fue para las mujeres agitadoras durante la
Revolución Francesa o, en estos días, las feministas de Femen, que guerrean a
pecho descubierto. Sin duda, ha sido un arma poderosa que ellas han sabido usar
en su lucha por los derechos, y no solo como inductores de pasiones carnales.
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Se habla de escote generoso por su invitación a la
lujuria y es verdad que es un productor natural de endorfinas cuando se entreven
unos senos que se balancean al ritmo de los pasos femeninos o cuando se pierde
el pensamiento en la abertura inacabable de un vestido. Según como se componga,
el escote puede resultar elegante, sensual, libidinoso, liberador, rebelde,
arriesgado o también vulgar. La historia nos da muchos ejemplos de la
importancia que ha tenido para la persona que lo porta y la moda ha sabido
aprovechar y canalizar ese magnetismo, ya desde María II de Inglaterra cuyos
pronunciados escotes dejaban poca opción a la imaginación.
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Noticias como la de la turista británica se repiten a
diario poniendo en evidencia que esta parte de la anatomía trae de cabeza a
hombres y mujeres. Es inevitable que acuda a la memoria el veto de tantos
genios. ¿Es posible un acuerdo? El escultor Andrés Alcántara, uno de los
máximos exponentes del arte erótico actual, opta por la sutileza, la
sensualidad y la seducción, capaces de crear un efecto que se aleja de lo
puramente lúbrico. Evoca la desnudez ausente de las esculturas de la Grecia
clásica envueltas en delicadas cortinas y pliegues que simbolizan la
voluptuosidad en todas sus formas. En esa sutileza estaría el encanto de unos
pechos y su magnetismo. Es algo que, según dice, va ligado a la naturalidad y a
la elegancia.
MARIAN BENITO
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