· El nuevo feminismo pide a la moda que incluya vello como ya lo ha hecho con las «curvies».
Irene Montero no
es la primera en mostrar la axila poblada como símbolo de empoderamiento de la
mujer
«Viva el pelo». Así tituló Julio Romero de Torres su
óleo y temple sobre lienzo en el que acapara toda la atención el peinado de
Josefa Suárez, un moño bajo sujeto por un peinecillo rojo. ¡Qué viva el pelo!
¿Pero dónde? En la cabeza de la mujer, siempre, por supuesto. Cuanto más largo
y frondoso, más alabado. En la barba de los hombres, salvo en la pasada moda
del metrosexual, también. Todo vuelve. En la axila de la mujer.... no, nunca.
Hasta ahora. Desde hace unos años, en el contexto de la cuarta ola del
feminismo, mostrarla con vello se ha convertido en un símbolo de empoderamiento
femenino. La primera en levantar el veto fue Julia Roberts. En 1999 la «novia de
América» sembró la polémica en la gala de los Oscar saludando brazo en alto y
axila repleta de pelo. Pero su valentía resultó ser un «fail». Lo
confirmó hace poco. Le habían convertido en icono feminista por aparecer en la
alfombra roja sin depilar y resulta que se trató de un simple descuido, error
de cálculo. Posteriormente, otras «celebrities» del nivel de Madonna o Penélope
Cruz, han reivindicado sus sobacos peludos y otras como Miley Cyrus se han
sumado a iniciativas como «Free your pits» (libera tus axilas) que anima a decolorar
el vello de la zona para darle más visibilidad y desafiar, así, los cánones
estéticos.
Gigi Hadid. En una
apuesta por el «marketing de provocación» apareció en una revista con las
axilas sin depilar para generar polémica y un debate al respecto.
Pero todas estas «performances» no significan que
seamos todo los modernos, ni todo lo feministas que nos hacen creer, por mucho
que el 8-M sea éxito de masas. La axila de una mujer sin depilar aún hoy sigue
escandalizando. Se ha vuelto a comprobar esta semana con una imagen de la
portavoz de Unidas Podemos, Irene Montero, en la que con manga corta y puño en
alto dejaba al descubierto la pelambrera.
No ha trascendido si fue un acto
reivindicativo, si Montero nunca se depila, o si, como en el caso de
Julia Roberts, se trató de un descuido. Sea como fuere, un concejal del PP en
Barajas de Melo (Cuenca) debió sentirse tan ofendido por tal osadía que no pudo
reprimirse a expresarlo vía tuit: «Espero que si esta tipa es vicepresidenta
del Gobierno de España se afeite los pelos del sobaco cuando nos represente».
La maquinaria de Twitter enseguida se encendió y volvió aquel tema que ya se
había discutido en 1999 de nuevo al centro del debate. ¿Hubiera reaccionado el
concejal de la misma forma si el sobaco en cuestión fuera, por ejemplo, el de
Pablo Iglesias? «Los hombres se censuran de igual a igual, mientras que una
mujer no criticaría nunca la axila de un político sin depilar», argumenta Laura
Freixas, escritora catalana y autora de «A mí no me iba a pasar» en la que
narra su trayectoria vital desde una perspectiva de género. Para Freixas el
tema de la depilación femenina «es un ejemplo más de cómo la sociedad
patriarcal invade el espacio de la mujer y considera que todos pueden opinar de
sus cuerpos como si fueran propiedad pública». «Depilar la axila es otro modo
más de presión social al que nos vemos sometidas, la misma que también castiga
a las que no quieren ser madres, por ejemplo». Pero no solo hay que poner el
foco en los hombres, alerta la escritora, pues también ellas participan en esta
«censura social, por ejemplo a través de revistas que se dedican a examinar las
celulitis de las famosas». «Lo hacen para salvarse ellas mismas y rehuir de la
posición de víctimas y subordinadas; también porque les da rabia que otras,
apareciendo con vello, logren eludir esa servidumbre que supone moldear los
cuerpos».
Ejemplo de esa mujer empoderada, que no tiene miedo a
romper los cánones estéticos impuestos, es Amaia, la ganadora de OT. Ella está «orgullosa de mis pelos», los
muestra sin pudor, en su Instagram, en la gala de los Goya y en los «shooting»
de las revistas. Pero a la sociedad le sigue sorprendiendo. Hay más titulares dedicados a sus vello que a
su carrera musical.
Julia Roberts fue de las primeras en sembrar la
polémica al aparecer en los Oscar de 1999 sin depilar. Años después dijo que
fue un descuido.
Amaia es parte de este neofeminismo de axila poblada.
Los pelos en el sobaco –como diría el concejal– por bandera. Hasta el punto de
que una cabecera se los borró con Photoshop y como respuesta ahora se los pinta
ella misma en las fotos que los fans le piden que les firme. En esta era de la
visual, del reino de Instagram, las ilustradoras feministas también le están ganando
la batalla a la pelambrera casposa de algunos. El personaje de Lola Vendetta,
el «alter ego» de Raquel Riba, ha contribuido a normalizar aspectos de la mujer
que no son socialmente aceptados, como el pelo en ciertas zonas, la menstruación
o el derecho de «la mujer a enfadarse sin parecer desequilibrada». Cuando
Raquel dibuja a Lola Vendetta no obvia los pelos de las piernas, incluso pinta
alguno también en el pecho. Ilustra de alguna manera cómo se ve ella. «Yo me
depilo poco, a lo sumo tres o cuatro veces al año, ahora me siento bien con mis
pelos pero ha sido un trabajo psicológico tremendo porque tenía miedo, pánico,
a la desaprobación social». El tándem Raquel-Lola Vendetta trata de conseguir
que cada mujer se acepte a sí misma sin imposiciones. Considera que la lucha feminista no debe
consistir «en decirle a la otra que no se depile, porque si no entraríamos en
otra forma de censura sobre la mujer», sino en explicar por qué
«nos sentimos más seguras cuando llevamos la piel lisa», apuntando directamente
al mundo de la moda. «Tienen que mojarse, al igual que en los últimos años las
marcas han ido incorporando perfiles más diversos, por ejemplo el curvy, porque
la sociedad lo demandaba, debería ocurrir igual con el tema del pelo». «Si en
la siguiente colección de Zara las modelos aparecieran con la axila poblada,
esa misma temporada nos dejaríamos todas los pelos crecer», señala la autora de
«Lola Vendetta y los hombres».
Amaia «OT» Durante
su paso por la academia ya reivindicó el vello: «No me voy a depilar las
piernas porque las mujeres tenemos pelo», dijo.
Pero para eso todavía queda un largo recorrido, opina
por su parte José Luis Diez Garde, periodista especializado en moda. «Las
modelos aparecen todas depiladas, pero en moda masculina pueden convivir
hombres depilados y con vello». En el plano estético se percibe más si cabe la
desigualdad existente entre géneros. «Lo que ha ocurrido es que a finales de
los 90, con el auge del metrosexual, el concepto de depilación comenzó a verse
como algo unisex. «Mientras las mujeres empezaron a entrar en el armario
masculino para un aspecto más andrógino, ellos descubrieron el neceser femenino
y el mundo de la depilación, que además estaba refrendado por el mundo
deportivo». Así, explica Garde, «eso ayudó a los hombres a conquistar esa
libertad sin que se pusiera en solfa su masculinidad». Pueden ser igual de
hombres con o sin vello. En cambio, no ocurre lo mismo con la mujer: «Están más
constreñidas por el ideal de belleza femenino, la liberación que se les presupone
no es tal».
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