Promocionadas entre el cotizado turismo LGTBI como el paraíso del
'cruising', las dunas del Parque de Ses Salines y su flora están en peligro por
el continuo trajinar de cuerpos desnudos
Una pareja de hombres se adentra en la vegetación del Parque Natural de Ses
Selines, en Ibiza. FOTOS: GERMÁN LAMA
Quedan dos horas para la puesta de sol y un centenar
de personas al final de la playa. Todos hombres. Casi todos están desnudos y,
de estos, casi la mitad están solos. Hace un lustro, el gobierno de Ibiza
redactó una guía LGTBI en la que se decía que esta era la mejor hora. «¿La
mejor hora? Para el hambre no hay hora», corrige un veterano.
Desde la punta sur, Es Cavallet parece un túnel de
arena blanca flanqueado por un mediterráneo de tonos turquesa, y dunas de
sabinas que se elevan como un tsunami verde. Postes intermitentes de un metro,
unidos por una soga, y un par de señales, prohíben ascender por ellas. Son las
responsables de que este escenario forme parte del Parque Natural de Ses
Salines, declarado Patrimonio de la Humanidad, aunque pocos lo saben. Lo que
nadie ignora es que se encuentran en uno de los paraísos naturales del cruising,
o sexo en lugares públicos con desconocidos.
«Se liga por las miradas, los ojos no engañan», me
informa de cómo va la cosa. «Luego, al que te mira, lo puedes ir siguiendo
entre las dunas y, al final, pues te encuentras», concluye. «También te puedes
meter a pelo, y buscar aventuras», dice otro.
El cordón que impide el paso desaparece en este punto,
y se abre un canal de libre ascenso a las dunas. Al principio de un par de
metros, que luego se convierte en un sendero, después en dos, y finalmente en
un laberinto.
A los pocos minutos aparece un hombre de unos 50 años
con un gorro y una mochila a la espalda. Es decir, con solo un gorro y una
mochila a la espalda. Busca mi mirada y me señala con el cuello la apertura a
un nuevo sendero. Luego espera hasta que le sobrepaso, y vuelve al sendero
principal. Un poco más adelante, bajo una sabina, dos hombres charlan desnudos
apoyados en una nevera.
El LGTBI es el turismo más preciado del mercado. En
2018 tuvo un impacto en el PIB español de más de 6.100 millones
Hace lustros que estos paseos traen de cabeza a
geólogos, ecologistas y responsables del Parque Natural. En Diario de Ibiza,
este invierno, hicieron balance. La práctica, insistía de nuevo el biólogo y
ecologista del GEN, Joan Carles Parlem, está desmontando las dunas. En
concreto, arrancando las plantas y raíces que forman su frágil esqueleto, y las
protegen del viento, como la silene cambessedesii, que da una flor del
tamaño de una moneda de 20 céntimos, y que parece un molino de viento rosa de
cinco aspas. Tras desaparecer de la península por culpa del boom
inmobiliario, ya solo sobrevive en Ibiza y Formentera.
«El trajín de gente y actividades sexuales es
continuo», añade el geólogo y geógrafo Francesc Xavier Roig. Se abren nuevos
caminos. Al pisotear las plantas se rompe su estructura defensiva, y la arena
va desapareciendo. Como un cuarto oscuro al sol, y menguante.
De momento, todos los intentos por evitar el trasiego
han sido infructuosos. Hubo un tiempo en el que se colocó una pequeña valla que
desapareció, y también algunas señales. A veces por vandalismo y otras por
falta de conservación. Vicenç Forteza, técnico del Parque Natural, se quejaba:
«Hace algunos años hicimos campañas para informar a quienes transitaban por
allí, pero provocaba conflictos. Los informadores se encontraban con gente
violenta, agresiva. A veces les decían: 'déjanos acabar'. Lo puedes hacer un
día, pero al siguiente vuelven. Y no es lo mismo informar a alguien que está
solo tomando el sol o buscando espárragos o paseando a su perro, que a una
pareja o a varios que están practicando sexo».
Desde los senderos, oficiales y clandestinos, se escucha la música del dj
del Chiringay, local icónico del turismo LGTBI. A su entrada ondea la bandera
arcoiris, visible desde todos los puntos de la playa.
Toda la clientela son hombres y están en pareja. Toman
cócteles o zumos de colores mientras el staff empieza a preparar las
mesas para las cenas entre estatuas de desnudos masculinos, musculados,
bronceados y dotados como vasos de tubo.
Decenas de webs turísticas promocionan entre el
turismo LGTBI el cruising en las dunas, como si fuera visitar Pacha,
comer bullit de peix o bucear en la plataforma Mariana. El LGTBI es
ahora mismo el turismo más preciado del mercado. En 2018 tuvo un impacto en el
PIB español de más de 6.100 millones. En Baleares ya ronda cerca del millón de
turistas y el 10% del total, quizá un porcentaje mayor en Ibiza, al
considerarse una de sus mecas. Su perfil es el de un varón de entre 30 y 55
años residente en zonas urbanas, y con un nivel cultural medio alto. Y lo más
importante, gasta un 33% más que un no LGTBI, según un informe de Community
Marketing & Insights.
En 2014, el gobierno insular, entonces en manos del
Partido Popular, editó su propia guía, que incluía las dunas de Es Cavallet
como escenario ideal para el cruising, recomendando la última hora de la
tarde, haciendo que ecologistas y técnicos del Parque del propio gobierno se
llevaran las manos a la cabeza.
Allí se decían cosas como «mantener esta zona
en perfecto estado de conservación es un compromiso de los ciudadanos del mundo
con las generaciones futuras». O que «es importante tomar medidas de seguridad
ya que las zonas de cruising atraen a los amigos de lo ajeno y con
frecuencia se denuncian robos». Tras aparecer en los medios esta recomendación
institucional tuvo que ser retirada.
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