La situación se está volviendo caótica. Los políticos
del Reino Unido tienen una sensación generalizada de bochorno y reconocen que
su país se ha convertido en el «hazmerreír de Europa». El escritor John Le Carré opina sobre el tema: «Es sin duda alguna la mayor
idiotez y la mayor catástrofe que ha perpetrado el Reino Unido desde la
invasión de Suez en 1956». Y el grupo Sky lanza un nuevo «canal efímero» para
cubrir todas las noticias que no hablen del Brexit, después de que un sondeo mostrara que los británicos evitan las noticias
debido al interminable, confuso e incoherente proceso de salida de la Unión
Europea.
La cuestión del Brexit se ha convertido en una
cuestión de emergencia nacional que parece estar desquiciando a todo el mundo,
comparable a algunos de los peores momentos de la historia de Gran Bretaña
(guerras mundiales aparte) como el que les contamos a continuación. Y es que,
para muchos británicos y para la mayoría de los europeos, la actitud del
Gobierno conservador de Boris Johnson y su partido es, de hecho, una locura. Y en medio:
recursos judiciales, manifestaciones populares, broncas inimaginables en el
parlamento, leyes exprés, acoso callejero a los ministros, prórrogas infinitas
para las elecciones generales y decenas de dimisiones, entre otras cosas.
Para remontarnos a uno de los momentos de mayor locura
en Gran Bretaña antes del Brexit debemos retroceder hasta el siglo XVIII. Y
quedó perfectamente retratado en 1751, cuando circuló en el país el que puede
considerarse como el anuncio contra el consumo de «drogas» más potente de la
historia. Fue creado por el ilustrador y pintor satírico William
Hogarth, considerado como el padre de los cómics
occidentales. En su cartel podía verse a una mujer con la cabeza echada hacia
atrás, absolutamente borracha y vestida con harapos destrozados. Lo más
impactante de la imagen es que mujer aparece con un bebé que se le acaba de
resbalar de las manos y está a punto de despeñarse por las escaleras sin que
ella se dé cuenta por el abuso de la ginebra.
Ginebra contra cerveza
El anuncio, con más de dos siglos y medio de
antigüedad, intentaba representar las graves consecuencias que había traído
consigo el consumo de ginebra. La bebida alcohólica se había convertido para
los ingleses de entonces en la mayor droga que podía consumir el hombre. Una
bebida que amenazaba con desgarrar a la sociedad británica en el siglo XVIII, a
diferencia de la cerveza, representada como un proveedor de felicidad, como
demuestra otro grabado del mismo ilustrador y del mismo año titulado «La calle
de la cerveza».
La locura que generó la ginebra en Gran Bretaña dista
mucho de la imagen que esta bebida tiene hoy en día, por ejemplo, en España,
donde está de moda y amenaza con destronar al güisqui. Los menorquines fueron
los primeros en consumirla aquí, después de que los británicos la trajeran al
conquistar Menorca en 1708. En marzo de 1893, la revista «Blanco y Negro»
publicaba un artículo titulado «Vida
bohemia», en el que ya podía leerse: «La única verdad en este
mundo es la ginebra».
Antes de que generara un verdadero problema de salud
en Gran Bretaña, la ginebra ya tenía casi tres siglos de historia. Se había
inventado en los Países Bajos a finales del siglo XV o principios del XVI, no
está del todo claro. A principios del XVII se usó para mejorar la función renal
y la digestión. Fue en el siglo XVIII cuando empezó a consumirse con tónica
como remedio medicinal combatir la malaria. Y en la primera mitad, debido al
crecimiento desorbitado de su consumo entre las clases medias y bajas, acabó
convirtiéndose en una emergencia nacional.
«Acta de la Ginebra»
Las láminas de Hogarth se publicaron para apoyar el
«Acta de la Ginebra», una ley con la que el Gobierno inglés quiso prohibir su
elaboración, venta y consumo. Una especie de ley seca que se implantó por
primera vez en 1732. La imagen que tenía este licor anteriormente usado como
medicina había cambiado mucho para las autoridades inglesas desde que apareció
citado por primera vez en un tratado de destilación de 1582 como
«acqua-juniperi». Es decir, la antecesora del «jenever» holandés y del «gin»
inglés.
El responsable de que la fórmula de la ginebra llegara
a Gran Bretaña fue el Rey holandés Guillermo de Orange después de acceder al
trono británico, en 1698, como Guillermo III. Pocos años después su consumo se
hizo incontrolable entre los ingleses. Los soldados que volvían de los Países
Bajos comenzaron a beberla en cantidades ingentes como bebida para el ocio y no
como medicina, utilizando a diario el pretexto de la prescripción médica.
Los empresarios vieron la oportunidad y no dudaron en
añadir a la bebida cualquier tipo de aditivo que hiciera su sabor más
aceptable, para que se siguiera consumiendo y no tener que reducir su
producción. Era como si la población más pobre, que aspiraba a beber como el
Rey, aceptara cualquier ginebra sin darse cuenta de que ellos no podían permitirse
la ginebra que bebía el Monarca. Pero las casas de destilación de peor calidad
crecían a medida que aumentaban los consumidores.
«Ácido sulfúrico»
Para producirla acabaron usando «ácido sulfúrico,
aceite de trementina y cal. Era como la muerte en un vaso», aseguraba a la BBC Lesley
Salmonson, autor de «Ginebra: Una historia global». «Fue
ferozmente adulterado», añade Jenny Uglow, autor de «Hogarth: una vida y un
mundo», quien cuenta en su libro que la ginebra «fue vendida en todas partes,
desde las tiendas de ultramarinos hasta los establecimientos de abastecimiento
de los barcos. Había un bar en cada edificio».
El grave deterioro de su calidad produjo muy pronto
consecuencias nefastas para los millones de consumidores. Uno de los ejemplos
más sobrecogedores de la locura que generó la ginebra fue el de Judith Defour,
una mujer condenado en 1734 por estrangular a su hija con el fin de vender su
ropa para poder comprar ginebra. La autora acabó confesando y fue condenada a
la horca.
La ginebra terminó siendo prohibida mediante el
mencionado «Acta de la ginebra» de
1751. Como era de esperar, el resultado no fue el deseado: proliferaron las
destilerías clandestinas, el precio subió hasta límites insospechados y, sobre
todo, se produjo un deterioro aún mayor de su calidad, causando estragos
físicos y psíquicos entre la población. Sin embargo, esta nueva ley consiguió
parcialmente su objetivo. El consumo se redujo y la mayor parte de las tiendas
pequeñas donde se vendía el licor desaparecieron. Pero como contrapartida
generó el mayor interés por parte de los consumidores.
Al cabo de un tiempo, la prohibición tuvo que ser
levantada de nuevo y la ginebra recuperó definitivamente su esplendor en Gran
Bretaña. Sobre todo, gracias a las normas que regularon su elaboración,
comercio, consumo y fiscalidad. A principios del siglo XIX, James Burrough
produce la famosísima Beefeater, una de las más vendidas en el mundo
actualmente… y ya nadie se acuerda de aquella madre del anuncio de William
Hogarth.
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