Dice que un pecho sin pezón
es como una cara sin ojos; impersonal, difuso, irreconocible. Lo que su trabajo
provoca en las mujeres que han pasado un cáncer de mama tiene mucho que ver con
la identidad y con volver a reconocerse frente al espejo. No es médico, pero la
labor de Álvaro
Quesada, tatuador profesional, es un paso de gigante para
olvidar la enfermedad. Desde hace dos años redibuja de forma altruista los
pezones de quien ha sufrido una mastectomia: «Te cambia el día a día, sientes
que vuelves a ser tú».
La mano de Álvaro
Quesada, junto a los primeros trazos sobre un pecho que va a ser tatuado - REUTERS
Su implicación comenzó en
2015, cuando le llamó el doctor Lorenzo Rabadán, jefe de la unidad
de Mama del Hospital Universitario de Torrejón de Ardoz; «Él es el verdadero
artífice», asegura a ABC. El objetivo era suplir la técnica anterior, la
micropigmentación, insuficiente porque acaba por desaparecer. «Se trata de
cerrar una etapa, si hay que repasar cada cierto tiempo es inviable», explica.
Estos tatuajes, sin embargo, son como cualquiera y el resultado es impecable:
el pezón, la areola, las sombras... Todo.
Las mujeres que se han
tatuado coinciden en que el cambio es notable, como si los trazos de Álvaro
–que también recibe visitas en su estudio – devolvieran algo que habían
perdido, como si la tinta ahondara en su feminidad. Nieves, a
quien se le diagnosticó el cáncer hace cinco años, es uno de los últimos
testimonios: «Aunque al final te acostumbras, cuando sales de la ducha y te
miras al espejo siempre lo recuerdas; ahora es distinto, la sensación es que
has dejado de tener una prótesis».
Álvaro Quesada observa a una mujer,
antes de hacer el tatuaje-REUTERS
La hora aproximada que se
tarda en hacer el tatuaje es como el viaje de toda una vida. «Pasa que las
mujeres vienen y se desnudan sin vergüenza, después, cuando se ven el pezón, se
emocionan», relata el tatuador.
El trabajo, a pesar de su
carácter facultativo, solo se entiende desde el punto de vista humano y la
capacidad para empatizar. Tampoco hay dudas de que en cuanto comienza a dibujar
se establece una conexión especial. «Es difícil de explicar, pero lo sientes»,
detalla Nieves, cuyo tatuaje ha cubierto las cicatrices de un linfoma de
Hodgkin que también superó.
Ejercicio de empatía
Las reflexiones de Álvaro
sobre la identidad tras superar el cáncer se explican en su experiencia de
vida. Lo mismo que su facilidad para transmitir. Hace solo unos meses le
extirparon por segunda vez en siete años un tumor por el que ha perdido la visión del
ojo izquierdo. «Comparto lo que sienten al mil por mil», dice.
Lo que se reconoce como un gesto desinteresado hacia el prójimo también esconde
una suerte de reciprocidad afectiva: «Lo hago porque me llena, pero también
porque es terapéutico para mí».
Ignacio
S. Calleja@iserranoc
No hay comentarios:
Publicar un comentario