· Así son las clínicas millonarias donde Hollywood se esconde cuando hay un escándalo sexual
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El constante goteo de mujeres
-ya superan la veintena- que denuncian los abusos testosteronicos del productor
de cine Harvey Weinstein ha puesto en marcha el mecanismo habitual del famoseo
acosador anglosajón: confesar adicción al sexo+ingresar en clínica especializada.
El presidente de Miramax está
internado en The Meadows para seguir un tratamiento bautizado como Gentle Path
(El sendero suave). El centro dirigido por el doctor Patrick Carnes trata a
adictos al sexo, a las relaciones obsesivas y a pacientes de anorexia sexual.
Esta reclusión que proponen a braguetas desaforadas incluye 45 días de yoga,
tai chi, acupuntura, sesiones grupales y hasta una psicoterapia realizada con
caballos.
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Tras un intercambio
ciberespistolar con este centro, finalmente sabemos que la factura del paseo
por su sendero asciende a 58.000 dólares (50.000 euros). Es un «todo incluido»,
puntualiza a Papel Leah Echeveste, coordinadora de admisión de The Meadows.
Este testimonio confirma que estos tratamientos made in America exigen
dos cosas: ser
rico y recluirse como un cartujo en una localización que
pudiera haber salido en algún western de John Ford.
En el Gentle Path participan
28 hombres monitorizados durante las 24 horas del día. Siguen la Terapia de los 12 pasos,
similar a la empleada en Alcohólicos Anónimos, con sesiones individuales y
grupales tanto con médicos como con otros pacientes.
Weinstein se ha unido a una
lista larga de celebrities. Tras confesar su adicción (por supuesto, cuando fue
pillado), Tiger Woods acabó en un hospital de Mississippi donde tenía prohibido
el sexo y el uso de la tecnología. No concluyó el tratamiento. Se desconoce si por
nostalgia del iPhone o por onanismo compulsivo. Años antes, Michael Douglas
reconoció una obsesión por el cunnilingus y vivió varios ingresos. Quien
también tomó esa decisión fue el cantante inglés Ozzy Osbourne, que ha confesado siete años de
terapia. A Utah se marchó Lindsay Lohan para rehabilitarse de su adicción a las
drogas, si bien el síndrome de abstinencia derivó en una hipersexualidad
descontrolada. Tuvo que cambiar de terapia. La excepción que confirma la regla
es Hugh
Jackman, que decidió no ingresar en una clínica para combatir
su adicción por las faldas y apostar por lo que él ha denominado «terapia de
alcoba» con su esposa.
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Son varios los expertos que
ponen en duda el éxito de esta terapia con Weinstein. En primer lugar, no hay
consenso sobre su diagnóstico (el DSM-V, la Biblia psiquiátrica sobre trastornos mentales de
EEUU, no considera la adicción al sexo como tal). Y aún más
importante: la actitud del magnate del cine ha sido más la de un depredador
sexual que la de un adicto. Alguien que se ha dedicado a explotar la técnica
del casting couch (casting de sofá), consistente en la imposición de favores
sexuales desde su papel de magnate bígaro. Hoy Weinstein se
refugia en su infamia con podencos y chacras. Estas últimas semanas confirman
que la fábrica de sueños en 2017 sigue siendo un Hollywood Babilonia de abusos y silencios.
Ahora habrá que averiguar si
Dustin Hoffman y Kevin Spacey piden cita en una de estas clínicas.
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