SERGIO G. CAÑIZARES
En el estado de Iowa hay una
ley que obliga a los pianistas mancos a tocar gratis. En el de Ohio no se
permite a las mujeres llevar zapatos de charol ante el riesgo de que se les
puedan ver las bragas. En Seattle y Kentucky es ilegal llevar armas ocultas que
midan más de dos metros. Y en Atlanta no dejan atar una jirafa a una farola.
Ibiza acaba de colarse por la puerta grande en la antología del disparate
legislativo al no permitirse beber agua en la calle.
En el Ayuntamiento de San
Antonio, al igual que se supone en Ohio o en Kentucky, dicen que no aplicarán
la norma que pretenden aprobar, o que lo harán "con sentidiño", que
decimos en Galicia, mientras que la literalidad del gobierno de izquierdas
llama a convertir las puertas de bares y hoteles en controles se seguridad
similares a los aeropuertos, en los que el enemigo público número uno es el líquido.
En el foro de El Mundo, los
lectores aprovechaban que Podemos es un socio del gobierno local para concluir
que el agua era casta, mientras se preguntaban por la legalidad del consumo de
agua de lluvia en la calle.
Del Reino Unido, de donde
proceden la mayoría de sus turistas, ya aterrizan con una larga tradición en
leyes absurdas domésticas. Por ejemplo, si una ballena aparece muerta en su
costa la cabeza pertenece al rey, pero la cola a la reina si necesitara los
huesos para su corsé. En Londres es ilegal montar en taxi si se tiene la peste,
y en York es
legal asesinar a un escocés dentro de las antiguas murallas si va armado con un
arco y unas flechas.
El turismo de Ibiza añadirá
esta temporada al salto desde balcón y al tráfico de estupefacientes el
atractivo incumplimiento de una nueva norma doméstica, en la que el colmo del
recochineo sería que se disparara en las calles el consumo de éxtasis líquido.
El equivalente en Francia sería llamar a un cerdo Napoleón, y en Israel romper el
descanso del sábado para hurgarse la nariz.
Quizá el origen o el
mantenimiento de alguna de estas leyes haya que buscarlo precisamente en la
ausencia de una ley Noruega, que no permite votar borracho, mientras en España
la tradición exige que al colegio electoral a las ocho de la mañana se presente
de empalmada hasta el último vocal suplente.
RICARDO F. COLMENERO @rfcolmenero77
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