Rebecca Rütten viajó por
primera vez a América Central en enero de 2014. Allí encontró un extraño grupo
decidido a crear una colonia hippy en una isla de Nicaragua. «En el borde
rocoso de un lago, debajo de un volcán dormido, personas de todo el mundo se
reunieron con la misión de liberarse de las limitaciones de la sociedad. Me
recordó a una
fiesta sin fin en la isla de Nunca Jamás de Peter Pan»,
asegura.
Una de las imágenes incluidas en el
libro de Rebecca Rütten
Fascinada por este lugar y
por sus habitantes, que parecían tan increíblemente libres, Rebecca (nacida en
1991, en Alemania) decidió volver en diciembre de 2014 con su cámara,
dispuesta a una inmersión periodística tan intensa como imprevisible. El
resultado de aquella experiencia al límite se publica ahora en un libro
titulado “Never – Never Land”.
REBECA RÜTTEN
«En el primer mes -cuenta- me
sentía positiva y motivada. Nos dejábamos llevar, caminábamos sin rumbo fijo al
encuentro de la aventura. Sonaba la música, íbamos en los techos de los taxis
alrededor de la isla. Bebíamos y bailábamos toda la noche, hasta que se
levantaba el sol. Nuestra comunidad se convirtió en nuestra nueva familia.
Nadie nos esperaba».
Rebeca, que ahora vive en
Australia, dice que algunos habitantes de aquella colonia que ocupaba una
especie de albergue (hostal) de la isla (prefiere no precisar más el lugar)
estaban allí desde hacía años. «Esnifaban un medicamento psicoestimulante para
levantarse. Desayunaban, comían y cenaban con cervezas; tomaban
Valium para dormir; bebían todos los días, «incluso cuando no teníamos ganas de
emborracharnos. Pasaban de la euforia de la borrachera a la resaca. Vagaban
casi desnudos de un sitio a otro. Todos practicaban sexo con todos. La
atmósfera era muy pesada».
REBECA RÜTTEN
Después de unas semanas de
integración con éxito y del entusiasmo inicial, la utopía se transformó poco a poco en una distopía. Las
personas que vivían entendieron que lo que les unía era el exceso, que
eso les daba identidad. «Cuanto más lejos estaba dispuesto a ir alguien, más
era reconocido y alabado. Los juegos de beber se tornaron rituales y, pronto,
competiciones. El sexo cada vez era más importante. En realidad, muchos sufrían colapsos nerviosos,
lloraban; había mucho drama».
«Mi vida en la isla fue
marcada por la repetición de excesos, por los choques emocionales y físicos,
las conversaciones superficiales y la sensación de un déjà-vu permanente»,
explica la autora del libro y de este vídeo, donde se aprecia el ambiente en la
isla. «Mi trabajo es una instantánea de la sociedad actual y cuestiona la idea
romántica idealizada de la vida mochilera en los países en desarrollo».
Rebeca nos ha dado su
autorización para reproducir estas fotos y también nos ha explicado vía mail
algunos detalles más de su vida en esta colonia (en el albergue-hostal) de una
isla que ella no suele mencionar explícitamente. Fue sola. Permaneció allí desde diciembre de 2014
hasta finales de febrero de 2015. En la isla viven cerca de
30.000 personas. En cuanto al hostal, tenía siete empleados/huéspedes
permanentes, más un número irregular de clientes. De esas personas, algunas
siguen allí y otras se marcharon. Hay una nueva generación de personas que van
para mantener el espíritu vivo, afirma. «Veo las fotos de Facebook y todo sigue
igual» («jodido» es su expresión textual).
Rebeca relata cómo le afectó
una experiencia tan intensa: «Para obtener un acceso más profundo a esta
historia me impliqué en las relaciones entre los protagonistas. Pasé casi todos los días
en el bar. Tenía una batalla diaria conmigo misma entre
mantener mayor o menor distancia. Después de varias semanas con problemas con
el agua potable, y con mi cabeza, mi estado de ánimo empeoró. Los clientes, que
cambian constantemente, parecían iguales: las mismas preguntas, puntos de vista
similares. Poco a poco mi percepción empezó a fusionar todas estas personas en
un lío homogéneo. Mi personalidad extrovertida sufría con conversaciones
superficiales repetitivas y la sensación de un permanente «déjà-vu». Me
identifiqué con el hostal. Empecé a rechazar las reglas puestas en marcha por
los «alfas» y me encontré con muchos conflictos. Cada vez más, cuestionaba mi moral, mis
normas, mis valores.
Después de un mes de estar
permanentemente borracha, e involucrada en los episodios dramáticos, tuve un momento en que me di cuenta
de que había empezado a perder la cabeza también. Aquel lugar era una casa de
locos y era fácil dejarse atrapar. Yo estaba allí para hacer un proyecto de
fotografía, pero de repente me vi formando parte de una familia extraña
donde todo el mundo follaba entre sí. Mirando hacia atrás he aprendido mucho
acerca de mí.
Tras analizar mi experiencia,
me gustaría hacer algunas cosas de manera diferente. Para el próximo proyecto
de inmersión programaré descansos. Es importante tomar una
cierta distancia en el proceso para tener una visión general. Sería interesante
observar algo similar durante un período más largo para ver el desarrollo. Pero
en general estoy
muy contenta del resultado del libro».
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