© Image LaVanguardia.com Riviera inglesa Dawlish, en
el sur de Inglaterra, es un agradable municipio estival donde Jane Austen situó
Sentido y sensibilidad
Pero en cualquier caso se trata de un pueblo con
notable pedigrí, en la llamada Riviera
inglesa, cuyo saludable clima llamó la atención de la aristocracia
victoriana y en cuya proximidad estableció el rey Jorge III su residencia de
verano a partir de 1789.
Pero la gran atracción hoy en día de Dawlish no son
las conexiones reales o literarias, sino unos cisnes negros traídos de Australia Occidental que viven en
una pequeña reserva acuática y son su principal reclamo turístico. Para protegerlos, las autoridades municipales
han colocado carteles y señales con instrucciones de no darles migas de pan ni
más comida que la que se vende especialmente para ellos en un puesto, según la
dieta que está demostrado que mejor les sienta.
Todo empezó así, con un motivo perfectamente inocente
y razonable, que cualquier persona de sentido común entendería y respetaría.
Pero eso de dar instrucciones es como una adicción (que se lo digan a los
políticos del planeta entero que no abandonan el poder ni que los maten), y, a
partir de ahí, el Ayuntamiento desarrolló un paternalismo demoledor y se puso a
desplegar rótulos a diestro y siniestro con todo lo que no se puede hacer en
Dawlish: pasear los perros sin correa o con correas largas; dejar que se metan
en el agua; permitir que hagan sus necesidades en espacio público y no recoger
los excrementos; dejar comida en los nidos de los pájaros, porque ello atrae a
las gaviotas, que matan a los polluelos y roban los huevos; aparcar sin pagar,
o dejando el motor del coche encendido; comer helado a menos de un metro del
río; arrojar la basura en los contenedores indebidos; jugar a la pelota;
amarrar las embarcaciones en el puerto; caminar por determinados tramos del
paseo marítimo que se encuentra en reparación y pueden resultar peligrosos; ir
en bicicleta o patines por determinadas zonas; sacar la cerveza del pub y
beberla en la calle; hacer ruido...
En fin, ni que Devon fuera como esas ciudades de
Alemania o Suiza donde los vecinos te denuncian si tiras de la cadena del váter
o te das una ducha a partir de una cierta hora... ¡Y menos mal que el municipio
no se halla controlado por el Labour o los tories, sino por una coalición de diversos
partidos, con amplia representación de independientes, que en teoría son menos
controladores y mandones!
El resultado, en cualquier caso, es que Dawlish ya no
es popular por la bondad de su clima, la presencia real, las menciones en las
novelas de Dickens y Austen o porque el famoso ingeniero del siglo XIX Isamabad
Kingdom Brunel hiciera pasar por el pueblo un revolucionario (pero fallido)
proyecto de ferrocarril neumático impulsado por la propulsión de aire a
presión. Ni tan siquiera por los célebres cisnes negros, que han pasado a un
segundo plano. La localidad sale en las noticias (y en el Trip Advisor) por
ser, de todo el Reino Unido, la que más carteles de prohibido tiene. En
principio, parecería que todo está prohibido salvo que haya una indicación
expresa de lo contrario. Hay bases militares en zonas de máxima seguridad con
menos restricciones.
No es una buena publicidad, en un momento en que el
retorno del autoritarismo está haciendo sonar todas las alarmas. De manera que
el alcalde, Martin Wrigley, ha decidido atender a las críticas y someter al
Consistorio la retirada progresiva de todos aquellos carteles y señales que
“sean redundantes o innecesarios”. Un grupo dedicado a la preservación de la
belleza del campo inglés lleva tiempo haciendo campaña para reducir la
rotulación en las calles y carreteras rurales del país, no sólo por razones
estéticas, sino citando un estudio que sugiere que cuantos más avisos hay,
menos caso les presta la gente, ni siquiera a aquellos que son de verdad importantes.
En Dawlish pocos son necesarios. Excepto tal vez el
que prohíbe dar de comer a los cisnes negros.
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