Stan Laurel y Oliver Hardy también hacía fiestas con
sus amigos en la cocina de su casa. Aquí, en 1944, en 'Nothing but trouble'.
©Everett Collectin
Ocho amigos acudieron a cenar a casa de Genís Cañabate
(Girona, 1992) la pasada noche. Un menú vegano y varios motivos que celebrar
por delante. Pero a las dos horas de comenzar el festín, solo quedaban tres
personas en la mesa. El resto, había escapado a la cocina. “Empezaron pidiendo
permiso para ir a fumar un pitillo y terminaron allí tomándose las copas”,
cuenta este joven trabajador de una empresa de moda.
Lo que le pasó a Genís es lo que ocurre en un alto
porcentaje de los encuentros en una casa: la cocina termina siendo el punto
final de reunión. En un piso medio de 70 metros cuadrados, la cocina ocupa unos
12, de los que cinco son dedicados a los electrodomésticos y muebles, según la
empresa de construcción Umacon. Teniendo en cuenta que en Cataluña, por ejemplo,
según el Decreto de Habitabilidad de la Generalitat, una estancia de ese tamaño
solo debería estar ocupada por un máximo de tres personas, algo rozó la
alegalidad (temporalmente) en la cocina de Genís para que cinco de sus
invitados se instalaran allí el resto del festejo. ¿Qué tiene esta estancia
para que prefiramos estar hacinados allí durante una cita con amigos? ¿Por qué
la cocina tiene ese imán para rematar las fiestas domésticas?
“La cocina es el lugar donde el hielo puede
deshacerse, las botellas se guardan y terminan siempre manchadas; por su
condición material de espacio húmedo de la casa, es donde se asume la
informalidad que no tiene la estancia principal de una fiesta”, cuenta el
arquitecto Mauro
Gil-Fournier (Burgos, 1978). Esa relajación que provoca el
espacio, que permite los movimientos sin temor a ensuciar nada, ayuda a que los
invitados se sientan más cómodos entre el fregadero y la tostadora. “Las
confesiones, los roces, las conversaciones pueden darse con mucha más facilidad
aquí que en la propia fiesta, y se dan porque en la cocina buscamos sentirnos
más libres que en los espacios definidos para la fiesta”, remata Gil-Fournier.
En la película 'Mr Skeffington' (1944), ni Bette Davis ni Bill Kennedy se
querían perder una fiesta en la cocina. ©Everett collection
El modelo de cocina que tienen la gran mayoría de los
pisos contemporáneos viene de 1926, de cuando la arquitecta austriaca Margarete Schütte-Lihotzky diseñó un
modelo de estancia alargada que permitía la eficiencia en el trabajo doméstico.
La cocina Frankfurt, así se llamaba, fue una innovación que facilitaba el
trabajo de las amas de casa, pues incluía una pequeña mesa con taburete donde
sentarse, a modo de sala de estar. El tamaño se redujo y llegó hasta lo que
tenemos hoy: el lugar donde todo pasa en una casa.
Es una estancia
que se lleva mal con el postureo, es el 'backstage', el reverso de la
sociabilidad pública"
“En una fiesta, la cocina es, junto con el baño, los
únicos lugares liberados de música; es un espacio que facilita el comentario
sobre lo que está aconteciendo durante una cena en el comedor, es una suerte de
fiesta-fórum, donde recrearse en el comentario de las jugadas más destacadas”,
cuenta Iñaki Martínez de Albéniz (Oñati, 1967),
profesor de Sociología de la Universidad del País Vasco. Siguiendo esta
premisa, la cocina se convierte, incluso, en el lugar más filosófico de un
hogar, a lo que este sociólogo añade que “es una estancia que se lleva mal con
el postureo, es el backstage, el reverso de la sociabilidad pública”.
La cocina es el lugar de una casa que más ha mutado en
el último siglo. Hemos pasado de tenerla independiente a integrarla en el salón
en su versión americana, tecnificarla con robots y diluirla en los espacios
comunes y abiertos. Como añade el arquitecto Gil-Fournier: “La cocina está en
crisis, las nuevas plataformas de comida a domicilio nos empujan a no cocinar,
a tener el restaurante en casa; la cocina va a ser un espacio donde apenas
vamos a pasar tiempo como antes; de esta manera, lo mejor será que las
diseñemos como unos buenos lugares para la fiesta”.
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