La historia de nuestra especie comienza en los árboles
y termina, por ahora, en el espacio: dos lugares más bien incómodos para echar
un trago. Pasamos de ser monos a astronautas, pero nunca, nunca, dejamos de
beber. Por diversión, por religión, por miedo, porque sí; cualquier excusa nos
vale para empinar el codo. Solos o acompañados, en nuestro tiempo libre o en el
trabajo, para olvidar o celebrar. Siempre ha sido así. Ayer y hoy y mañana.
Somos lo que somos por el vino, la cerveza y otras maravillas destiladas. Ya lo
dijo Homer Simpson, jarra en mano, en un brindis memorable: «Por el alcohol,
causa y a la vez solución de todos los problemas de la vida».
«Los
borrachos», de Velázquez - Museo del Prado
Más allá de sus ventajas, o de las resacas, resulta
innegable el peso del alcohol en nuestra historia. Lo repite muchas veces Mark
Forsyth en su nuevo libro, «Una borrachera cósmica» (Ariel), un ensayo ácido
ácido y gamberro, más divertido que serio, que recorre el arte de la cogorza a
través de los siglos y su importancia para eso que llamamos civilización. Ya
desde su arranque, el autor propone un punto de partida atrevido: la discutida
hipótesis del mono borracho. Esta sostiene que hace diez millones de años
nuestros ancestros bajaron de los árboles buscando las frutas maduras del
suelo, ricas en azúcar y alcohol, y que evolucionamos para procesarlo como
ningún mamífero, a excepción de la musaraña malasia, que mutó para sobrevivir
en néctar de palma fermentado. Así que, en síntesis, bajamos del árbol (nos
volvimos humanos) gracias al alcohol.
No es la única teoría hilarante que sirve en estas
páginas. «El alcohol es fundamental para la civilización. Es casi seguro que la
razón por la que dejamos de ser nómadas cazadores e inventamos la agricultura
es que queríamos emborracharnos. Hay gente que piensa que empezamos a cultivar
para hacer pan, pero no es posible. Queríamos cerveza», explica Forsyth a ABC.
¿Por qué? Hay varios argumentos. Primero, que la cerveza tiene mucha vitamina
B, fundamental para vivir. Segundo, que el sedentarismo tenía un problema: la
falta de agua potable. De ahí la necesidad de cerveza. Y por último están las
motivaciones: los humanos no nos guiamos únicamente por lo útil, sino también por
lo deseable, «y siempre nos ha encantado emborracharnos».
Detalle de «Nighthawks», de Edward Hooper - Instituto de Arte de Chicago
El siguiente gran avance la humanidad, la escritura,
que se inventó como algo utilísimo y derivó luego en literatura, también tiene
que ver con la cerveza, cómo no. La escritura más primitiva, la sumeria, era en
realidad una forma de registrar pagarés. Y como en un principio no había
monedas, se comerciaba con cebada, oro o cerveza. Porque en Mesopotamia se
bebía, y mucho, de hecho allí tenemos restos de los primeros y fundamentales
bares, pilares de nuestra cultura. «El bar es lo que los antropólogos llaman
“Tercer lugar”. Es un sitio que no es casa ni trabajo, donde no tienes a un
jefe diciéndote qué hacer o una esposa o un marido dándote órdenes. Es un lugar
en el que eres libre. Todos necesitamos un “Tercer lugar”», asevera Forsyth.
Más allá de sus teorías antropológicas, el libro
funciona como un gran compendio de costumbres y creencias añejas relacionadas
con la bebida. Los egipcios, que no tenían bares, bebían con el único objetivo
de emborracharse, y relacionaban la ebriedad al sexo. Ah, y creían que la
cerveza había salvado a la humanidad al haber calmado los ánimos de la diosa
Hathor. Casi nada. Los griegos, por su parte, bebían vino mezclado con agua
para diferenciarse de los bárbaros, es decir, del resto. Además, odiaban a los
abstemios, como muestran los mitos del dios Dionisio, que mataba cruelmente a
todo aquel que no estaba a tono. Los romanos, por lo visto, fueron los primeros
que empezaron a preocuparse de la calidad del vino. Y los antiguos chinos…
Bueno, bebían mucho, pero no distinguían entre el vino y la cerveza, pues ambos
se decían «jiu».
También hay hueco para las religiones en este ensayo.
Forsyth dedica un capítulo a la Biblia, y destaca todas las menciones que el
Antiguo Testamento hace al vino. No olvidemos que lo primero que hizo Noé
después del diluvio fue plantar una viña, y que Benjamin Franklin interpretaba
aquella tragedia como un castigo a la humanidad por beber agua. Y eso sin
hablar de su simbología sagrada. Eso sí: el Nuevo Testamento sugiere moderación
en su consumo. El Corán, por su parte, dice que el paraíso tiene ríos de vino,
y promete botellas deliciosas para los bienaventurados. Pero en esta vida nada
de nada, pues hay un verso que dice que el vino, los juegos de azar, los
altares de sacrificio y las flechas adivinatorias «son una inmundicia
procedente de la actividad del Shaitán (Satán)».
«La Embriaguez de Noé», uno de los frescos de la Bóveda de la Capilla
Sixtina que pintó Miguel Ángel - ABC
El alcohol se ha prohibido en muchos sitios y tiempos,
pero estas leyes nunca han logrado calmar la sed, tan solo disimularla. «Irán,
donde el alcohol ha sido completamente ilegal desde la revolución, acaba de
abrir su primer centro de rehabilitación para alcohólicos. Y ha ocurrido lo
mismo durante la mayor parte de la historia. El principal efecto de la
prohibición es que el alcohol se bebe de una manera diferente: rápidamente, en
silencio, en una habitación trasera, más o menos de la misma forma en que las
personas consumen drogas ilegales en la actualidad», sostiene Forsyth. En el
epílogo del libro vuelve a esta idea: «Solo existe una guerra entre las drogas,
y esta es una guerra que casi siempre termina ganando el alcohol».
Discusiones aparte, y pese a los desastres de la
adicción, la evidencia material está ahí: en los bares que nos rodean, en los
supermercados. En todas partes. Por llegar, el alcohol ha llegado hasta el
espacio, más o menos. En 2007, un informe de la NASA reveló que al menos en dos
ocasiones varios astronautas habían volado en estado de embriaguez. Después se
abrió una investigación interna y la agencia espacial se defendió argumentando
que no había pruebas de tal cosa, pero la sospecha quedó ahí. Y con ella una
bonita imagen: bajamos del árbol para beber, y llegamos a los espacios
borrachos.
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