viernes, 3 de enero de 2020

Del mono borracho al astronauta ebrio: así ha marcado el alcohol la historia de la humanidad

Mark Forsyth publica en España «Una borrachera cósmica», un ensayo ácido y gamberro, más divertido que serio, en el que repasa la historia del alcohol y su papel fundamental a lo largo de los tiempos (y los bares)
La historia de nuestra especie comienza en los árboles y termina, por ahora, en el espacio: dos lugares más bien incómodos para echar un trago. Pasamos de ser monos a astronautas, pero nunca, nunca, dejamos de beber. Por diversión, por religión, por miedo, porque sí; cualquier excusa nos vale para empinar el codo. Solos o acompañados, en nuestro tiempo libre o en el trabajo, para olvidar o celebrar. Siempre ha sido así. Ayer y hoy y mañana. Somos lo que somos por el vino, la cerveza y otras maravillas destiladas. Ya lo dijo Homer Simpson, jarra en mano, en un brindis memorable: «Por el alcohol, causa y a la vez solución de todos los problemas de la vida».
«Los borrachos», de Velázquez - Museo del Prado
Más allá de sus ventajas, o de las resacas, resulta innegable el peso del alcohol en nuestra historia. Lo repite muchas veces Mark Forsyth en su nuevo libro, «Una borrachera cósmica» (Ariel), un ensayo ácido ácido y gamberro, más divertido que serio, que recorre el arte de la cogorza a través de los siglos y su importancia para eso que llamamos civilización. Ya desde su arranque, el autor propone un punto de partida atrevido: la discutida hipótesis del mono borracho. Esta sostiene que hace diez millones de años nuestros ancestros bajaron de los árboles buscando las frutas maduras del suelo, ricas en azúcar y alcohol, y que evolucionamos para procesarlo como ningún mamífero, a excepción de la musaraña malasia, que mutó para sobrevivir en néctar de palma fermentado. Así que, en síntesis, bajamos del árbol (nos volvimos humanos) gracias al alcohol.
No es la única teoría hilarante que sirve en estas páginas. «El alcohol es fundamental para la civilización. Es casi seguro que la razón por la que dejamos de ser nómadas cazadores e inventamos la agricultura es que queríamos emborracharnos. Hay gente que piensa que empezamos a cultivar para hacer pan, pero no es posible. Queríamos cerveza», explica Forsyth a ABC. ¿Por qué? Hay varios argumentos. Primero, que la cerveza tiene mucha vitamina B, fundamental para vivir. Segundo, que el sedentarismo tenía un problema: la falta de agua potable. De ahí la necesidad de cerveza. Y por último están las motivaciones: los humanos no nos guiamos únicamente por lo útil, sino también por lo deseable, «y siempre nos ha encantado emborracharnos».
Detalle de «Nighthawks», de Edward Hooper - Instituto de Arte de Chicago
El siguiente gran avance la humanidad, la escritura, que se inventó como algo utilísimo y derivó luego en literatura, también tiene que ver con la cerveza, cómo no. La escritura más primitiva, la sumeria, era en realidad una forma de registrar pagarés. Y como en un principio no había monedas, se comerciaba con cebada, oro o cerveza. Porque en Mesopotamia se bebía, y mucho, de hecho allí tenemos restos de los primeros y fundamentales bares, pilares de nuestra cultura. «El bar es lo que los antropólogos llaman “Tercer lugar”. Es un sitio que no es casa ni trabajo, donde no tienes a un jefe diciéndote qué hacer o una esposa o un marido dándote órdenes. Es un lugar en el que eres libre. Todos necesitamos un “Tercer lugar”», asevera Forsyth.
Más allá de sus teorías antropológicas, el libro funciona como un gran compendio de costumbres y creencias añejas relacionadas con la bebida. Los egipcios, que no tenían bares, bebían con el único objetivo de emborracharse, y relacionaban la ebriedad al sexo. Ah, y creían que la cerveza había salvado a la humanidad al haber calmado los ánimos de la diosa Hathor. Casi nada. Los griegos, por su parte, bebían vino mezclado con agua para diferenciarse de los bárbaros, es decir, del resto. Además, odiaban a los abstemios, como muestran los mitos del dios Dionisio, que mataba cruelmente a todo aquel que no estaba a tono. Los romanos, por lo visto, fueron los primeros que empezaron a preocuparse de la calidad del vino. Y los antiguos chinos… Bueno, bebían mucho, pero no distinguían entre el vino y la cerveza, pues ambos se decían «jiu».
También hay hueco para las religiones en este ensayo. Forsyth dedica un capítulo a la Biblia, y destaca todas las menciones que el Antiguo Testamento hace al vino. No olvidemos que lo primero que hizo Noé después del diluvio fue plantar una viña, y que Benjamin Franklin interpretaba aquella tragedia como un castigo a la humanidad por beber agua. Y eso sin hablar de su simbología sagrada. Eso sí: el Nuevo Testamento sugiere moderación en su consumo. El Corán, por su parte, dice que el paraíso tiene ríos de vino, y promete botellas deliciosas para los bienaventurados. Pero en esta vida nada de nada, pues hay un verso que dice que el vino, los juegos de azar, los altares de sacrificio y las flechas adivinatorias «son una inmundicia procedente de la actividad del Shaitán (Satán)». 
«La Embriaguez de Noé», uno de los frescos de la Bóveda de la Capilla Sixtina que pintó Miguel Ángel - ABC
El alcohol se ha prohibido en muchos sitios y tiempos, pero estas leyes nunca han logrado calmar la sed, tan solo disimularla. «Irán, donde el alcohol ha sido completamente ilegal desde la revolución, acaba de abrir su primer centro de rehabilitación para alcohólicos. Y ha ocurrido lo mismo durante la mayor parte de la historia. El principal efecto de la prohibición es que el alcohol se bebe de una manera diferente: rápidamente, en silencio, en una habitación trasera, más o menos de la misma forma en que las personas consumen drogas ilegales en la actualidad», sostiene Forsyth. En el epílogo del libro vuelve a esta idea: «Solo existe una guerra entre las drogas, y esta es una guerra que casi siempre termina ganando el alcohol».
Discusiones aparte, y pese a los desastres de la adicción, la evidencia material está ahí: en los bares que nos rodean, en los supermercados. En todas partes. Por llegar, el alcohol ha llegado hasta el espacio, más o menos. En 2007, un informe de la NASA reveló que al menos en dos ocasiones varios astronautas habían volado en estado de embriaguez. Después se abrió una investigación interna y la agencia espacial se defendió argumentando que no había pruebas de tal cosa, pero la sospecha quedó ahí. Y con ella una bonita imagen: bajamos del árbol para beber, y llegamos a los espacios borrachos.

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