KEN YEANG Recuerda la primera vez que le impactó un edificio?
Cuando era niño viví en una casa en Malasia que había sido diseñada por un
arquitecto holandés. Era una casa enorme, de estilo moderno, que mi padre
construyó para mi madre. Y fue un placer vivir ella. Quizá aquella casa, de
manera subconsciente, me animó a convertirme en arquitecto. Además, tenía dos
tíos arquitectos en Londres que fueron una inspiración para mí.
Usted ya hablaba de eco-diseño en los años 70. Supongo
que entonces aquello era lo más parecido a predicar en el desierto…
Primero, trabajé en un proyecto de investigación sobre
la casa autónoma en el departamento de Arquitectura de la universidad de
Cambridge. Y en el 74, empecé a trabajar en diseño ecológico. Entonces, ningún
ingeniero sabía qué era eso y yo mismo tenía que desarrollar mis propios
estudios y test. Pero enseguida me di cuenta de que los clientes no estaban
listos para la arquitectura ecológica. Tenía que buscar una manera diferente de
venderlo.
¿Y qué manera fue esa?
Lo que yo llamaba entonces arquitectura climática
responsable. Era más fácil de vender porque el diseño pasivo significa ahorro
energético para los clientes. Luego, a principios de los 90, la gente empezó a
preocuparse por el medioambiente y, de pronto, los ingenieros empezaron a
interesarse por el diseño sostenible. Entonces, mis edificios climáticos
empezaron a convertise en edificios ecológicos realmente sostenibles.
La gente debería ser más honesta y tratar de hacer
edificios realmente eco-sostenibles
Y ahora que por fin todo el mundo parece estar más
concienciado, ¿es demasiado tarde?
No, pero es mucho más difícil. El perjuicio contra el
medioambiente que hemos provocado en las dos últimas décadas ha sido tan grande
que ahora estamos en plena misión de rescate. Es urgente que cambiemos no solo
la forma en la que construimos edificios, sino la manera en la que vivimos.
Tenemos que aprender a ser felices solo con lo necesario. No necesitamos
tantas cosas. ¿Cuántos pares de zapatos necesitas? Yo solo tengo tres. ¿Y
camisas? Yo tengo cinco. Es todo lo que necesito. También hay que cambiar la
dieta y comer menos carne roja, que contribuye al 20 por ciento del cambio
climático. Pero también hay que modificar nuestros sistemas sociales, políticos
y económicos… Los arquitectos no tenemos tanta influencia, solo podemos diseñar
edificios verdes.
De acuerdo, pero ¿cuál debería ser la aportación de su
gremio?
Solo podemos predicar con el ejemplo y esperar que eso
ayude a cambiar la mentalidad de la gente. Cuando yo estoy diseñando un
edificio, también hago investigación. Con cada proyecto, trato de avanzar un
paso más en cómo desarrollar un diseño ecológico cada vez más eficiente. Pero
cuando miro a mi alrededor veo a mucha gente que dice estar haciendo
arquitectura ecológica, pero que no lo hacen de una manera exhaustiva. Eso para
mí es fundamental. Quizá es que no saben cómo hacerlo.
Entonces, ¿hay mucho greenwashing (eco-postureo) en su gremio?
Sí. La gente debería ser más honesta y tratar de
hacer edificios realmente eco-sostenibles.
¿Cuál es el problema más acuciante de nuestras
ciudades?
Hoy en día las ciudades son entidades independientes
que no forman parte de los ecosistemas, que consumen una cantidad enorme de
energía, generan emisiones y producen cantidades ingentes de desperdicios
alimenticios, pero también de otro tipo de desechos que no son reciclables. Las
ciudades del futuro deberían imitar las propiedades y atributos de los
ecosistemas.
¿Y cuáles son esas propiedades?
En los ecosistemas la energía no se obtiene de
combustibles fósiles, sino del sol. Es lo primero que hay que cambiar. Y los
materiales que utilizamos tienen que ser duraderos y reciclables. Pero hay
otras cosas, claro. Obviamente, el transporte es fundamental. La persona que va
en autobus utiliza un décimo de la energía de la que va en coche. Todo el mundo
habla de los coches eléctricos, que están muy bien si hablamos de emisiones,
pero hay que pensar… ¿Dónde se genera esa electricidad? Pues en las centrales.
El coche eléctrico no puede ser una manera ecológica de moverse. Y, por
supuesto, hay que repensar el diseño de nuestras ciudades. Si podemos organizar
las ciudades para que todas las cosas básicas estén a una distancia razonable
que nos permita ir andando, no necesitaríamos el coche.
¿Qué aspecto deberían tener las ciudades del futuro?
Deberían convertirse en bosques con edificios, donde
exista un equilibrio entre lo orgánico y lo inorgánico que forme un todo. Es
una manera holística de entender la arquitectura.
¿Qué es lo primero que piensa cuando se pone a diseñar
un nuevo edificio?
Primero, me fijo en el contexto. ¿Es un entorno urbano
o rural? ¿Cómo puedo integrar mi estructura en la naturaleza? Luego, te fijas
en la ecología del lugar, que igual que el clima es diferente en cada sitio. Y
te vas haciendo preguntas: ¿Cuál es el objetivo de este edificio? ¿Cómo podemos
hacer felices a los usuarios? ¿Cómo podemos hacer que el edificio, además de
bello, responda al clima? La arquitectura es un empeño muy complejo, porque hay
muchos factores en juego: la tecnología, la sociología, la ecología… En
combinarlos todos está el reto.
¿Qué papel juega la estética en el diseño ecológico?
Los edificios tienen que ser bellos. Pero antes deben
cumplir otras condiciones. Tienen que ser eficientes, deben estar bien
construidos y ser sólidos, pero también tienen que ser bonitos. Y por último,
tienen que hacer feliz a la gente. ¿Qué sentido tiene construir un edificio
deprimente?
Todos sus edificios incorporan vegetación. ¿Con qué
objetivo?
La idea es que los edificios deben replicar los
ecosistemas en los que están situados. Piensa que en las ciudades casi el cien
por cien de lo que nos rodea es cemento. Mi intención es encontrar un
equilibrio entre lo orgánico y lo inorgánico. La otra razón es que debemos
mejorar la biodiversidad de nuestro entorno. Y esa es una gran manera de
hacerlo.
¿Es el eco-diseño económicamente viable?
Uno de nuestros proyectos más famosos, el edificio
Solaris de Singapur, costó un 6,3 por ciento más que una construcción tradicional.
Pero el ahorro energético y de agua alcanza el 70 por ciento por metro
cuadrado. Sólo basándonos en eso, el gasto se amortiza en ocho años. Y después,
sigues ahorrando energía y agua. Pero la gente que construye un edificio verde
no lo hace por ahorrar en suministros, sino por razones éticas. Porque,
sencillamente, es lo correcto.
¿Qué consejo les daría a los arquitectos jóvenes?
Que estudien ecología. Porque estudiar ecología es
aceptar que no somos la única especie en el planeta. Hay millones de especies
que tienen tanto derecho a vivir como nosotros. Creemos que somos la especie
dominante, pero no lo somos. A esas otras especies no les importa nuestra
agenda. Otra de las cosas interesantes que aprendes es que cada parte de la
Tierra es diferente. No puedes coger un edificio de Nueva York y plantarlo en
África. Estudiar biología medioambiental cambia la manera en la que vemos el
mundo y hacemos las cosas. Ahora mismo, muy pocos arquitectos entienden esto.
Puede que un uno por ciento.
Quizá también tenga que cambiar algo en las escuelas
de Arquitectura, ¿no?
Desde luego. Muy pocas tienen un enfoque ecológico.
Las universidades deben modificar el currículum y la forma en la que enseñan
porque de eso dependerá luego la forma de los edificios, su orientación, los
materiales o los recursos que se emplean. No es suficiente con que un puñado de
arquitectos hagan estas cosas, si las escuelas de Arquitectura no cambian de
mentalidad.
Se le considera uno de los padres del eco-diseño.
¿Cuál le gustaría que fuera su legado?
Acabo de escribir un libro, Saving the planet by
desing, que habla de los dos principios básicos del diseño ecológico: la
eco-centralidad, que quiere decir que todo tendría que estar basado en la
ecología, y la eco-némesis, que significa que todo tiene que tratar de replicar
los ecosistemas. Y, en cierta forma, este libro es mi legado. Pero tampoco me
quiero parar aquí. Quiero que la siguiente generación coja estas ideas y las amplié.
Esto solo es la punta del iceberg. Hay muchísimo trabajo por hacer.
Además de arquitecto, es ecologista y activista
medioambiental. ¿Es usted una persona de espacios abiertos o cerrados?
Mi trabajo está fuera, pero mi vida está dentro. Para
diseñar, para investigar, tengo que sentarme en mi mesa… Ayer trabajé hasta las
tres de la mañana. No me quiero quedar sin tiempo para hacer todas las cosas
que quiero hacer. Si la esperanza de vida son 85 años, quizá me queden otros
15… Tengo que condensarlo todo en ese tiempo. Lo bueno es que cuanto más mayor
te haces, más eficiente eres. Es una ventaja.
Y solo queda ser optimista. En la era de la emergencia
climática se ha convertido casi en una obligación, ¿no cree?
Trabajo 14 horas al día y por las noches estoy tan
deprimido, tan abrumado por los problemas, que a veces no puedo dormir. Pero lo
maravilloso es que me despierto por las mañanas y estoy lleno de ideas para
resolverlos. No sé si soy un optimista o no, pero quiero seguir trabajando y
probando cosas nuevas. Una de las cosas que más me ayudan es la meditación, que
me ha enseñado a relativizarlo todo. Las cosas que durante el día parecen muy
importantes, de pronto dejan de serlo.
Ixone Díaz Landaluce
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