Varias personas observan las grandes olas en la playa de la Barceloneta, en
Barcelona, este lunes, durante el fuerte temporal de Levante que azota Cataluña
y que deja registros históricos de oleaje, viento y nieve./Foto: Enric
Fontcuberta/EFE
Uno de los efectos colaterales de la borrasca Gloria
que más ha llamado la atención estos días en los medios son las enormes olas
que ha generado en el mar Mediterráneo. De hecho, seguro que habéis visto
muchas noticias que anuncian que, tanto en Valencia como en las Islas Baleares,
se han batido récords históricos con olas de «8,44 metros» y «14,2 metros». Aun
así, es probable que ninguna de estas dos olas monstruosas a las que se ha dado
tanto bombo hayan existido de verdad… Y el motivo es que medir la altura de las
olas es un proceso bastante más complejo de lo que parece.
Nacimiento de una ola
Las olas se forman sobre la superficie del océano
debido a la acción del viento. Por un lado, la corriente de aire tiende a
arrastrar las moléculas de agua con las que entra en contacto y «estirar» la
superficie del mar. Pero, además, el flujo turbulento de aire sobre la
superficie del agua produce zonas en las que el gas se mueve a distintas
velocidades: allí donde la velocidad del viento es mayor aparecen regiones de
baja presión que «tiran» del agua hacia arriba, mientras que las corrientes de
menor velocidad producen áreas de alta presión que «empujan» la superficie
hacia abajo.
Estructura de una ola/Foto: /Adaptado de Geography AS Notes
Este tira y afloja intermitente que ejerce el aire
sobre la superficie marina es la fuerza oscilatoria que genera las olas, un
poco como las que producimos en verano cuando estamos flotando en el agua sobre
un dónut y nos da por hacer fuerza hacia arriba y hacia abajo con el flotador.
A medida que ganan altura, las olas adoptan su característica forma sinusoidal,
formando una cresta que se alza por encima del que sería el nivel del agua en
reposo y un valle cuyo punto más profundo está por debajo del mismo.
Midiendo la ola
Teniendo esto en cuenta, averiguar el tamaño de una
ola podría parecer sencillo porque da la impresión de que debería bastar con
medir la distancia que separa la parte más alta de la ola y la parte más baja.
Además, ni siquiera tenemos que meternos en el agua para hacerlo, porque la
superficie del océano está plagada de boyas que flotan sobre un punto fijo,
midiendo continua y silenciosamente cuánto varía su desplazamiento vertical
mientras las olas pasan por debajo de ellas.
Ahora bien, las cosas se complican cuando esos datos
de altura se representan sobre un gráfico. En un mundo ideal, la variación de
la altura de las boyas con el tiempo dibujaría una curva sinusoidal perfecta,
como si fuera el perfil suave de un campo de dunas en medio del desierto. En
cambio, lo que se obtiene es algo así:
Una curva sinusoidal ideal (arriba) y un ejemplo del aspecto que tiene un
diagrama de desplazamiento vertical real de una boya (abajo)./Foto: /Jordi
Pereyra
La razón por la que los datos que toman las boyas
tienen esta pinta tan caótica es que, en mar abierto, las olas provienen de
muchas direcciones diferentes y se solapan entre ellas de manera constante.
Como resultado, si una boya registra un desplazamiento vertical muy brusco, eso
no significa necesariamente que una gran ola individual haya pasado por debajo
de ella. En su lugar, es probable que se trate de un episodio provocado por el
solapamiento momentáneo de varias olas. De hecho, es muy difícil distinguir
dónde acaba una ola individual y dónde empieza la siguiente sólo en base a los
datos de variación de altura proporcionados por las boyas.
Entonces, ¿cómo se ha podido distinguir el punto más
alto y bajo de esas «olas de récord» que se han estado anunciado estos días?
Bueno, la respuesta es que no se ha podido. En realidad, la existencia de esas
olas gigantes está oculta tras un velo estadístico.
Cuestión de estadística
Ante la imposibilidad de distinguir una ola individual
entre el amasijo de datos de desplazamiento vertical, las mediciones que toman
las boyas durante un periodo concreto se someten a un proceso estadístico que
permite estimar cuál ha sido el perfil de alturas de las olas más probable en
ese lapso de tiempo. Entre los diferentes parámetros que se pueden obtener a
través de este tratamiento de los datos está el llamado parámetro de altura
significante (simbolizado como H1/3), una cifra que se utiliza para dar una
idea de lo severo que es el oleaje y que indica la altura media del 33% de las
olas más grandes que habrían ocurrido en el periodo en cuestión.
Pero, ojo, recordemos que esa altura no se corresponde
a ninguna ola individual. Simplemente es una media que sirve para dar una idea
a los navegantes del tipo de oleaje que pueden esperar encontrar en el océano.
Por poner un ejemplo, si el parámetro de altura significante de las olas
durante un temporal fuera de 10 metros, lo que esta cifra refleja es que la
altura media del 33% de las olas más grandes que se han registrado es de 10
metros. Algunas olas fueron más altas y otras fueron más bajas, pero la
estadística permite asegurar que las mayores rondaban más o menos esa cifra.
Por supuesto, eso no excluye que durante el mismo
periodo se formara alguna ola con una altura mucho mayor que la de la media
proporcionada por el H1/3. De hecho, se suele considerar que las olas más
grandes que ocurren durante un periodo concreto puede llegar a tener una altura
entre 1,3 y 1,9 veces superior a la del parámetro de altura significante. En el
caso de un periodo en el que registre un H1/3 de 10 metros, existe la
posibilidad (aunque poco probable) de que haya pasado por debajo de la boya
alguna ola de hasta 19 metros de altura.
Las «olas récord» que no existen
Por tanto, lo que llama la atención de las «olas
récord» de 8,44 y 14,2 metros que se han anunciado en Valencia y Baleares es
que ninguna de las dos cifras refleja una ola gigante real.
En el caso de Valencia, esos 8,44 metros se
corresponden con el parámetro de altura significante. Y, aunque se trata de un
récord para la región, no se trata de la altura de una ola individual. De
hecho, un parámetro H1/3 de 8,44 metros implica que una ola de hasta 16 metros
de altura podría haber pasado por debajo de la boya durante el periodo en el
que realizó la medición... Pero no podemos asegurarlo con certeza, claro,
porque se trata de una aproximación estadística.
En cuanto a Baleares, lo más probable es que la boya
del islote de Sa Dragonera tampoco midiera una ola gigantesca de 14,2 metros,
como se ha dicho en muchos medios. Además de un parámetro de altura
significante de 7,97 metros, la boya en cuestión marcó una «altura máxima en
tiempo real» de 14,2 metros a las 3 de la madrugada del 20 de enero. El
problema es que lo único que indica esa «altura máxima en tiempo real» es que
hubo un momento en el que la boya registró un desplazamiento vertical de 14,2
metros, lo que no significa que una ola individual la elevara hasta esa altura.
Es más, como explican en el portal de surf SwellNet, esta cifra puede
ser simplemente una subida brusca provocada por el solapamiento de dos o más
olas.
Por tanto, la moraleja de esta historia es que las
redes de boyas y los modelos matemáticos que se utilizan para procesar sus
datos no están hechos para detectar «olas récord», sino para facilitar la
navegación en los océanos. Y, aunque la estadística permite estimar con
relativa seguridad la altura máxima de las olas que se han formado en un lugar
y un periodo concretos, la ola más grande de cualquier tormenta seguirá siempre
oculta entre un caótico mar de... Bueno, de olas.
QUE NO TE LA CUELEN:
Las olas son perturbaciones mecánicas que se propagan
por la superficie del agua. Como tales, no transportan agua de un lugar a otro
en alta mar, sino que simplemente provocan que las moléculas de agua oscilen
alrededor del lugar en el que se encuentran.
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