Una pareja se besa en el aeropuerto de Santiago de
Chile.Pablo Sanhueza / REUTERS
Coincidiendo con la llegada de la primavera, mientras
buena parte de la población mundial se recluía para evitar la propagación del
coronavirus, nuestras pantallas se llenaban de rostros. Por todos lados vemos
imágenes de reuniones familiares y de amigos usando pantallas para verse las
caras, a veces por docenas a la vez. Si teníamos alguna duda de que somos seres
sociales que necesitamos a los demás, esta crisis lo ha dejado claro. Y justo
ahora, con gran sentido de la oportunidad, un estudio ha venido a mostrar que
para nuestro cerebro es una necesidad biológica más. La soledad activa los
mismos mecanismos cerebrales que el hambre.
“Descubrimos que el aislamiento social agudo causa
señales de deseo neuronal en el cerebro similares al hambre aguda. Esto sugiere
que la representación neuronal de la soledad y el hambre es, al menos en parte,
similar”, resume Livia Tomova, una de las autoras del experimento. Estas
neurocientíficas del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus
siglas en inglés) sometieron a un grupo de cuarenta personas a una privación
social y de alimentos, en días distintos, para observar la reacción de su
cerebro. Después de tantas horas sin relacionarse con nadie, ni física ni
virtualmente, les mostraban imágenes de sus actividades sociales favoritas. Y
en otra ocasión distinta, les mostraban imágenes de comida tras una jornada en
ayunas. Y comparaban la actividad cerebral de esas dos sesiones, junto con otra
de control en la que no se les privó de nada.
Los resultados se ajustan a "la idea intuitiva de
que las interacciones sociales positivas son una necesidad humana básica, y la
soledad aguda es un estado indeseable que empuja a las personas a solucionar
esa carencia, similar al hambre”
Las conclusiones son claras: sus resultados “se
ajustan a la idea intuitiva de que las interacciones sociales positivas son una
necesidad humana básica, y la soledad aguda es un estado indeseable que empuja
a las personas a solucionar esa carencia, similar al hambre”.
Una curiosa investigación en neurociencias que,
repentinamente, tiene importantes repercusiones dada la situación actual del
planeta. “En enero, cuando comenzamos a escribir el artículo, me entusiasmaron los
resultados, pero me preocupaba que pudiera tratarse de un tema demasiado
específico. ¿Por qué un adulto sano, socialmente conectado, se vería obligado a
aislarse?”, ironiza Rebecca Saxe la autora principal del estudio, que
todavía no se ha publicado en una revista científica.
El momento actual, en el que se obliga a millones de
personas a vivir un completo aislamiento físico, estaría aumentando tanto los
sentimientos de soledad como las ansias de contacto social entre personas. “Una
pregunta vital es cuánto y qué tipo de interacción social es suficiente para
satisfacer esta necesidad básica y, por lo tanto, eliminar esta respuesta de
apetito neuronal”, explica Tomova. Y añade: “La situación actual enfatiza la
necesidad de una mejor comprensión de las necesidades sociales humanas y los
mecanismos neuronales que subyacen a la motivación social”.
Solitarios y excluidos
No obstante, estas científicas también observaron que
todas las personas experimentaban el hambre por igual, pero no ocurría lo mismo
con la soledad. Los sujetos del estudio que estaban más acostumbrados a la
soledad, señalaban tener menos ansias de contacto social después del
aislamiento.
“Esto sugiere que las personas solitarias quieren
menos contacto social, un resultado que está en línea con estudios previos
sobre la soledad crónica que muestra que las personas que experimentan la
soledad durante más tiempo parecen desear menos interacciones sociales”, apunta
Tomova, que añade que no están claros los motivos. “Podría ser que sentirse
solo durante un período prolongado hace que las personas también quieran menos
contacto social, pero también podría ser que las personas que desean menos contacto
social son las que se vuelven solitarias”, señala esta especialista en
cognición y aislamiento.
“Tenemos integrado en lo más profundo de nuestros
circuitos la necesidad de mirarnos a la cara. Muchos pensaban que el abuso de
las tecnologías de nuestra sociedad iba a suponer que perdamos esa
comunicación, pero estos días se ha revelado como una necesidad básica como la
comida o el cobijo”
Pero hay algunas diferencias fundamentales entre lo
que vivieron los sujetos de ese experimento y lo que sufren millones de
personas. “Un día de aislamiento no es tan largo para un humano”, explica Saxe,
y “nosotros, por razones éticas, teníamos que decirles a los participantes
cuánto tiempo duraría el aislamiento cuando aceptaban el estudio”. Además, en
el experimento los sujetos no podían relacionarse con nadie ni por medios
virtuales, mientras que los confinados por el coronavirus lo hacen
permanentemente. “Los avances tecnológicos ofrecen nuevas oportunidades para
estar virtualmente conectados con otros, a pesar de las separaciones físicas.
Pero no está claro cuánto satisfacen las necesidades sociales estas
interacciones sociales virtuales”, expone Tomova. “Y algunos investigadores han
argumentado que el uso de medios sociales solo aumenta los sentimientos
subjetivos de aislamiento, pero otros estudios han demostrado que las redes
sociales también pueden tener efectos positivos”, añade. La ciencia actual deja
muchas preguntas abiertas en este sentido. De momento, los confinados recurren
a las aplicaciones de videollamada como mejor sustituto posible de su hambre
social.
Mariano Sigman, neurocientífico que no ha participado
en este estudio, lo considera otro ejemplo de cómo lo social y lo cultural
afectan a nuestra biología. Y recuerda el estudio
clásico en que tres personas juegan a pasarse un balón hasta
que dos de ellas, conchabadas, dejan de pasarla al tercero. Esa exclusión le
genera un dolor social que activa los mismos mecanismos que el dolor físico.
“Este estudio no es un gran avance, no tiene gran novedad científica en el
sentido de que ya se sabía que al ansiar sexo, comida y otras necesidades se
usan los mismos circuitos cerebrales, porque ya hemos tenido otros experimentos
parecidos antes”, explica el investigador de la Universidad Torcuato Di Tella.
“No obstante es un experimento bien hecho y aunque no nos enseña nada que en
general ya no supiéramos, para este tema concreto han sumado todas las piezas
técnicamente muy bien”, añade.
“Somos seres sociales y vivimos una situación muy
dura. De ahí que haya explotado el uso de tecnologías para mantener a toda
costa las relaciones cara a cara”, asegura Susana Martínez-Conde, directora del
laboratorio de Neurociencia Integrada de la Universidad del Estado de Nueva
York. Y añade: “Tenemos integrado en lo más profundo de nuestros circuitos la
necesidad de mirarnos a la cara. Muchos pensaban que el abuso de las
tecnologías de nuestra sociedad iba a suponer que perdamos esa comunicación,
pero estos días se ha revelado como una necesidad básica como la comida o el
cobijo”.
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