lunes, 11 de abril de 2016

Probadores, vagones y cabinas: los lugares preferidos para el sexo 'outdoor'

Una vez se desata la euforia navideña (y en ello estamos), el 'aquí te pillo, aquí te mato' alcanza sus más altas cotas de versatilidad, porque ¿qué es lo que llena nuestros corazones en estas fechas? Ese espíritu 'dickensiano' de generosidad, fraternidad y empatía se traduce en cenas opíparas de empresa, quedadas desenfrenadas con los amigos y salidas nocturnas de horizontes muy lejanos. Reconozcámoslo, lo que nos pide el cuerpo es fiesta. No son los corazones, sino otras partes de nuestra anatomía las que se llenan de un furor que hay que descargar como si no hubiera mañana y donde sea. ¿Podría haber un panorama más propicio para los escarceos en localizaciones extravagantes? Efectivamente, fue de lo más propicio para una amiga mía, que acabó haciendo el amor con el Santa Claus de un centro comercial de las afueras en pleno parking. 
Foto: Shutterstock.
La cosa empezó del modo más inocente: que si acompaño a mi hermana y sus críos a ver el Belén, que si nos tomamos unas 'copichuelas', que hay que celebrar, que si te has fijado en el Papá Noel ese que tiene unos ojos preciosos, que qué buen 'rollito' y cuerpo de jota se me está poniendo... De camino al coche, casualidades de la vida, se topó con el orondo personaje que, bajo la falsa barba y el relleno de gomaespuma, escondía el mejor regalo navideño que cualquier jovencita jamás haber soñado pudiera... No es broma, desde entonces no puede evitar asociar la Navidad con el olor a la gasolina acompañado de un sobresalto en la entrepierna.
Pero hay vida, y por supuesto sexo, más allá de la Navidad. El pasado verano se propagaba por las redes sociales una de esas anécdotas que nos despiertan tontamente y de manera espontánea el 'ji-ji-ji' que tenemos reservado para los cotilleos sexuales cuando no van con nosotros: el avistamiento en plena calle del centro de Madrid de una pareja manteniendo relaciones con desprecio absoluto por las condiciones higiénicas y la intimidad, un espectáculo de tintes zoológicos y gratuito. El ojo omnipresente del gran hermano 'postmoderno' multiplicado por millones de 'smartphones' tomó buena nota del asunto y viralizó el 'input' visual a la velocidad del relámpago.
En la cabina del dj (¿con el dj?), en el cuarto de la caldera del chalet de un amigo, en los vestuarios de un parque de bomberos, al final de la subida del Circo de Gredos (¡eso sí que son ganas!), en un cementerio... "El 75% de mi vida me la he pasado haciéndolo de pie en garitos...", "la primera vez que le practiqué sexo oral a un hombre fue en una iglesia" (queremos pensar que ese fue el inicio de una larga, satisfactoria y santificada vida erótica con todas las bendiciones...), "en el 'parking' de un hotel con mi marido y el camarero de nuestro banquete de boda, en nuestra noche de bodas" (circunstancia esta donde parece que el lugar es lo de menos...).
"Iros a un hotel", esa frasecilla que seguro alguna vez habremos dicho o para la que incluso hemos sido destinatarios, no podría más oportunamente servir a nuestros propósitos. En marcada contradicción con todo indicio de impulso súbito y repentino, nos encontramos con auténticas puestas en escena elaboradas 'ad hoc' para dar rienda suelta a la libido y dejar bien arrinconado al pudor en lo más recóndito de nuestra mazmorra mental. Margarita Bonita Suite es una empresa de servicios a hoteles que se dedica a crear "habitaciones románticas" (vamos, a admitirles la ñoñería). No me cabe duda de que las "nuevas sensaciones" que prometen a base de una cama con movimiento propio, un sofá neotantra (porque el 'tantra' de toda la vida ya no mola) y una iluminación tenue que va cambiando automáticamente de color cumplirán las expectativas de los más lujuriosos y desenfrenados amantes. Ahora, si entras en la Web y ves el vídeo de la estancia solitaria con todos sus mecanismos puestos en funcionamiento, vas a tener la impresión de que es el mismísimo dormitorio de la niña del exorcista, ¡palabra! Y oye, el padre Karras tenía su morbillo, a qué negarlo.
Admitir que a uno le gustaría hacérselo en el castillo de Vlad Tepes o en El Nido de las Águilas no es ninguna monstruosidad, no más que acceder al primero por cuatro dólares para una visita turística o al segundo a través de una reserva en su restaurante. Pero a estas alturas de artículo ya va siendo hora de establecer un 'ranking' que se ajuste a los gustos y posibilidades de una amplia mayoría. Y no, no aparece la playa, todo lo posterior a 'De aquí a la eternidad' es una ordinariez y además sabemos que es incómodo, que la arena se mete hasta en el último intersticio de pliegue cutáneo y que eso de emular célebres escenas tórridas va a quedar siempre en un quiero y no puedo.
Los lugares preferidos
La oficina.
Sé de una pareja que se encontraba tan a gusto descargando su lascivia sobre la mesa de un colega que tuvo el tino de medir la distancia vertical desde el suelo al tablón de madera para determinar la altura exacta que convenía a tan satisfactorio acoplamiento. 
Qué transgresión tan deliciosa esa de imprimir un poco de morbo al rutinario escenario de nuestros desvelos laborales. Es fácil, está al alcance de cualquiera y solo requiere que se den las circunstancias propicias para llevarlo a la práctica sin mayores dificultades.
Sobre la nieve
Esto no lo entiendo muy bien, aunque aparece de modo recurrente en los distintos 'rankings' que alberga la red.

Todos sueltan la gracia de que es la mejor forma de combatir el frío, quizá lo de tener el culete congelado es tan excitante como que te pasen un cubito de hielo por el pecho. En cualquier caso, y remitiéndonos de nuevo a esta época navideña, me jugaría mi libido a que ahora mismo estás canturreando 'last christmas I gave you my heart'.
El balcón de un rascacielos
¡Super de los 80! Hay que poner especial cuidado en no caerse, y todo el esmero posible en que te vean los vecinos, que es la gracia de hacerlo en un sitio tan exhibicionista. 
En un templo
Independientemente de cuál sea su confesión, ¡cuántas mórbidas imaginaciones no habrá despertado el instinto de profanar un sagrado recinto acometiendo los actos más impúdicos! Era este un tema muy del gusto del Marqués de Sade, maestro de irreverencias y refinamientos al que no conviene imitar al pie de la letra.
Bajo el árbol de Navidad 'Santa baby'.
Este picarón villancico ha estado en boca de todos, desde Marilyn Monroe hasta Taylor Swift, pasando por Madonna, Kylie Minogue o Michael Buble. Ahora bien, si como dice la letra, a tu 'Santa' le pides un árbol decorado con cositas de Tiffany's, ¿hasta dónde podemos llegar para acreditar un buen comportamiento que merezca tales dádivas? Tenemos una localización ideal para darlo todo jugando a eso de que "he sido muy buen@, ¡me merezco un regalo!".
En el metro
Muy factible si vives en una gran ciudad y extensible a cualquier tren o estación de ferrocarril. Desconozco la razón de por qué los autobuses no tienen ese mismo morbo, pero el hecho es que carecen de él. Tanto el rítmico traqueteo de los vagones como el ambiente 'underground' de sus sucios pasillos nos despiertan el espíritu de aventura sexual urbana, y son pocos los que, al menos una vez en la vida, no lo han probado.
Unos probadores
Es uno de los escenarios más populares a la hora de escoger una alternativa a la doméstica cama. Un recoveco íntimo dentro de un espacio público donde, supuestamente, nadie entrará sin permiso.
Debo de haberme perdido algo en todos los años que me he pasado de compras, porque siempre me ha parecido que la iluminación de estos cubículos es atroz y los espejos ligeramente deformantes, dos circunstancias de lo más antimorbo. Aun así, estos enclaves permanecen imbatibles entre los primeros puestos.
Un festival de música
Sin duda un 'must' para el sexo 'outdoor'. Nos referimos lógicamente a esas citas veraniegas que se celebran al aire libre y en las que, además del atractivo cultural se concitan otros intereses, muchos de ellos claramente vinculados a la sana intención de ligar, pillar cacho o incluso enredarse en una orgiástica iniciación al sexo colectivo. Y entre una masa enardecida de fans en estado catártico, ¿quién sabe si en realidad estás siguiendo las rítmicas oleadas musicales o más bien plegándote al compás de otras mucho más carnales y húmedas palpitaciones? ¿Tu propia conciencia podría discernirlo? Y es más, ¿a quién le importa?
ELVIRA FERNÁNDEZ

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