miércoles, 1 de agosto de 2018

Cinco de los mejores masajes orientales de Madrid

·       Cada vez hay más tipos de masajes orientales: tailandés, shiatsu, ayurveda... Recorremos la capital en busca de su esencia
El masaje tailandés hace tiempo que llegó a nuestro país de la mano de los turistas de avanzadilla que lo descubrieron con asombro en sus viajes al sudeste asiático. Pero en los últimos años están surgiendo como setas otros tipos de masajes orientales que van ganando adeptos. A continuación hacemos nuestra pequeña lista de los más destacados y recomendables en cada especialidad. No se sorprendan si no encuentran algunos de los centros más caros o afamados, pero es que el marketing y el lujo impostado no siempre corren parejas con la calidad y la autenticidad.
1.-Masaje Tailandés
Chalalai Thai
Pocos entusiastas del masaje thai saben que tan balsámica práctica la iniciaron sin querer los monjes budistas procedentes de la India. Todo su empeño era enseñar las posturas del yoga a los perezosos siameses, pero, ante su indolencia, terminaron optando por hacerles ellos mismos los estiramientos mientras éstos reposaban plácidamente. Por eso podemos afirmar que el masaje thai tuvo su origen en los monasterios y en algunos aún se sigue enseñando. El más afamado de todos es el Wat Pho de Bangkok que forma a millares de chicas (y algunos chicos) cada año, transmitiéndoles su extraordinaria técnica y un envidiable espíritu de servicio.
En la capital de España los centros de masaje tailandés son incontables. Aunque la mayoría están atendidos por personal genuinamente tailandés, también hay especialistas españoles y de otros países que se han formado en Tailandia y lo hacen muy bien. Hay bastantes sitios recomendables, pero he elegido para esta ocasión por su excelente relación calidad/precio Chalalai Thai.
Unchalee Ngomsangad (Anny), en pleno masaje
El nombre es muy evocador. En tailandés significa «Río en calma» y fue abierto en 2016 en Rafael Calvo, 42, bajo derecha, por su propietaria, Unchalee Ngomsangad (37), quien, tras formarse en Wat Pho, hace ya diez años, se trasladó a nuestro país, donde empezó trabajando en el mítico Fusiom, hoy desaparecido. Anny, como la llama todo el mundo, ya se siente española. Tiene maneras suaves y un tono de voz quedo, acentuado por una sonrisa tan perenne como deslumbrante. Habla muy bien nuestro idioma, al igual que las otras dos masajistas de su equipo, igualmente jóvenes estilizadas de aspecto agradable, lo que contribuye a crear ese ambiente de recogimiento y relajación tan importante para sentirse cómodo en la intimidad de un masaje. En Chalalai se habla a media voz y basta cruzar el umbral para entrar en un ámbito de serenidad y quietud que recuerda el de los templos. A pesar de su excelente ubicación y de sus magníficas instalaciones, no puede decirse que se trate de un lugar superlujoso, pero sí muy, muy acogedor, bonito, limpio, silencioso, agradable, cómodo y funcional. Y muy amistoso.
Cuando ya estaba dispuesto y embozado en un albornoz, apareció Anny en la penumbra de la sala, una figura alada que me lavó los pies con unción, como Jesucristo a sus discípulos. Enseguida me pidió que me tumbara en una amplia camilla de sólida madera. Luego empezó a extenderme aceite caliente por la espalda con una suavidad que parecía una caricia, o eso creía yo, pero pronto me di cuenta de que sus movimientos eran como la caligrafía que aprendimos de pequeños: un trazo ascendente muy suave y otro descendente firme y grueso, sólo que al revés. Las dedos de Anny parecían de madera en el ascenso por la espalda y de puro acero cuando hurgaban en las inserciones nudosas de la escápula. Después descendían suavemente como plumas de ganso. Su tacto delicado me transmitía tal confianza que pronto me abandoné en sus manos. En riguroso silencio, prosiguió con su ritual de pases, despertando con cada uno tan variadas y sutiles impresiones que terminó desencadenando un tsunami de sensaciones tan profundas, refinadas y complejas como algunos platos de la sofisticada cocina oriental, sólo aptos para gourmets. El tiempo y el espacio se desvanecieron juntos y en mi mente sólo quedó un deseo pertinaz: que la llama no se apagara nunca. Lo de esta masajista es algo más que hacer bien su trabajo, es sencillamente puro arte, ya que sus manos poseen la más refinada sensibilidad, una auténtica sublimación del tacto. No se me ocurre describirlo de otro modo. Digamos que fue una experiencia memorable. Cuando desperté, sólo me acompañaba el silencio, como si todo hubiera sido un sueño maravilloso. A la salida me esperaba Anny, con su sempiterna sonrisa. Sólo puedo añadir una cosa: ¡no se lo pierdan!
La especialidad de la casa es el masaje Chalalali, una combinación de thai clásico y aceite muy recomendable (50 €). Las cabinas tienen baño privado y todas las comodidades.
2- Masaje Shiatsu
Masaje shiatsu en Kamiraku
El shiatsu (shi, «dedo», y atsu, «presión»), o digitopuntura, es una técnica manual que ha hecho fortuna en Japón, donde está reconocida como medicina alternativa por el Ministerio de Salud. En realidad, es una recopilación de diversas técnicas tradicionales, pero, a diferencia de otras terapias, ésta solo usa la palma de la mano y los pulgares. El shiatsu, como casi todo lo japonés, procede en origen de la cultura y la medicina tradicional china. Ya en el siglo XX, Tamai Tempaku agrupó todos los conocimientos tradicionales del anmma, el ampuku y el do-in bajo la palabra shiatsu y los divulgó en su libro Shiatsu-Ho, combinando esas técnicas con la anatomía y fisiología occidentales. El resultado fue el shiatsu actual, «un sistema –según su creador- para mejorar la salud, eliminar los factores que producen fatiga y estimular la capacidad de recuperación por medio de presión digital aplicada sobre determinados puntos del cuerpo».
En una sesión de shiatsu ortodoxo el paciente se encuentra en todo momento vestido con un cómodo pijama y no se hace uso de aceites para llevar a cabo el tratamiento. Sin embargo, en nuestro país no es infrecuente encontrar lugares donde el shiatsu propiamente dicho se combina con un masaje de aceite. En los tratamientos de shiatsu se aplica presión localizada sobre distintos puntos de la anatomía, situados básicamente a lo largo de los meridianos de la acupuntura china, utilizando los pulgares y las palmas. 
Sala de masaje en Kamiraku
Aunque en Madrid este masaje no es tan popular como el tailandés, existen un buen número de locales dedicados a esta técnica con gran aceptación. Mi recomendación se centra en el Kamiraku. Se trata de un lugar situado plena Milla de Oro, en Ortega y Gasset, 11. Su fundadora, Mari Matsushita (33), es una joven de Hiroshima que se enamoró de un estudiante español que disfrutaba de una beca en aquel país. Ella era una maestra recién licenciada y una gran amante del atletismo, pero no dudó en dejarlo todo para venirse a vivir a España hace ya ocho años, un caso flagrante de migración por amor. Tuvo un hijo y más tarde montó un centro de masajes orientales, no sólo shiatsu, por su cuenta, al que ha sabido imprimir todo el sabor del Japón, a pesar de que se trata de un local interior. Para empezar, el anagrama de su centro es una curiosa y original hoja de árbol que, me explica, es la única que sobrevivió a la bomba atómica que asoló su ciudad en 1945. La decoración del centro, con grandes puertas correderas acristaladas en lugar de tabiques, y un increíble aprovechamiento del espacio, denota austeridad, buen gusto, pulcritud, sencillez y sentido práctico de las cosas. La cortesía del té a todo recién llegado, el respeto y las maneras reverenciales que los japoneses aprenden desde la cuna hacen de Kamiraku («Disfrute celestial») un lugar muy adecuado para someterse a una sesión de shiatsu. No hay consenso sobre si estas presiones deben ser consideradas una terapia o un simple masaje. Tanto da, porque la experiencia de unas manos sabias presionando ciertos puntos señalados por la tradición ancestral china puede convertirse en una fuente de placer suprasensual, ya que su efecto no se queda en una caricia epidérmica, sino que lleva a un estado meditativo, fuera del tiempo y del espacio, donde lo que se siente podría definirse muy bien como pura felicidad.
Mari es una mujer menuda, proporcionada, armónica y atractiva, algo así como una princesa de bolsillo, en cuyos ojos vivaces siempre brilla la luz de la inteligencia. Habla perfectamente nuestro idioma y nadie sabe de dónde le viene la fuerza a esas manos diminutas, suaves, que parecen hechas para acariciar, pero que son capaces de producir efectos profundos al presionar esos puntos misteriosos que sólo los expertos conocen. Un masaje con ella gateando por la amplia mesa sobre la que uno está echado es una experiencia mística difícil de describir. Lo único que puedo decir es que al terminar la sesión siente uno la liviandad del pecador tras la confesión, el centramiento del cartujo y la alegría de quien vive en paz con la vida. Altamente recomendable. Una hora de shiatsu cuesta 50 € (55 € con aceite).
3.- Masaje Royal Ki
Yuko Fukamura haciendo Masaje Ki
Este masaje no es una técnica ancestral como los anteriores, ni siquiera un nueva terapia de las que brotan de vez en cuando en aras del marketing para desaparecer al cabo de un tiempo. No, el «Royal Ki» es una combinación quintaesenciada de cinco tipos de masajes orientales con pedigrí, que su creadora, la japonesa Yuko Fukamura (36), desarrolla con mimo en una sesión de ¡tres horas! ininterrumpidas en Kinuan («Refugio de seda»), el centro que dirige en Marqués de la Ensenada, 6.
Yuko es una joven estilizada, agradable, carismática, sonriente, amable, educada y tan japonesa como española. Hija de un médico, nació cerca de Nagasaki, donde mejor prendió el cristianismo nipón. De hecho, Yuko estudió en una escuela católica. Un buen día le dio por viajar a España a visitar a una amiga y le gustó tanto nuestra cultura que decidió quedarse a vivir entre nosotros. La influencia paterna la llevó a interesarse por el cuerpo y la salud. Sin paciencia para seguir una carrera tan larga y costosa como la medicina, optó por el masaje, que en la cultura japonesa tiene estatus de terapia alternativa. Lo tomó muy en serio y nunca ha dejado de formarse y aprender. Hace años que dirige un centro de referencia en Madrid. En su tratamiento estrella, el «Royal Ki» (199 €), ha quintaesenciado lo mejor de los mejores masajes orientales y durante tres largas horas se convierte en una sacerdotisa silenciosa que recorre los senderos secretos del placer y la sanación.
Sala de masaje de Kinuan
Tumbado en una enorme y confortable cama de madera en la penumbra de la sala, sentía a Yuko moverse a mi alrededor con su característica levedad. De fondo, una suave música hipnótica todo lo envolvía. La sesión empezó con las precisas presiones del shiatsu. Como por arte de magia, como si me hubieran dado un chute de morfina, me fue invadiendo enseguida una extraña sensación híbrida, entre el placer y la felicidad. Luego, siempre en religioso silencio, Yuko pasó a extender con delicada firmeza y sabia precisión lo que parecían aceites o ungüentos calientes sobre una piel ya totalmente rendida a sus manos. Para entonces, mi mente había entrado en una suerte de nirvana, en el que el mundo, con sus pompas y sus obras, sus afanes y temores, se había desvanecido casi por completo. Con los otros sentidos apagados, sólo percibía a través de la piel lo que me parecía una extraña euforia sensorial. Con sus manos ardientes, Yuko iba encendiendo los distintos segmentos de mi piel, a medida que los recorría. Finalmente, empezó a aplicarme por todo el cuerpo «pindas» calientes, una especie de cebollas de tela llenas de hierbas curativas que acaban con la resistencia del más tenaz. Hubo un momento en el que mi mente pareció apagarse y me sentí abandonado en un océano de dicha. Pudieron ser tres horas o tres días. El tiempo no contaba en aquel estado del que me costó volver, como de un sueño maravilloso que no quieres que la realidad te estropee.
En las amplias, discretas y acogedoras instalaciones de Kinuan, un oasis de tranquilidad frente al imponente edificio de la Audiencia Nacional, un equipo de terapeutas de distintos países de Oriente ofrecen, junto a Yuko, todo tipo de masajes orientales: Thai, Shiatsu, Filipino, Ayurveda, etc. por 50 € la hora (55 € con aceite). La calidad de los tratamientos y el trato exquisito está avalado por el éxito consolidado durante los cuatro años de existencia que tiene el centro, los mismos que el hijo español de Yuko. Pero, sobre todo, me atrevo a recomendar a quien pueda pagarlo la experiencia sublime de una masaje ‘Royal Ki’ con Yuko.
4.- Masaje Filipino
Cabina de Boracay
Aunque mucho menos popular en nuestro país que otros masajes orientales, el masaje terapéutico es una vieja tradición en Filipinas, que tiene como objetivo manipular los canales energéticos. Con una presión de medio a profundo, alivia el estrés, restaurando la salud y el bienestar. Es además muy relajante. Uno de los centros más especializados en nuestra ciudad es Boracay, que aún no lleva tres años abierto en Alonso Cano, 60. Su fundadora, la filipina Victoria Joyohoy Gemiston (32) y su equipo ofrecen un abanico de masajes asiáticos, principalmente filipino y balinés, así como tratamientos de estética con toque oriental.
Hay que decir que la abuela de Victoria era curandera en la isla de Cebú, donde encontró la muerte Magallanes, y ella misma preparaba con hierbas sus aceites y mejunjes curativos. Algo de eso debió de quedar grabado en el subconsciente de esta joven filipina, que se formó como maestra en la universidad de Cebú y poco después vino a España, reclamada por unos tíos suyos que vivían aquí sin descendencia. Prácticamente la adoptaron como si fuera una hija y se encargaron de costear sus estudios, que terminaron decantándose por las terapias curativas y, particularmente, el masaje.
Victoria, una mujer risueña, simpática y emprendedora, con un inconfundible toque oriental, siempre está explorando nuevas cosas y me dice que tienen mucho éxito sus talleres para parejas, donde les enseñan a hacerse masaje mutuo en un ambiente distendido, entre zumos, tés y copas de cava.
Mi experiencia en Boracay fue muy agradable y tranquila. Las instalaciones son muy cómodas. Victoria tiene manos fuertes y acostumbra a trabajar en silencio, algo que se agradece. El masaje filipino es muy relajante y no se diferencia tanto de los masajes habituales en nuestro país, si no es en el precio que está por debajo de la media. Una hora cuesta 40 € y anuncian rebajas para este verano, así que puede ser una opción interesante y económica. Hay que tener en cuenta que, además del masaje filipino, en Boracay también son especialistas en thai, balinés, hawaiano… y todo lo que suene a oriental.
5.- Masaje Ayurveda
Marlene Arana
Para entender el éxito del Ayurveda y el entusiasmo que despierta hoy en muchos ciudadanos occidentales, no queda más remedio que recurrir a la figura del «retroprogreso», término acuñado por el finado Salvador Pániker para expresar lo que ocurre cuando una civilización avanza rescatando lo mejor de su pasado. El Ayurveda se ofrece hoy también como una técnica de masaje por todo occidente. Para centrar el asunto habría que recordar que el Ayurveda, la más antigua de las formas curativas conocidas, no otorga otra importancia al masaje que la de restregar los aceites curativos por todo el cuerpo para que penetren y produzcan su efecto curativo. Naturalmente, cuando eso se hace con manos de seda resulta una práctica agradable que añade un notable placer a los efectos curativos de los aceites.
Tal es el caso de Marlene Arana (38), una paraguaya que llegó a nuestro país hace dieciséis años y pronto descubrió que sus manos era un tesoro. De casta le viene al galgo, ya que, me cuenta, de pequeña solía acompañar a su abuelo a recolectar hojas y flores del campo, que luego utilizaba para hacer sus maceraciones, aceites esenciales, ungüentos, jarabes y emplastes. Aún recuerda las explicaciones que le daba sobre las propiedades y efectos de cada una de ellas. Ya en España, Marlene se formó en distintas terapias y tratamientos de estética, incluyendo el masaje tailandés, la osteopatía, el masaje Ayurveda, etc. y todavía hoy sigue formándose en Nutrición y Dietética en la UCM.
Es bien sabido que la técnica se aprende, pero el arte hay que poseerlo. Lo mismo puede decirse del masaje: la técnica se aprende, pero el don de tocar hay que nacer con él. Y así nació esta paraguaya de manos mágicas y figura esbelta y elegante de modelo, que convierte la rutina de extender los aceites ayurvédicos en un placer de dioses. Hay algo en su manera de tocar que enamora y subyuga. Marlene atiende como terapeuta privada en General Diaz Porlier, 15, 1º dcha. (911 377 619) un lugar muy céntrico en pleno barrio de Salamanca.
Hubo un momento durante la sesión en que el tiempo se detuvo, las preguntas cesaron, la mente se apagó y ahí comprendí que me había convertido en rehén de unas manos autoritarias, cautivadoras, que se movía a su albedrío por mi cuerpo como si fuera su propia casa. A veces trataba de darle alguna indicación, pero siempre se adelantaba como si conociera mi anatomía mejor que yo mismo. Opté por disfrutar cada segundo, siguiendo los movimientos de su mano como un mero espectador, más o menos como siguen los amantes del fútbol los regates de Messi. Finalmente, hasta a eso renuncié, sumido ya en un trance onírico, meditativo o tal vez celestial, no puedo discernirlo con certeza, aunque si recuerdo haber pensado que el cielo no podía ser algo muy distinto a lo que yo estaba sintiendo. Todo eso por 50 € la hora.
Francisco López-Seivane
@abcviajar

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